Entrevista exclusiva a Berta “Pochi” André, la mujer de Ricardo Barreda
“Yo le digo a Barreda que se deje de joder y que empiece a vivir la vida”
Publicado el 13 de Marzo de 2011
Por Gastón Rodríguez
Por primera vez, un periodista entró a la casa de la novia del odontólogo que mató a toda su familia. Cómo es la convivencia de la pareja en el departamento de Belgrano. Cuentan que en las noches se comunican con los muertos.
Todas las noches Ricardo Barreda se sienta al borde de su cama, nunca es antes de la una, cuando ya esta desvestido y algo más derrotado. Con las manos apoyadas a cada lado de la sien, el hombre cierra los ojos y permanece quieto durante seis o siete minutos y algunas veces hasta nueve o diez, según el reloj chino de la mesa de luz. Se sabe que Barrera no reza pero no se sabe nada más. Aunque hay sospechas de lo que sucede en esa pieza.
“Para mí –arriesga Pochi- que habla con sus muertos. Yo no le digo nada porque hay que respetar esas cosas. Las primeras veces le preguntaba si se sentía mal pero siempre me decía que no era nada y que lo dejara tranquilo. A mí me ha preguntado varias veces si yo hablaba con el pasado mío, con mi padre especialmente que esta muerto hace muchos años.
–¿Y usted que le respondía?
–Que por supuesto. Si hasta he visto a mi mamá, que también esta muerta sentada acá en el living. Una vez me preguntó si ella me hablaba y le dije que no, que la que hablaba era yo. Me parece que ese día se quedó más tranquilo.
En homenaje a sus dos abuelas, a Pochi la nombraron Berta Carolina. El apellido André lo heredó de un padre francés, el mismo que la bautizó con ese apodo inmortal que tomó prestado del personaje de historieta Pochita Morfoni, una golosa incorregible que siempre sucumbía ante los postres.
De su pasado como docente le quedó una jubilación de directora de la que no se queja y una vocación amorosa a imaginar a todos como nietos suyos.
La mayor parte de sus 74 años los pasó en el anonimato, que recién se quebró un domingo de sol en el patio de la Unidad 9 cuando oficializó con el “doctor Barreda”, como le gusta llamarlo cuando se pone en pícara. La mujer, además, es la garante de su detención domiciliaria, que desde mayo de 2008 transcurre en este escaso dos ambientes de Belgrano, cuya fachada fue tantas veces filmada y fotografiada que puede emparentársela con el edificio Dakota de Nueva York, donde fue asesinado John Lennon.
Sin embargo, la intimidad de la casa de los Barreda, hasta esta nota de Tiempo Argentino, se había mantenido inexpugnable, ajena al acoso periodístico que incluyó móviles de televisión transmitiendo en vivo desde la vereda o paparazzis trepados a balcones vecinos, borrachos en el afán de conseguir la foto de dos viejos con la guardia baja.
“Fue un atropello total. Yo los odiaba”, se indigna la mujer, quien por mucho tiempo calló lo que ahora se le cae de la boca.
“¿Querés saber que pasó el famoso día que violó el arresto domiciliario? –pregunta. Ricardo se sentía muy mal pero tenía que ir a la última consulta con el médico que lo operó de la hernia. Entonces el Servicio Penitenciario vino, lo llevó y lo trajo de vuelta. Cuando atravesó la puerta y caminó por el pasillo sintió que los edificios de al lado se le venían encima, como si fuera un delirio, o algo así, y entonces volvió a salir y se cruzó hasta la farmacia. Cuando lo fui a buscar estaba casi sin presión y tomando un café con mucha azúcar para recuperarse. Después se sintió un poco mejor y nos fuimos. Ahí nos filman desde adentro de un auto, y como Ricardo tenía una bolsa dijeron que nos habíamos ido a comprar. Mentira. Eran los estudios que le había llevado al médico”.
Aquellas imágenes se trasmitieron en cadena nacional y la opinión pública ayudó a que las justificaciones no alcanzaran. Barreda volvió a la cárcel, aunque sólo por 17 días.
“La última vez en Olmos extrañó mucho. Me llamaba por teléfono y me decía llorando que me quería”, recuerda la mujer.
–¿Cómo es Barreda en la intimidad?
