Revista Cultura y Ocio
La muerte de la hierba, por John Christopher
Publicado el 21 diciembre 2009 por David Pérez Vega @DavidPerezVegEditorial Guadarrama, 238 páginas.
Hoy ha sido un día extraño: con las vacaciones escolares -de las que disfruto como un niño por ser profesor- a la vuelta de la esquina, he permanecido atrapado en un autobús de línea durante dos horas –he tardado exactamente tres horas y cuarto en llegar a mi puesto de trabajo-. Entre los cien o doscientos metros que separan el intercambiador de autobuses de Plaza de Castilla del hospital de la Paz he estado una hora perfecta, sentado dentro del autobús, mirando por la ventana las capotas nevadas de los coches, el lento desplazarse ante las Torres de la Ciudad Deportiva, y el pasar de páginas de este libro, La muerte de la hierba, de John Christopher. De hecho, he acabado el tercio que me restaba en el autobús. Y la verdad, he de confesar, es que he disfrutado de las dos horas, agobiantes para el resto de viajeros del autobús, como un niño. Así me he acercado al final de esta novela apocalíptica, cuya lectura en circunstancias extrañas me ha hecho retrotraerme al mundo de experiencias desconcertantes de la infancia. Debería decir ya, por otra lado, que para mí John Christopher no es un escritor menor de ciencia ficción, sino un auténtico mito personal, una leyenda en mi educación sentimental como lector.
En quinto de EGB, es decir a los diez u once años, ya se me estaban quedando cortos los libros de Los tres investigadores, que me habían hecho disfrutar mucho un año antes. En quinto quedé prendado de La isla del tesoro de Stevenson, y estaban además los libros de El Barco de Vapor y Alfaguara Juvenil. Los de Alfaguara me gustaban más, tenían un toque más realista, más adulto en el tratamiento de los personajes, y entre ellos además de Michael Ende, Judith Kerr o Christine Nöstlinger estaba John Christopher. El cataclismo que supuso el descubrimiento de sus libros sólo es comparable en mi memoria de lector alevín al de J. R. Tolkien dos años más tarde, y un poco después al de Isaac Asimov, H. P. Lovecraft, o Philip K. Dick ya metido en plena adolescencia; y de entre todos ellos Christopher fue mi primer modelo de escritor a seguir, de escritor de culto.
En quinto de EGB cada alumno llevaba un libro a clase, se guardaban en un armario, se hacían fichas y se creaba una pequeña biblioteca. De ese armario saqué Las montañas blancas de John Christopher, el primer volumen de La trilogía de los trípodes. Me recuerdo perfectamente leyendo este libro, la sorpresa que me provocó la ambigüedad de sus personajes, su adaptación a las circunstancias muchas veces de una forma no heroica, la recreación mental del mundo invadido por extraterrestres al que me desplazaba, la incertidumbre de saber que a diferencia de las otras novelas infantiles o de adolescentes aquí los protagonistas no se encontraban a salvo, cualquier cosa podía ocurrirles a la vuelta de la página. Recuerdo el día que compré la segunda entrega de la trilogía en una papelería de Móstoles, y la búsqueda infructuosa de la tercera en todas las papelerías-librerías de mi ciudad, hasta que la encontré en El Corte Inglés de Princesa. También acabé comprando la primera parte, que releí unas cuantas veces. Leí otros libros de Christopher en Alfaguara: La bola de fuego, Tierra a la vista, Los guardianes y Un mundo vacío (con similitudes argumentales con La muerte de la hierba). Sé que después, cuando yo ya había dejado atrás en mi periplo como lector los libros de Alfagura juvenil, Christopher sacó más libros en esta colección. Igual que sabía que había publicado una novela de ciencia ficción para adultos que estaba traducida al español, y que se llamaba La muerte de la hierba.
