Los médicos lidiamos de forma habitual con la enfermedad y la muerte, dos de los cuatro jinetes del apocalipsis, que representan: la guerra, la enfermedad, el hambre y la muerte.Todos los galenos pasamos horas con la enfermedad, o lo que es lo mismo al lado de nuestros pacientes enfermos, muchos vemos morir habitualmente personas, pero te gradúas emocionalmente de verdad cuando un niño muere en tus brazos, en ese momento puedes perder tu rumbo como médico, te enfrentas al verdadero estrés de la medicina real, echas de menos no ser omnipotente para poder salvarlo y piensas que todo tus años de aprendizaje han sido en vano, la incertidumbre se apodera de ti para siempre.La muerte de un niño es la muerte de la vida. Los niños aunque estén muy enfermos siempre tienden a vivir, al igual que los ancianos tienen predisposición a la muerte. Cuando infante y anciano caminan sobre la misma línea, la línea de la vida, si hay un desequilibrio sobre ella, los críos permanecen en el lado de la vida mayoritariamente, las personas de edad, en cambio, suelen despeñarse hacia el lado de la muerte.Nunca se olvida cuando te toca y está presente durante toda tu vida profesional, es una de las peores situaciones que puede presenciar un médico.Padecía un cáncer infantil terminal, el hospital estaba a mas de 100 kilómetros, lo único que hice fue llamar por teléfono al pediatra del hospital para que me dijese la dosis de morfina adecuada para quitarle el dolor, el niño acabó muriendo en casa, fue una elección.Me preavisaron por teléfono durante una guardia, traían un niño que se había atragantado, estábamos preparados, una oleada de adrenalina recorría mi cuerpo, lo recibimos e iniciamos maniobras de RCP, pero todo fue inútil, esta vez se decantó hacia la muerte, en la sala de espera estaban sus padres esperando mi veredicto.
He visto a muchas personas en el momento en que la vida abandona su cuerpo, pero cuando esa visión es la de un niño, nunca te deja, la recuerdas siempre y es entonces cuando tu certidumbre de la medicina desaparece.
The doctor, 1891. Sir Luke Fildes
Tate Gallery. Londres
Médico Rural