En plena crisis de pareja, un retratista de cierto prestigio abandona Tokio en dirección al norte de Japón. Confuso, sumido en sus recuerdos, deambula por el país hasta que, finalmente, un amigo le ofrece instalarse en una pequeña casa aislada, rodeada de bosques, que pertenece a su padre, un pintor famoso.
En esa casa de paredes vacías, tras oír extraños ruidos, el protagonista descubre en un desván lo que parece un cuadro, envuelto y con una etiqueta en la que se lee: "La muerte del comendador". Cuando se decida a desenvolverlo se abrirá ante él un extraño mundo donde la ópera Don Giovanni de Mozart, el encargo de un retrato, una tímida adolescente y, por supuesto, un comendador, sembrarán de incógnitas su vida, hasta hace poco anodina y rutinaria.
Murakami (Kioto, 12 de enero de 1949) es un escritor y traductor japonés, muy aficionado a la música y al deporte que vivió la mayor parte de su juventud en Kōbe y es autor de varias novelas y relatos. Sus obras han generado críticas positivas y numerosos premios, incluyendo los premios Franz Kafka y el Jerusalén entre otros.
La ficción de Murakami, a menudo es muy criticada por la literatura tradicional japonesa, dado que es surrealista y se enfoca en conceptos como el fatalismo.
Es considerado una figura importante en la literatura posmoderna y algunos le consideran uno de los mayores novelistas de la actualidad. Ha sido candidato al Premio Nobel de literatura en repetidas ocasiones, sin que hasta el momento haya obtenido el galardón. Entre sus obras más conocidas publicadas es España destacan: "Tokio Blues" (2007), "Kafka en la orilla", "Baila baila baila" (2013), "1Q84 libros 1 y 2" (2012). "De que hablo cuando hablo de correr" (2011), "Los años de peregrinación del chico sin color" (2014), etc. El Libro 1 de "La muerte del comendador" se publicó en 2018 y el Libro 2 en 2019.
¿De qué va la novela?
El libro 1 comienza con un pintor de retratos bastante cotizado y recién separado deambulando por el país sin rumbo fijo, hasta que un antiguo compañero y amigo de Facultad, Masahiko Amada, le ofrece quedarse en la casa vacía de su padre en lo alto de la montaña rodeada de bosques. Una casa ideal para no hacer nada más que pintar, leer, escuchar música, pasear por el campo, pero sobre todo un lugar donde intentar cicatrizar sus heridas y reencontrarse consigo mismo.
Su éxito como retratista se debe sobre todo a que es único plasmando en el lienzo la esencia de las personas que permanece oculta bajo la superficie del rostro, entendiéndolas de una manera plástica más allá de las palabras y la lógica. Para ello, no es imprescindible que posen para él, pero sí necesita entrevistarse con sus clientes, conocer detalles sobre sus vidas.
En mis cuadros siempre terminaba por aparecer algo que no lograba atrapar en la realidad: dibujaba en una especie de plano oculto señales de mí mismo que la gente no era capaz de percibir Necesitaba algo que se hallaba escondido bajo la superficie. Dicho de otro modo, debía ir en busca de aquello como si fuera una recompensa. Debía descubrir esa cosa y llevarla hasta el lienzo, no hacía falta que fuera algo bello. En determinados casos, incluso podía tratarse de algo feo, pero, de todos modos, para encontrarlo debía comprender bien a Marie y no equivocarme.
A los pocos meses de vivir allí, nuestro pintor sin nombre (nunca se nos desvela ese detalle) descubre escondido en el desván un cuadro envuelto con un título: "La muerte del comendador". Una obra de estilo tradicional japonés realizada muy probablemente en el pasado por el dueño de la casa Tomohiko Amada, que escenificaba a "Don Giovanni" la ópera de Mozart, con unos personajes tan perfectos y persuasivos que parecen reales. En ese momento él no podía saberlo, pero ese hallazgo iba a abrir la caja de Pandora provocándole un cambio radical en su vida.
Era una obra perfecta, magnífica. Y no solo se trataba de que estuviera pintado con una técnica asombrosa, sino que la escena desprendía un magnetismo, una especie de poder fuera de lo normal. A nadie con una mínima noción de arte se le habría pasado por alto. Algo conmovía profundamente el corazón del espectador, como si fuera una sugestión, una puerta capaz de llevar la imaginación a otra parte.
Después entra en escena su misterioso y peculiar vecino Wataru Menshiki (cuyo apellido significa "eximirse del color"), un excéntrico millonario que le encarga un retrato a cambio de una buena suma de dinero. Además descubre por azar en el bosque un montículo de piedras a través del cual se escucha por las noches el sonido de una campanilla o un gong, que le despierta cada madrugada prácticamente a la misma hora. Su amigo Menshiki también lo escucha y se ofrece a ayudarle económicamente a levantarlo para descubrir lo que hay debajo, dejando al descubierto un agujero circular en el suelo de casi dos metros de diámetro, una especie de sala de piedra. Y entonces ya no habrá vuelta atrás, ya no se podrán cerrar esas puertas abiertas a otros mundos paralelos, a esos senderos de ida y quién sabe si también de vuelta para los personajes de la novela, donde la realidad y la ficción se confunden tanto para ellos como para el propio lector.