–Es un hombre muy tranquilo, aunque esté sufriendo por dentro. También es muy humilde. Él conmigo empezó a vivir porque era muy ortodoxo, muy estructurado. Yo lo tengo loco desde la mañana temprano, le pongo cumbia porque sé que le da bronca (risas). La diferencia fundamental son los tiempos. Yo soy rápida y él es lento, él siempre con la cama lisita, sin ninguna arruguita, y yo a lo mejor me enrosco en la sábana y le hago una joda. Él me quiere corregir pero para corregirme me tenés que hacer nacer de nuevo. Yo le digo que se deje de joder y que viva la vida. Igual cambió bastante. Hoy es el primer día que me pidió que suba un poco la música.
EL PASADO NO IMPORTA. Pese a las circunstancias, Pochi no se desanima y extiende su primavera. Al buen humor le suma una coquetería de manual: canas teñidas, hombros perfumados y algo de color en los labios. Resistencia, que le dicen.
“Algunos deben pensar que somos unos viejos de mierda que ya nos vamos a morir, pero a lo mejor con todas las cosas que están inventando pasamos los 90 ¿no?”.
Ocupada en eso de vivir, Pochi desatendió el guión de la época y perpetuó su soltería. Incluso, como buena hereje, tampoco cumplió con el mandato de ser madre.
“Yo no me casé porque siempre me gustó la milonga. Me iba a bailar al Savoy y salía justo para tomar el desayuno. Así se fueron pasando los años y cuando me di cuenta ya estaba pisando los 40. Me acuerdo que miraba a las otras maestras y pensaba: “¿Cómo hacen para trabajar todo el día y después ocuparse de sus hijos?”
Karma o lo que sea, Pochi terminó a cargo de un veterano de salud frágil y apellido célebre, condenado a no salir de su casa.
–¿Cómo se enamora una mujer de un hombre que mató a la esposa, la suegra y las dos hijas?
–Mientras a mí no me afecte y no vuelva a hacer cosas raras, el pasado no importa. Nunca me dijo una palabra más alta que la otra. Eso te da fe de que el hombre está tranquilo.
Se sabe que todo comenzó en el año 1994, en una visita a quien era el cuñado de Pochi por aquel entonces. El preso le presentó a otro preso y la mujer se enganchó de inmediato. Pero los detalles de la historia de amor están a continuación y en primera persona.
“Al principio, él me trataba de usted y yo pensaba qué bien se siente una al lado de una persona tan atenta y culta, porque él te hablaba de cualquier cosa, de películas, libros y cuando hablaba te agarraba la mano. Hasta me llamaba todas las noches a la misma hora para saber cómo había llegado a mi casa. Tuvimos relaciones después de un año porque él es un hombre muy delicado. Fue como cualquier mujer lo soñaría.”
–Perdón por la infidencia pero ¿quién se ocupa de los quehaceres domésticos?
–Él cocina y mantiene el baño limpio. Yo hago los mandados y el dormitorio lo hacemos entre los dos.
Un pedazo cortado prolijo de cinta blanca con la inscripción “Toalla para las visitas” pegado en uno de los azulejos confirma el dato. Memorabilia del encierro en estado puro.
“Son cosas que trae de la cárcel, explica Pochi. Eso también se nota cuando cocina. Él abre la heladera, mira lo que hay y con eso se arregla”.
Que la ensalada de apio y roquefort es la especialidad de la casa también dejó de ser un secreto.
–¿Qué esperan del futuro?
–Ahora estoy tratando de convencer a Ricardo que se jubile pero es muy cabeza dura y no quiere porque dice que le gustaría volver a ejercer como odontólogo. Yo le digo que las cosas evolucionaron mucho y que le falta estudio y preparación. Ahora todo el mundo habla de los implantes pero él dice que eso no sirve para nada y que se caen a los cuatro meses. Lo que pasa es que él es de otra época.
Pochi dijo lo último casi susurrando. Una suerte de confesión a escondidas. En el aire del living flota la complicidad hasta que la puerta de la habitación se abre y sale Barreda. Parece algo amargado y nadie sabe si escuchó lo de su cabeza dura o sólo esta de mal humor. La única opción es saludar como si nada.
–¿Como está Ricardo?
–Digamos que bien.
Nota publicada en el diario Tiempo Argentino el domingo 13 de marzo de 2011
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