Mariana fue hija del terrateniente de Alentejo Francisco Da Cunha Alcoforaro, y de doña Leonor Méndes. Tanto el señor como sus hijos varones combatieron en las guerras de Portugal contra Francia y las hijas habidas de ese matrimonio fueron encerradas en el convento de la Concepción de las hermanas adoradoras de Santa Clara, o Clarisas. Mariana y María Peregrina, sus bellos nombres.
Mariana poseía un temperamento fragoroso, como la gran mayoría de las reclusas, muchas de ellas dedicaban sus sofocones ante un santo, ardores no compensados, por cierto, pero que las cuitadas amenguaban entre ellas, o por maquinaciones solitarias.
Aquellas vibraciones pasionales fulgían eróticamente en los candelabros y los íconos y las chicas, que de eso se trataba, se desbarrancaban en los confesionarios y ante las estampas hermosas de unos personajes togados o de capa y espadas de caballería.
Nos aninamos a asegurar por nuestra cuenta y riesgo que de tales maquinaciones desbordó la reclusa Mariana Alcoforaro, creando para satisfacer sus juveniles violencias, un romance con el capitán francés Noel de Bouton; tal vez, él nunca se hubo enterado, porque de haberse contactado indudablemente hubiera ocurrido un triste episodio como el que protagonizaron Abelardo y Eloísa, y es bien sabido que Mariana entró en convento a los 11 años, murió a los 84 en el mismo lugar y alcanzó la categoría eclesiástica de abadesa, para lo cual hay que permanecer intacta, virgen y esposa del Señor.
Al mencionado capitán lo verían las monjitas desde alguna ventana que daba a los prados y de ahí brotarían sólo imaginerías, sin llegar a ser misivas siquiera. Un amor frustro adolecía el ánima de Mariana Alcoforaro, despierta y desolada por un pretendiente de una hermanita mayor, el señor Rui de Melo Lobo, con quien la casi niña quería casarse...
Las cartas de amor fueron escritas y editadas por Gabriel José de La Verne, comte de Guilleragues, quien titula esa obra Les lettres de la religieuse portugaise. La obra corrió como el agua debajo de los puentes por círculos y reuniones de aficionados al metier literario. Son cinco cartas comentadas de maneras disímiles.
La escritora española Carmen Martín Gaite las considera escritas por Guilleragues, con único fin mercantilista; a tal opinión nos adherimos.
Aparecen otros cuestionamientos interesantes respecto del tema: uno de ellos viene de las feministas conocidas como Las Tres Marías (María Fátima Velho Da Costa, María Isabel Baremo y María Teresa Horta), quienes apoyan la autoría de la religiosa, criticando la horrenda ubicación de las mujeres, por orden patriarcal, en los conventos.
Katherine Vaz, novelista, convierte a Mariana en subversiva que escapa del claustro junto a una abuela nada vieja, sólo madura y con altos pechos llamativos que le hacen coquetear con los caballeros.
Según Vaz, la joven monja posee en el convento aposentos propios que la aíslan del resto, y así escapa cuando se le antoja.
En una de las misivas transcritas por la novelista, la enamorada pide al amante “que me hagas el amor por toda la habitación a fin de divinizar en nuestra unión, hasta el más mínimo espacio del miserable alojamiento”.
La monja María de Mendonça cuenta que durante los últimos años, Mariana Alcoforaro resolvió que sus compañeras de reclusión le permitieran leer sus cartas de amor, y que ellas aceptaron.
La abadesa llegará a la conclusión de que cualquier mujer obligada a vivir en convento no dejará por eso de sentir los furores uterinos, que necesariamente serían descargados consolándose entre ellas mismas o ejercitándose en placeres solitarios.
Advierte angustiada cuando lee la desesperación de amor que destilan las letras de Mariana: “Dónde está el lugar donde pueda vivir con mi amor exenta de las preocupaciones de las criaturas humanas? Yo habito con mi Esposo Celestial, nunca estoy sola. Viene en arrebatos amorosos, me hace renunciar a todo para existir en el desierto. Amo a mi Amado. Siento éxtasis orgiástico; me aprieta y ahoga. Viene a mi cama y paso toda la noche envuelta en las fuerzas de un amor que eleva llevándome hasta El”.
Gracias a las cartas se inicia en los salones elegantes de Mme De Sévigné el estilo literario epistolar. Y justo es destacar que la muy interesante revisión de Las Tres Marías, que han publicado un libro en Portugal, en 1972, les ocasiona un problema de “Abuso de la libertad de prensa y atentado a la moral”, siendo ellas objeto de un procedimiento judicial. Ese texto, titulado Nuevas cartas portuguesas, felizmente en 1974 fue aceptado, considerándolo un llamado de atención y de solicitud hacia las mujeres abusadas patriarcalmente antes y también ahora.
Sirvan algunos textos desperdigados de las cinco cartas para ilustrar un tema de ninguna manera escandaloso y de ninguna manera procaz. Cartas que han ido de la carne al viento y del viento a nuestros días. Para contento y advertencia de los lectores del futuro. “Qué desesperación de amor divino... Qué puedo hacer para alcanzaros? Deseo traeros a mi cama.” “Ay de mí... Cómo siento no compartir con vos mis penas. Me mata pensar que nunca hayas sentido en profundidad nuestros placeres.” “O es que ya no queréis gozar estos placeres infinitos? Son tan intensos y violentos y los siente aún más el que ama, que el que es amado.” “No deseo vuestra piedad. Ya no os escribiré más.”
