Revista Cultura y Ocio

La muerte del padre, karl ove knausgard

Publicado el 12 febrero 2015 por Ana Ana Fidalgo
LA MUERTE DEL PADRE, KARL OVE KNAUSGARDRECUERDE EL ALMA DORMIDALa muerte del padre, Karl Ove Knausgard,2009
Cuando explico a mis alumnos las Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre intento transmitirles que la elegía como motor literario dota a la obra de una fuerza tremenda al situarnos como punto de partida en un dolor real alrededor del cual toda disertación se convierte en una representación de la verdad más íntima del ser humano.
La posmodernidad ha entendido la elegía --tal vez toda representación-- desde la frontera de la ironía donde la perspectiva narrativa se distorsiona. Pero el canto dolorido --sobre todo el que provoca la muerte de un padre (como bien sabía Manrique)--, cuando manifiesta las luces y las sombras, las concavidades amorosas y las despiadadas aristas que sustentan las relaciones paternofiliales, solo puede tratarse desde un punto de vista más honesto, más árido, desde el cual la literatura se desnuda de su pose finisecular (o principiosecular), de su gesto manierista en todo caso, para acometer la empresa de una forma realista, cruda, en la que imperen los principios de la honestidad más rigurosa, ahuyentando tanto la tentación de la autocompasión y el engaño sentimental como la trampa de la mordacidad distanciadora.
Es lo que hace aquí Knausgard. No entraré a valorar la polémica surgida en su país a raíz del componente biográfico de la obra, ni citaré el manido fragmento donde define escribir como descubrirnos de entre las sombras de lo que sabemos, ni repetiré que su estilo es proustiano en tiempos antiproustianos. O sí: citaré que escribe sobre él mismo con la minuciosidad vívida de un Proust actual, girando suavemente alrededor de las sombras de lo que sabe, porque así se topa de bruces con una imagen tan real de sí mismo que no parece necesitar de la literatura. Pero sí la necesita. Porque literatura es llenar cien páginas con la descripción de las dificultades para llevar cerveza a una celebración de fin de año de adolescentes; literatura es observar cada retazo de vida, entregarse a la contemplación de las sombras que se forman en cada ínfimo detalle de lo cotidiano.
LA MUERTE DEL PADRE, KARL OVE KNAUSGARDPero literatura es también la percepción de lo sombrío, la oscuridad de las sombras, y ahí está esa abuela alcohólica viviendo entre basura y sus propios excrementos, y la sobrecogedora narración de la desesperación silenciosa con la que el narrador y su hermano se afanan por recuperar la dignidad de aquel lugar en el que su padre acaba de morir. Lo acompañamos en la descripción minuciosa del proceso de limpieza de la casa, en el esfuerzo triste y agotador por recoger basura y botellas vacías, por desinfectar, por deshacerse del olor a orines, por escarbar en la putrefacción del hogar en busca de recuerdos humanos que salvar. El intento de resucitar la casa de ese estado de decrepitud es un símbolo del propio propósito del narrador de rescatar su memoria, de purificar su alma herida por la frialdad y el desprecio de un padre al que intentaba agradar sobre todas las cosas. Limpiar para curar, para sobrevivir, para liberarse de la vergüenza, de la frustración, del miedo al fracaso; para hacer recordar (despertar) a su alma dormida.
Estremece asistir al empeño desgarrador de la abuela --una sombra en sí misma-- por conseguir algo de alcohol sin pedirlo, y a la humanidad del nieto intentando disimular la vergüenza al proporcionárselo de forma compasiva.
La muerte del padre sobrecoge porque es verdad, porque es literatura, porque no pretende ser ni lo uno ni lo otro. Transmitir la esencia del hombre en su proceso vital es ambas cosas, como deslizarse por la vida presenciando el espectáculo banal de la existencia y caer de bruces en la verdad de lo literario.


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