El crítico de ciencia ficción David Pringle escribió una famosa guía sobre el género, que en España publicó Minotauro: Ciencia Ficción, las 100 mejores novelas. La muerte de la hierba aparece comentada en las páginas 63-64. Leí esta referencia muchas veces hace años, mientras era un lector adolescente de ciencia ficción. Cuando a los diecinueve años dejé el género, no me había vuelto a preocupar que esa novela publicada por la editorial Guadarrama en 1976 fuese inencontrable. Sin embargo la vi este verano en la librería de segunda mano del centro de Madrid La tarde libros: no pude resistirme. Además ahora he regresado esporádicamente al género con el que crecí.
La edición de Guadarrama tiene una plaga de erratas (la más divertida es que en una ocasión al protagonista John le llaman Juan) y al traductor Angel García Fluixá se le cuelan unos cuantos catalanismos del estilo “habían muchos coches en la carretera”, pero el libro fluye bien y la historia rápidamente arrastra al lector.
La muerte de la hierba se publicó en 1956 y se enmarca en la línea de ciencia ficción catastrofista. Según la contraportada, Christopher es un seguidor inglés de John Wyndham, un escritor muy popular en su momento, y del que leí en la adolescencia (gracias a las recomendaciones de la guía de Pringle) El día de los trífidos, una de las mejores novelas de la ciencia ficción catastrofista que recuerdo. Aunque para mí la mejor novela de esta corriente de la CF es La tierra permanece de George R. Stewart, de 1949 y que en España sacó Minotauro, una joya de la infravalorada en España CF. Aunque por qué no citar también Soy leyenda de Richard Matheson, otra joya que el cine destrozó hace poco, o Un mundo sumergido de J. G. Ballard.
En La muerte de la hierba un virus empieza a atacar al arroz, con terribles consecuencias en China. Algo que para los protagonistas ingleses de la novela parece quedar muy lejos ya que no saben aún que este virus va a mutar y va a afectar también al resto de hierbas que sirven de alimento a personas y ganado: cebada, trigo…
La situación se empieza a descontrolar en la civilizada Inglaterra más rápido que lo que los protagonistas habían intuido. Uno de ellos, que trabaja en la administración, se entera de que ante la inminente crisis alimenticia el gobierno planea bombardear las ciudades principales con armas nucleares y evitar el caos absoluto que ha acontecido en Oriente, preservando así parte de la vida rural.
Los protagonistas deciden abandonar Londres, pese a la prohibición, y buscar el valle en que vive el hermano de uno de ellos, granjero que ya ha previsto la siembra de patatas y remolacha (cultivos resistentes al virus) y cuyo valle es una fortaleza natural que podrá ser defendida del asedio de hordas hambrientas. Las aventuras acontecidas durante este viaje constituyen el cuerpo de la novela. No he leído La carretera de Cormac McCarthy, pero creo detectar similitudes argumentales.
El tema principal del libro es el escaso tiempo en que se puede resquebrajar la sociedad y los ciudadanos de a pie convertirse en asesinos sin escrúpulos luchando por sobrevivir. Una novela, como el género apocalíptico de la CF, escrita durante la Guerra Fría y su miedo nuclear, y sólo una década después del fin de la Segunda Guerra Mundial y los campos de exterminio nazis, protagonizada por ex combatientes y escrita con el cinismo de alguien que también estuvo en combate.
La novela es tensa, visual, agobiante, creíble… sólo hay que pensar en las noticias de la guerra de los Balcanes, de hace menos de quince años, para comprender qué rápido el hombre puede olvidarse de la civilización; aunque justo esto, el tema del libro, ha sido lo que he encontrado cómo crítica a la novela de otros internautas. En todo caso, aquí no puedo hacer oídos a las críticas, ni a los fallos de traducción, ni a la falta de profundidad psicológica de los personajes, esta es la novela para adultos de John Christopher, y para mí ya esto es un mito, una leyenda personal capaz de hacerme disfrutar, con la tensión de un niño, durante un, agobiante para los adultos, atasco apocalíptico de dos horas.