Por Aurora Venturini Fuente: Página/12
Mariana poseía un temperamento fragoroso, como la gran mayoría de las reclusas, muchas de ellas dedicaban sus sofocones ante un santo, ardores no compensados, por cierto, pero que las cuitadas amenguaban entre ellas, o por maquinaciones solitarias.
Aquellas vibraciones pasionales fulgían eróticamente en los candelabros y los íconos y las chicas, que de eso se trataba, se desbarrancaban en los confesionarios y ante las estampas hermosas de unos personajes togados o de capa y espadas de caballería.
Nos aninamos a asegurar por nuestra cuenta y riesgo que de tales maquinaciones desbordó la reclusa Mariana Alcoforaro, creando para satisfacer sus juveniles violencias, un romance con el capitán francés Noel de Bouton; tal vez, él nunca se hubo enterado, porque de haberse contactado indudablemente hubiera ocurrido un triste episodio como el que protagonizaron Abelardo y Eloísa, y es bien sabido que Mariana entró en convento a los 11 años, murió a los 84 en el mismo lugar y alcanzó la categoría eclesiástica de abadesa, para lo cual hay que permanecer intacta, virgen y esposa del Señor.
Al mencionado capitán lo verían las monjitas desde alguna ventana que daba a los prados y de ahí brotarían sólo imaginerías, sin llegar a ser misivas siquiera. Un amor frustro adolecía el ánima de Mariana Alcoforaro, despierta y desolada por un pretendiente de una hermanita mayor, el señor Rui de Melo Lobo, con quien la casi niña quería casarse...
Las cartas de amor fueron escritas y editadas por Gabriel José de La Verne, comte de Guilleragues, quien titula esa obra Les lettres de la religieuse portugaise. La obra corrió como el agua debajo de los puentes por círculos y reuniones de aficionados al metier literario. Son cinco cartas comentadas de maneras disímiles.
La escritora española Carmen Martín Gaite las considera escritas por Guilleragues, con único fin mercantilista; a tal opinión nos adherimos.
Aparecen otros cuestionamientos interesantes respecto del tema: uno de ellos viene de las feministas conocidas como Las Tres Marías (María Fátima Velho Da Costa, María Isabel Baremo y María Teresa Horta), quienes apoyan la autoría de la religiosa, criticando la horrenda ubicación de las mujeres, por orden patriarcal, en los conventos.
Katherine Vaz, novelista, convierte a Mariana en subversiva que escapa del claustro junto a una abuela nada vieja, sólo madura y con altos pechos llamativos que le hacen coquetear con los caballeros.
Según Vaz, la joven monja posee en el convento aposentos propios que la aíslan del resto, y así escapa cuando se le antoja.
En una de las misivas transcritas por la novelista, la enamorada pide al amante “que me hagas el amor por toda la habitación a fin de divinizar en nuestra unión, hasta el más mínimo espacio del miserable alojamiento”.
La monja María de Mendonça cuenta que durante los últimos años, Mariana Alcoforaro resolvió que sus compañeras de reclusión le permitieran leer sus cartas de amor, y que ellas aceptaron.
La abadesa llegará a la conclusión de que cualquier mujer obligada a vivir en convento no dejará por eso de sentir los furores uterinos, que necesariamente serían descargados consolándose entre ellas mismas o ejercitándose en placeres solitarios.
Advierte angustiada cuando lee la desesperación de amor que destilan las letras de Mariana: “Dónde está el lugar donde pueda vivir con mi amor exenta de las preocupaciones de las criaturas humanas? Yo habito con mi Esposo Celestial, nunca estoy sola. Viene en arrebatos amorosos, me hace renunciar a todo para existir en el desierto. Amo a mi Amado. Siento éxtasis orgiástico; me aprieta y ahoga. Viene a mi cama y paso toda la noche envuelta en las fuerzas de un amor que eleva llevándome hasta El”.
Gracias a las cartas se inicia en los salones elegantes de Mme De Sévigné el estilo literario epistolar. Y justo es destacar que la muy interesante revisión de Las Tres Marías, que han publicado un libro en Portugal, en 1972, les ocasiona un problema de “Abuso de la libertad de prensa y atentado a la moral”, siendo ellas objeto de un procedimiento judicial. Ese texto, titulado Nuevas cartas portuguesas, felizmente en 1974 fue aceptado, considerándolo un llamado de atención y de solicitud hacia las mujeres abusadas patriarcalmente antes y también ahora.
Sirvan algunos textos desperdigados de las cinco cartas para ilustrar un tema de ninguna manera escandaloso y de ninguna manera procaz. Cartas que han ido de la carne al viento y del viento a nuestros días. Para contento y advertencia de los lectores del futuro. “Qué desesperación de amor divino... Qué puedo hacer para alcanzaros? Deseo traeros a mi cama.” “Ay de mí... Cómo siento no compartir con vos mis penas. Me mata pensar que nunca hayas sentido en profundidad nuestros placeres.” “O es que ya no queréis gozar estos placeres infinitos? Son tan intensos y violentos y los siente aún más el que ama, que el que es amado.” “No deseo vuestra piedad. Ya no os escribiré más.”
Por Aurora Venturini Fuente: Página/12