Retrato de Catalina de Erauso.
Catalina de Erauso nació en San Sebastián en 1592 y a los cuatro años fue internada en el convento de San Sebastián el Antiguo. Permaneció en la abadía como monja hasta los 15 años, que escapó tras una pelea con otra novicia.Desde su huída se ocultó bajo seudónimos masculinos (como Pedro de Orive, Francisco de Loyola, Alonso Díaz, Ramírez de Guzmán o Antonio de Erauso), vistiendo como hombre y deambulando de un lado para otro, alimentándose a duras penas. Su físico le ayudó a ocultar su verdadera identidad, se la describe como fea, alta para su sexo y con una figura poco femenina. Adoptó un comportamiento bastante viril, además de que se sabe (porque ella misma lo narra en sus memorias, publicadas en 1829) que le gustaban las mujeres, coqueteando a menudo con ellas.
En Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) embarcó con destino a América, donde trabajó en distintos oficios hasta que, en Chile, se alistó como soldado del ejército español, siembre bajo una identidad masculina. Luchó en numerosos conflictos y se labró fama de valiente y poderoso soldado, logrando el rango de Alférez.
Siendo soldado participó como padrino de un amigo en un duelo, en el que los enfrentados cayeron heridos a la vez, por lo que Catalina se enfrentó al padrino rival, al que hirió mortalmente. Antes de morir, éste le reveló su nombre, descubriendo en ese momento que el soldado al que acababa de matar (y con el que había compartido destino durante tres años) era su hermano Miguel.
Catalina tenía un carácter terco y tendía a meterse en líos bastante a menudo. Ese modo de ser le llevó en 1623 a ser detenida a causa de una trifulca. Tras ser condenada a muerte pidió clemencia al obispo Agustín de Carvajal, al que reveló su secreto tan bien guardado durante tanto tiempo. Unas matronas confirmaron su sexo, además de su virginidad. El obispo la protegió y la envió a España donde fue recibida por el rey Felipe IV, quien le mantuvo su empleo como oficial del ejército y la apodó como “La Monja Alférez”.
También viajó a Roma y visitó al papa Urbano VIII, el cual le permitió a Catalina seguir viviendo como un hombre.
Falleció en Cuitlaxtla (México) en 1650, desconociéndose, salvo varias hipótesis, la causa de su muerte.