¡Que ganas de volver a leer a mi querido Murakami! No tenía muy claro qué me iba a encontrar en esta bilogía, y lo que me he encontrado ha sido a Murakami en estado puro, al de antaño que tanto me hizo disfrutar en obras como "Kafka en la orilla" (mi preferida, sin duda) o "1Q84"
No hay más que echar un vistazo por el blog para entender que es uno de mis autores favoritos, o tal vez incluso "mi favorito": siete libros reseñados (y alguno más que leí antes de abrir este, mi espacio virtual y que no están por aquí).
Tengo amigas a las que, si un autor o autora les fascina, se lo leen ABSOLUTAMENTE TODO de ellos (a una en concreto que es fan de Henning Mankell, no le falta ni uno solo por leer), pero los que me visitáis habitualmente sabéis que no es mi caso, que yo, por mucho que me guste una novela es raro que repita con el autor. No por nada en especial, no. Únicamente el hecho de trabajar en una biblioteca y tener a mi disposición tantos y tantos autores por descubrir, es el motivo por el que no suelo repetir. También sabéis que me dan pereza las sagas, si es más de uno, me cuesta. Pero en este caso, fue terminar el libro 1 e inmediatamente empezar con ansias el 2. Y ambos no me han durado ni un suspiro . . .
El libro 1 es un poco introductorio: el autor nos introduce despacio, tomándose su tiempo (puede que a algún lector le pueda costar un poco entrar en la historia) en la nueva vida de nuestro protagonista recluido en la casa de la montaña, que vuelve a pintar retratos por encargo de su vecino y nuevo amigo Menshiki. Nos guía hasta el descubrimiento del cuadro oculto en la casa, "La muerte del comendador", hacia el origen de esa campanilla que suena cada noche y el agujero debajo de las piedras que la cobijan.
En el Libro 2 a Murakami ya se le empieza a ir la olla (dicho desde el cariño y la positividad), empieza a desvariar como en sus mejores momentos, ofreciéndonos personajes que salen de los cuadros en forma de ideas que interactúan en versión diminuta con el pintor, agujeros en el suelo que conducen al mundo de las metáforas y ríos que separan la nada del todo. Aquí es donde nos adentramos de lleno en el realismo mágico y el surreal universo murakamiano. ¡Es increíble la fantasía que puede llegar a tener este hombre!
¿Soy un espíritu? No, os equivocáis. Un espíritu no soy, sino una simple idea. Un espíritu, en esencia, es una presencia sobrenatural, pero no es mi caso. Yo existo con muchas limitaciones.
Y nuestro pintor sin nombre se ve atrapado en un potente remolino cuya corriente le arrastra y ya no puede retroceder, ya es demasiado tarde. Pero al final, todo encaja.
Sí, mucho, porque como ya os he contado antes, a mi modesto parecer ha vuelto el Murakami que más me gusta, con el que más disfruto, al que se le va la pinza. Porque con este autor me sucede algo curioso: no necesito conocer las causas de lo acontecido, ni los porqués de sus tramas, de sus argumentos que mezclan realidad con irrealidad y toques paranormales, o el significado de sus historias muchas veces inacabadas (más bien dejadas al libre albedrío de la interpretación de cada uno).
Me refiero a que muchas veces perdemos la noción de dónde está el límite entre la realidad y la irrealidad. Es como si ese límite no parara de moverse, como una frontera que se desplaza según le parece. Hay que andarse con mucho cuidado con ese movimiento. Si no, uno deja de saber dónde se encuentra.
Me basta con el placer que me produce leerle, con disfrutar de su peculiar prosa sencilla, y a la vez potente y profunda (¿es eso posible? sí, lo es), porque solo él logra convertir la cotidianidad del día a día en algo especial e interesante. Porque para leer a Murakami es necesario hacerlo con la mente abierta, desprenderse de prejuicios y estar dispuesto a renunciar a la lógica para poder abrazar sus extravagancias.
El mundo es representación. La realidad es representación y la representación es la realidad [...] La lógica y la realidad no existen.
Si hago un esfuerzo e intento salir de la "no objetividad" en la que me envuelve este autor (avisaos quedáis, puede que exista en mí una predisposición innata a que sus obras me gusten), podría sacarle alguna pega, vale: creo que hubiera resultado más adecuado fundir los dos libros en una solo, eliminando algún que otro capítulo un poco reiterativo del que probablemente se podría haber prescindido. Pero . . ., eso como podéis imaginar para mí no es ni ha sido ningún problema ya que, aunque no cuente nada en especial, leerle siempre me resulta una delicia.
Resumiendo: "La muerte del son dos típicas novelas murakamianas con personajes atractivos y muy bien descritos, donde lo real y lo irreal van como siempre de la mano y hay cabida para sus variados temas recurrentes: la soledad, el arte, lo onírico, las relaciones de pareja, el erotismo y el sexo, todo ello aliñado con mucha música clásica y unas cuantas piezas de ópera de fondo.
"Es posible que no haya nada absolutamente cierto en este mundo, pero debemos creer en algo."
"En la vida las pruebas siempre acaban llegando y son una buena oportunidad para volver a empezar. Cuanto más duras, más útiles serán en el futuro."
"En realidad, nadie puede decir qué es verdadero y qué no lo es. Todo lo que ven nuestros ojos es producto de una conexión. La luz que hay aquí es una metáfora de la sombra, y la sombra es una metáfora de la luz."
Mi nota, por supuesto la máxima: