Extracto de las Memorias del General Schtemenko, Editorial Progreso, 1977.
“La primera notica de la muerte de Hitler la recibimos el 1 de mayo de 1945, después del encuentro de V. Sokolovski y V. Chuikov con el general alemán Krebs (acerca de estas conversaciones se escribe con detalle en las memorias de Zhukov y Chuikov). Pero era difícil creerlo, puesto que los restos de Hitler no pudieron encontrarse. Se carecñia de datos sobre la suerte de Goebbels, que, según Krebs, era ahora el principipal jerarca en el bunker de Hitler. Cayó Berlín y empezó la capitulación de las tropas de Hitler, pero por el momento, no se sabía nada del paradero de las altas personalidades del Reich. A nuestras preguntas telefónicas respondían lacónicamente. Cierto que la mañana del 3 de mayo la respuesta fue un tanto diferente: habían encontrado un cuerpo que podría ser el de Hitler.
En la noche del 4 de mayo, cuando Antonov y yo llegamos al despacho del Jefe Supremo con el parte ordinario de la situación de la jornada transcurrida, Stalin puso ante nosotros un telegrama de Zhukov y Teleguin en el que se decía: “El 2 de mayo de 1945 en la ciudad de Berlín, en el recinto de la Cancillería, en Wilhemstrasse, donde en los últimos tiempos se encontraba el Cuartel General de Hitler, fueron descubiertos cadáveres quemados en los que se ha identificado al Ministro de Propaganda y a su esposa. El 3 de mayo, en este mismo recinto, fueron encontrados los cadáveres de los seis hijos de Goebbels. Todos los indicios hacen suponer que fueron envenenados con un tóxico muy activo. El Teniente General Camarada Vadis, jefe de servicios del Contraespionaje del primer Frente de Bielorrusia, mostró personalmente los cadáveres hallados al Almirante Voss, representante del Gröss-Almirant Doenitz, en el cuartel general de Hitler; a Schneider, encargado del garaje de la Cancillería; al cocinero Langue; a Zien, jefe de las dependencias técnicas de la Cancillería, todos ellos detenidos, identificaron en los restos humanos hallados a Goebbels, su esposa y sus hijos .
En el telegrama no se decía nada de Hitler muerto o vivo. “El camarada Zhukov duda también de la muerte de Hitler-dijo después de Stalin, acercándose al escritorio a por otra porción de tabaco para la cachimba-. A los canallas fascistas no se les puede creer nunca. Hay que ver lo que hay, si realmente quedaron con vida los jerarcas del Estado Hitleriano. Comprobar todo”.
A continuación, tomado el teléfono, llamó a uno de los comisarios de la Seguridad del Estado, ordenándole que mandara a Berlín a un funcionario con experiencia al que entre otras misiones se le encomendara también cerciorarse de la muerte de Hitler. En Berlín, Teleguin y el Servicio de Contraespionaje realizaban ya el trabajo necesario. Los médicos hicieron una minuciosa autopsia anatomo-patológica de los cadáveres de la familia Goebbels y de Krebs. Se estableció con absoluta certeza que su muerte se había producido por envenenamiento con sustancias ciánicas muy activas. Pronto hubo necesidad de hacer la autopsia de otros cadáveres, hombre, mujer y dos perros, encontrados por el mismo grupo de Klimenko en uno de los embudos, en el jardín de la Cancillería, cerca de la salida de urgencia del bunker. Los cadáveres de las personas, ligeramente cubiertos de tierra, estaban muy quemados y era imposible identificarlos; se exigían procedimientos exactos forenses. Ayudaron en ello los especialistas estomatólogos que habían puesto dentaduras postizas a Hitler y a su amante: reconocieron la particularidad de las prótesis, solo propias de su trabajo, y repararon en ciertas particularidades anatómicas de las cavidades bucales de sus antiguos pacientes. Los examinadores, a su vez, confirmaron la exactitud de las declaraciones de los especialistas. Después de esto ya no hubo dudas: los cadáveres, abrasados hasta el punto de no poderlos reconocer, era lo que quedaba de Hitler y de Eva Braun, que compartió su suerte con él. El análisis confirmó la muerte por envenenamiento de ella, y por un disparo de él.
Los restos de los perros, encontrados en el mismo embudo, fue fácil identificarlos con la ayuda de los prisioneros que servía en la Cancillería: eran los perros personales de Hitler, muertos también por envenenamiento. Las investigaciones de los expertos terminaron después del día en que se había firmado la capitulación incondicional de Alemania. Paralelamente se interrogaba a los prisioneros que habían estado relacionados con la Cancillería, así como a los ciudadanos alemanes capaces de arrojar algo de luz sobre alguno de los jerarcas del nazismo.
Ya más tarde conocí, en parte, las declaraciones de Helmut Kunz, médico de la Cacillería. Precisamente a él se dirigió el 27 de abril de 1945 Magda Goebbels, pidiéndole en nombre de su marido y en el suyo propio que le ayudara a quitar la vida a sus hijos. El médico accedió. El 1 de mayo, por la tarde, tomó de manos de Magda una jeringuilla con morfina y preparó una inyección a los niños para que durmieran. Sin embargo, Kunz no tuvo valor para llevar el crimen hasta el final. Entonces la madre pidió ayuda al médico personal de Hitler, quien junto a ella, introdujo a cada niño en la boca una ampolla de veneno…”