[1] Empeño de la moral en aniquilar las pasiones, en todas las épocas, en el sentido de espiritualizar o divinizarlas, que es algo más profundo que arrancarlas de raíz. Pero en el primitivo cristianismo, y pone como ejemplo el Sermón de la Montaña de Jesús, considera Nietzsche que sí hay ese sentido de arrancar, porque el sentido de espiritualización era demasiado elaborada para aplicarlo a los pobres de espíritu que eran los primeros cristianos, y no podían llevar a cabo una guerra inteligente contra las pasiones. En este sentido, la Iglesia primitiva “combatía la pasión con la extirpación”, castrándola, disciplinando y exterminando el apetito, la sensualidad, el orgullo, el ansia de poder, de venganza. Pero, dado que las pasiones son parte de la vida, en ese ataque a las pasiones la Iglesia es hostil a la vida misma.[2] Los débiles, los pobres de espíritu luchan contra las pasiones según esa lógica castradora, de extracción, de exterminio, porque son incapaces de una moderación (que exige una mayor inteligencia). Buscan extender el abismo entre ellos y la pasión, una enemistad radical, un odio radical.[3] Conseguir ese abismo supone el logro de una cierta paz del alma, que es la gran aspiración cristiana (la jovialidad de la vaca), ser una vaca-moral, la grasosa felicidad de la conciencia moral satisfecha, el inicio del atardecer, de la decadencia. Contrapartida: la dialéctica propia de los no cristianos. No se trata de aniquilar al enemigo, sino de advertir las ventajas de que subsista. Pero para eso es necesaria una mayor inteligencia, un cambio de la lógica castradora (todo/nada) a la lógica dialéctica (tesis/antítesis), de la negación de lo otro a su reconocimiento, aunque sea como enemigo necesario.[4] Retoma el tema de la moral cristiana como contraria a la vida: hay una moralsana, aquélla que se rige por os instintos de vida, y una moral contranatural, que se contra los instintos, contra la vida. “La vida acaba donde comienza el reino de Dios”.[5] Retoma el tema del valor de la vida. El hecho de considerar el problema del valor de la vida es un signo de la decadencia a que nos conduce la moral cristiana. La rebelión de la moral contra la vida es signo de una vida descendente, cansada, condenada. Considerar desde la moral el problema del valor de la vida es un error de base, dado que es la vida misma quien nos lleva a considerar los valores, es la vida la que nos impulsa a establecer valores, pero no deberíamos darle la vuelta para considerar el valor de a vida, pues la vida está en un plano diferente, previo, es la condición de posibilidad de los valores. Toda moral que ponga en consideración el valor de la vida es, pues, contraria a la vida misma: Sócrates, Platón, cristianismo, etc., hasta alcanzar a Schupenhauer, que niega la voluntad de vivir.[6] Cuando la moral dice cómo debe ser el hombre, entonces niega el mundo, es decir, toda la multiplicidad de formas que el hombre puede ser. La moral, como la ciencia, quiere una sola forma de hombre, ¡¡quiere un mojigato!! Esto es una idiosincrasia de degenerados, la razón enferma del sacerdotevirtuoso.
FUENTE: Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos, cap. "La moral como contranaturaleza".