Por Fernando Iwasaki / Sevilla, España
(Publicado originalmente en periódico digital La República, Ecuador, el Jueves 4 de diciembre de 2014 en OPINIÓN)
Gabriela Alemán. Foto, diario La Hora, Quito,
A pesar de la injusticia que supone la tenue visibilidad de la literatura ecuatoriana, Gabriela Alemán (1968) forma parte del núcleo duro de la mejor narrativa latinoamericana contemporánea gracias a novelas como Body Time (2003) y Poso Wells (2012), aunque sobre todo por sus libros de cuentos Maldito corazón (1996), Zoom (1997), Fuga permanente (2001) y Álbum de familia (2010). De hecho, la publicación de los relatos reunidos bajo el título La muerte silba un blues (2014), confirma a Gabriela Alemán como una de las mejores escritoras contemporáneas de cuentos en lengua española, pues se trata de un libro que contiene una originalísima propuesta que procedo a desarrollar.
Cada uno de los cuentos de La muerte silba un blues (Random House, 2014) tiene por sí mismo la calidad suficiente como para merecer los mejores elogios. Por ejemplo, «El extraño viaje» narra la recreación ecuatoriana de la célebre transmisión de la invasión alienígena que Orson Welles llevó a cabo el 30 de octubre de 1938 por la CBS y que fue replicada en Radio Quito el 12 de febrero de 1949 por un equipo de actores de radioteatro. Gabriela Alemán tiende hilos entre la primera emisión neoyorkina y la segunda ecuatoriana, a través de un personaje que incluso le permite tender nuevos hilos hacia posteriores adaptaciones, como la de radio Bio-Bio de Valparaíso en 2013. Me refiero al misterioso actor chileno Alcaraz, a quien Gabriela Alemán sitúa en una residencia de la tercera edad en «El diabólico Dr. Z», otro relato memorable de La muerte silba un blues.
«Beautiful but dangerous» es el cuento que más me ha deslumbrado, pues su estructura de diario personal o cuaderno de viaje le ha permitido a Gabriela Alemán crear una fascinante voz narradora encarnada en una europea que se enfrenta a la poderosa naturaleza andina y amazónica del Ecuador después de abandonar a su marido. Las descripciones de los paisajes, de los poblados y de los rifirrafes sexuales, así como las reflexiones acerca de la soledad, la identidad y la memoria se me antojan turbadoras y magistrales. Finalmente, los demás relatos de La muerte silba un blues consienten varios registros como el policial («Succubus»), erótico («Labios rojos»), terrorífico («Venus in furs»), ciencia ficción («Al otro lado del espejo») y hasta fantástico («Fu Manchú y el beso de la muerte»), mas si tuviera que destacar ciertos rasgos comunes entre ellos mencionaría la sordidez elegida, la violencia gratuita y una sexualidad borrascosa, como la que se aprecia en «Eugenie», un relato brutal y seductor que podría servir de guión para una porno de arte y ensayo de altísimo presupuesto.
Sin embargo, todos los cuentos de La muerte silba un blues adquieren una entidad distinta a la luz del liminar del libro, donde Gabriela Alemán descubre una carta marcada: “¿Qué pasaría si un libro de ficción tomara prestados los métodos de producción de un director de cine? ¿Si las atmósferas tuvieran tanto peso como las historias y aparecieran, una y otra vez, los mismos personajes en los relatos?”. Así, el director escogido por Gabriela Alemán resulta ser el español Jesús Franco, guionista, productor y director de películas porno, psicosexuales y de Serie B, convertido cineasta de culto gracias a la admiración de otros directores y sobre todo de su sobrino carnal, el escritor Javier Marías, quien lo convirtió en personaje habitual de sus novelas, artículos y memorias. Por la red circulan los artículos que Javier Marías le dedicó a Jess Franco, Jess Frank, Jess Redux o Clifford Brown, porque Franco recurría indistintamente a diversos heterónimos. Pues bien, Gabriela Alemán –cinéfila, estudiosa del cine y autora del ensayo Cine en construcción: largometrajes ecuatorianos de ficción (1924-2004)- dedica La muerte silba un blues a la persona que le descubrió la obra de Jess Franco y en el colofón revela que cada uno de los cuentos del libro se llama como otras tantas películas del «Rey de la Serie B», abriendo así un diálogo literario con el cine de autor que cada lector debería poner en pie por su cuenta.
En España Jesús Franco no es ningún desconocido, pero en América Latina sus películas quizá no formen parte de la memoria sentimental de una mayoría representativa. De otro lado, los filmes de Franco no han envejecido mal y su estética «cutre» o kitsch ha devenido multinacional, pues lo mismo recuerda a John Waters que a Almodóvar, sólo que con Christopher Lee, Jack Palance, Herbert Lom, George Sanders y toda una constelación de estrellas del porno mundial. Por lo tanto, leer los cuentos de Gabriela Alemán y encima ver las películas gamberras, chirriantes y «psicosexuales» de Jess Frank a través de los infinitos recursos que ofrece la red, promete ser una experiencia maravillosa para quienes se animen a regalarse la ocasión.
Gabriela Alemán no ha escrito solamente un fabuloso libro de cuentos. Más bien, ha abierto una puerta hacia un universo donde los diálogos, homenajes, parodias y recreaciones podrían conquistar un nuevo territorio para los amantes del cine y la literatura.
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Archivado en: Cuento, Reseña Tagged: Gabriela Alemán, Orson Welles, Radio Quito