Revista Solidaridad
Julio Azael
Zepeda, de Barranquilla, Colombia, se probó el traje una vez más. Era un traje
viejo, de más de cinco años, pero por eso mismo le tenía más aprecio. Todo lo
encontró correcto: las medidas, el color, la tela, los adornos. Y como desde
hacía cinco años, sonrío satisfecho. Después de colgar el traje en el ropero,
salió a la calle. En pocos días comenzaba el carnaval barranquillero, pero en
la calle, inesperada e intempestivamente, lo atropelló un carro tirado por
mulas. Julio Azael encontró la muerte, y allí en el ropero quedó esperándolo su
traje de «La muerte». Porque ese era el disfraz que usaba con todo éxito cada
año en el carnaval. Se vestía de muerte para desafiar a la muerte. «Fue la
muerte de la muerte», anunciaron los diarios de Barranquilla. Aquí tenemos otra
de tantas ironías de la vida. Julio Azael Zepeda se disfrazaba todos los años
con el disfraz de Muerte: paños negros, esqueleto pintado, calavera pálida. Era
uno de los mejores disfraces del carnaval de Barranquilla. Pero de tanto
bromear con la Muerte, la Muerte de Carnaval, lo sorprendió la otra muerte, esa
que no es un disfraz ni un chiste ni un carnaval: la muerte auténtica y
verdadera. Lo que llamó la atención fueron los titulares de los diarios: «Murió
la Muerte»; «La Muerte encontró a la muerte»; «La muerte de la Muerte». Todos
los titulares giraban en torno a la misma paradoja, la misma ironía, el mismo
chiste macabro. Sin embargo, el concepto de «la muerte de la muerte» es
perfectamente bíblico. Es una de las promesas más grandes que Dios le ha hecho
a la humanidad. Lo expresa en verso el profeta Oseas en el capítulo 13 de su
profecía: « ¿Dónde están, oh muerte, tus plagas? / ¿Dónde está, oh sepulcro, tu
destrucción? / ¡Vengan, que no les tendré misericordia!» (v. 14). Y en el libro
del Apocalipsis, la última gran profecía de la Biblia, se estampa: «Ya no habrá
muerte» (21:4). La muerte, que ha sido la compañera inseparable del hombre
desde el día en que Adán pecó y ha sido la más temible experiencia de todas, un
día dejará de existir. Ya no atacará más, ni morderá más, ni volverá a destruir
felicidades e ilusiones, ni a provocar dolores y lágrimas. Sólo Jesucristo, el
Señor resucitado y viviente, tiene el verdadero y absoluto poder sobre la
muerte y el sepulcro. Solo Cristo tiene Vida eterna Para darnos.
por el Hermano
Pablo