
—Dime, Majmud. ¿Qué cosa, en el mundo, es pequeña y grande a la vez?—No lo sé, padre —le respondía yo.—Daguestán, hijo —me explicaba—. Piénsalo: es pequeño, pero cuántas etnias encierra, cuántas costumbres, lenguas y artes diversas, además de bestias y plantas de todo tipo. En nuestro minúsculo Daguestán encuentras dunas arenosas, y vegetación tropical, glaciares eternos y manantiales de agua mineral, llanuras áridas y prados alpinos de hierba fresca, mares profundos y cañones tan hondos que no se alcanza el fondo ni siquiera tras media hora de caída. Y también nosotros los daguestaníes somos muy diferentes, y muy parecidos: por la honradez, la hospitalidad y el afán de justicia. ¡Recuerda siempre que eres daguestaní, hijo, y no cambies ese honor ni por todo el oro del mundo!*
El mérito de algunos libros reside en su destreza para introducir al lector en un contexto sociocultural que le resulta lejano o desconocido —«lejano» se traduce casi siempre como «no occidental»—, de tal modo que muestra otra forma de estar en el mundo a la vez que narra una historia más o menos emocionante. Aunque la narrativa procedente de Estados Unidos y Reino Unido sigue dominando el mercado, en los últimos años la literatura de tintes multiculturales ha experimentado un auge, en parte por la necesidad de dar voz a esa periferia silenciada durante siglos, en parte porque la realidad del siglo XXI no se entiende sin prestar atención a fenómenos como la inmigración, la discriminación o los conflictos étnicos, y nadie mejor que sus protagonistas para escribir sobre ello. La nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (1977), con obras como Americanah(2013), es un exponente de esta nueva ola multicultural. La rusa Alisa Ganíeva(1985), que trabaja como crítica literaria y se dio a conocer en 2009 con el relato Salaam, Dalgat!, premiado con el Debut Prize, también parece seguir esta senda con La montaña festiva (2014), su primera novela, que ha sido traducida a numerosas lenguas.Esta novela no se sitúa en las grandes ciudades rusas, sino en Daguestán —que significa «tierra de montañas»—, una república del Cáucaso que hace frontera con Georgia y Azerbaiyán. En Daguestán conviven decenas de etnias (ávaros, azeríes, lezguinos…), con diferentes grados de influencia en la sociedad. Desde la desintegración de la Unión Soviética, atraviesa tensiones por la insurgencia de grupos islamistas, los choques entre etnias y algunos brotes de separatismo. Un escenario, en efecto, bien distinto del que un lector urbanita occidental acostumbra a encontrar. Ganíeva, en la actualidad afincada en Moscú, procede de una familia ávara y se crió en Daguestán, por lo que conoce de primera mano esta cultura y, además, cuenta con la perspectiva de quien puede analizar su lugar de origen desde la distancia. La montaña festiva parte de una premisa distópica: la construcción de un muro para aislar el Cáucaso del resto del país, evocando el Muro de Berlín. El elemento imaginario le sirve para llevar al límite una situación no tan irreal, es decir, el clima convulso.

Alisa Ganíeva
En cualquier caso, La montaña festiva es una primera novela muy lograda; y Ganíeva, una escritora con voz propia que maneja con soltura muchos registros y plantea en poco espacio una compleja historia sobre una sociedad abocada al desastre, en la que la prensa guarda silencio mientras las calles estallan. Es un libro exigente (por el lugar, la cultura, las etnias), del que a uno, inevitablemente, se le escapan detalles por el desconocimiento de la sociedad daguestaní. Aun así, esta dificultad no tiene que desanimar a nadie. Al contrario: el reto de leer una obra que escapa a nuestra zona de confort debería ser un motivo más para acrecentar el interés por ella.*Cita de la pág. 207.