El camino de la Justicia es lento y tortuoso, pero casi siempre merece mucho la pena recorrerlo por lo que reconforta cuando cumple al fin con su cometido. Un sentimiento de bienestar infinito es el que debe embargar ahora a la familia de José Luis Alonso, el conductor y compañero de Tussam que se quitó la vida en noviembre de 2008 como consecuencia de la situación de acoso a la que estuvo sometido tras los incidentes de la huelga de 2007. Hoy ha saltado a los titulares de la prensa la noticia de que el TSJA ha confirmado como accidente laboral su muerte.
Poco a poco, el lento camino que iniciaron sus seres queridos en busca de la reparación de su lamentable pérdida se va viendo recompensado. Lo he escrito aquí muchas veces, durante aquel conflicto se traspasaron demasiadas líneas rojas, demasiadas fronteras que obviaron las lindes obligadas de lo que es la dignidad de las personas. Los máximos responsables de aquellos atropellos, el ex gerente Carlos Arizaga, sus valedores políticos y su séquito de aduladores serviles en el seno de la empresa municipal tienen ahora un motivo más que preocupante para estar nerviosos. Las palabras y la memoria siempre recorren un camino paralelo.
El paso siguiente es la petición a la Justicia que se depuren las responsabilidades que se pudieran derivar del caso. Ya no estamos hablando de un acróstico que representa a una entidad jurídica abstracta tras la que se esconden las aviesas intenciones de seres anónimos que rara vez dan la cara. A partir de ahora se hablará de nombres y apellidos, los de todos y cada uno de quienes colaboraron o pusieron su granito de arena para hacer viable un proceso que culminó con la muerte de un ser humano.
Fuentes de la familia han asegurado, tal y como han hecho desde el principio, que exigirán ante la Justicia “todo lo que sea conforme a derecho”. La reclamación no irá contra la empresa como tal, pero sí “contra los presuntos culpables que la Justicia pueda deducir de nuestras actuaciones”. Porque a cada palo le tocará aguantar su vela “en base a las responsabilidades que hubieran podido incurrir”. Ahora es el turno de la vía penal.
José Luis dejó viuda y dos niñas de ocho y tres años a las que algún día alguien deberá explicarles cómo puede ocurrir algo tan absurdo como la pérdida de una vida humana a causa de un conflicto laboral. Alguien les deberá contar que, por muy increíble que parezca, existen personas a quienes su ambición y su sed de poder les hace traspasar las sagradas fronteras de los derechos humanos. Gente que se caracteriza por la carencia de escrúpulos y la ausencia absoluta de conciencia que le haga discernir que una vida humana vale un millón de veces veces más que cualquier conflicto, por muy grave que sea. Todos ellos tendrán que responder de sus hechos, aunque sea más de tres años después.
Se abre una nueva etapa en el lento discurrir del caso que tiene visas de desembocar en la necesaria justicia que José Luis se merece. Ojalá el feliz término del mismo signifique, además, la paz y el sosiego para toda su familia. Nadie se lo tiene tan ganado como ellos.