Edición: Lumen, 2013 Páginas: 192 ISBN: 9788426421678 Precio: 16, 90 € (e-book: 10,99 €)
Piensa en el Infierno y en si será así. Cree que los castigos del Demonio están hechos de imaginaciones humanas. Solo los humanos saben lo que significa despojar a un ser humano de su humanidad. Cree que el Demonio tiene cierta pureza que los humanos nunca poseen. Cree que el fervor divino es ridículo porque existe para ocultar esto: esta celda apestosa, aciaga y sofocante. La vida es una celda apestosa, aciaga y sofocante. ¿Por qué fingimos? Huele a fresas. Sabe que se está volviendo loca. Que venga la lluvia. (Pág. 83).Cuando leí La niña del faro supe que acababa de descubrir a una gran escritora, una voz tremendamente singular a la que querría regresar una y otra vez. Jeanette Winterson (Manchester, 1959), hija adoptiva de una pareja evangélica, se marchó de casa a los dieciséis años para vivir su primera relación con una chica, experiencia de la que más adelante nació Fruta prohibida (1985), su ópera prima. Desde entonces ha publicado más de veinte libros entre novelas, recopilatorios de cuentos, ensayo y memorias, que la han convertido en una de las autoras inglesas más relevantes de su generación. En sus obras trata con frecuencia el tema del lesbianismo y explora diversas épocas históricas desde una perspectiva muy personal, como en La mujer de púrpura, su publicación más reciente. No obstante, precisamente su originalidad, ese lenguaje mezcla de fantasía y realidad, le puede jugar malas pasadas por alejarse bastante de los parámetros habituales de la narrativa. Por eso comienzo esta reseña con una advertencia: esta novela puede resultar fascinante, pero también es extraña, no apta para quien busque una historia contada de forma convencional. Aquello de que la forma importa más que la trama cobra más importancia que nunca. En esta ocasión, Winterson se inspira en los juicios de las brujas de Pendle en 1612 para dar forma al personaje de Alice Nutter, una dama que fue condenada de forma inexplicable junto a un grupo de mujeres pobres. Como la propia autora advierte en el prólogo, su protagonista no es la Alice Nutter histórica, sino que ha inventado una nueva existencia para ella, una existencia en la que el descubrimiento de una fórmula para teñir la ropa de color púrpura le permite salir adelante gracias a su trabajo, sin depender de nadie. Alice suele ayudar al clan Demdike, una familia humilde que ha sufrido muchos abusos porque se la relaciona con la brujería. Sin embargo, pronto sabremos que el vínculo de Alice con esta gente va más allá de la caridad y se remonta a tiempo atrás, a un recuerdo del pasado que la empuja a enfrentarse con valentía al presente. Pero La mujer de púrpura no solo va de brujas: se plasma también la persecución de católicos después de que estos conspiraran contra el rey Jacobo I, un tema que entronca con el hilo principal y que resulta interesante por ser menos conocido en nuestro país. Además, Alice está acompañada por otros personajes que existieron —incluidos algunos célebres, como Shakespeare o el matemático y alquimista John Dee—, aunque, como en su caso, Winterson ha remodelado sus historias. Con este argumento, uno podría pensar que La mujer de púrpura es la enésima obra sobre la caza de brujas que nos enseña cómo unas buenas mujeres fueron ajusticiadas de forma injusta. Sí y no. El sustrato real está ahí y Alice encaja en la definición de protagonista fuerte y luchadora, pero ya adelanté que Winterson lo narra todo a su manera, por eso el libro no tiene nada que ver con una novela histórica cualquiera, como puede ser La herbolera, de Toti Martínez de Lezea, que trata un tema parecido. A medida que avanzamos en la lectura nos olvidamos del factor del género literario, porque la autora convierte todo lo que toca en pura literatura, de la que no admite clasificaciones. En otras palabras: la novela tiene más valor como pieza literaria que como Historia novelada y didáctica. La capacidad de Winterson para hacer suya cualquier idea es realmente asombrosa. Lo primero en lo que se desmarca del canon histórico es en la recreación de una atmósfera gótica con toques paranormales, una ambientación oscura y tenebrosa acorde con lo que sugiere la cubierta. Winterson no duda a la hora de relatar escenas crueles, no escatima en detalles cuando describe una celda ni al narrar un episodio de violencia. Aun así, en estas mismas páginas también es capaz de concentrar los sentimientos más hermosos (su voz es tan sensual, tan sugestiva, tan bella…). Pienso en La mujer de púrpura y pienso en contrastes, porque de algún modo aúna lo mejor y lo peor del ser humano: la niñez y la muerte, el amor y la separación, la belleza y la decadencia, la solidaridad y la tortura, el placer y el dolor, la lucidez y la locura. La lectura misma provoca sensaciones contrapuestas: es tan brutal como delicada, tan asfixiante como cautivadora, tan inverosímil como natural (esto último por la facilidad con la que fluye). La terminé embargada por una sensación de opresión y liberación a la vez. Supongo que se puede decir que Winterson ha sabido plasmar la esencia de una época conflictiva. ¿Y qué hay de la trama? Con esta escritora siempre me ocurre lo mismo: asocio su nombre a evocaciones, a poesía, a magia, a diálogos expresivos y contundentes; no la relaciono con una cadena de acción rocambolesca, aunque en sus libros pasan muchas cosas, por supuesto: los personajes van de un lado a otro, Alice recuerda experiencias del pasado, hay amor, intriga, emoción. Los secundarios no sobresalen especialmente, pero con ella basta para empujar la trama. No obstante, para disfrutar de esta novela hace falta conectar con la personalidad de la narradora, porque el poso que deja trasciende el disfrute inmediato de la aventura superficial; su valor es más íntimo y profundo. No hay que engañarse por su corta extensión ni por sus capítulos breves, puesto que solo demuestran la enorme capacidad de la autora para condensar ideas y aprovechar el espacio. El libro pide una lectura atenta. A pesar de estas sensaciones entusiastas, algunos aspectos de La mujer de púrpura no me han convencido tanto. Para empezar, cuesta un poco entrar en la trama, se introducen muchos personajes y hay que leer despacio para no perderse; por suerte, pasadas las primeras cincuenta páginas todo mejora, el lector se acostumbra a su prosa e identifica sin problemas a los protagonistas. En segundo lugar, creo que podría haber sacado más partido a las escenas del pasado, alargarlas más, porque en ellas había mucha más historia de la que nos ha contado y, aunque me encanta su concisión, en algunos momentos no me importaría que se recreara más. Por otra parte, al lado de La niña del faro me ha parecido más oscura y lineal, menos musical, menos redonda. Las dos son originales y personalísimas, las dos hablan de amor, pero La niña del faro está mejor, es una novela encantadora, de historias dentro de historias, una obra brillante que siempre recomiendo. En cambio, lo primero que he hecho al hablar de La mujer de púrpura ha sido advertir que no convencerá a todo el mundo. La mezcla de su estilo con el ambiente gótico da como resultado un libro que probablemente tiene un público más reducido que el de La niña del faro.
Jeanette Winterson
En consecuencia, animo a leer La mujer de púrpura a los seguidores de Winterson, a los que alguna vez ya se han maravillado por su prodigiosa sensibilidad, por ese tono tan personal y sugestivo. No me atrevo a recomendarla a quienes no la han leído nunca porque, aunque me ha gustado mucho, no la considero representativa de todo lo que esta autora puede dar de sí (para leerla por primera vez optaría por La niña del faro, por ejemplo). Además, acercarse a ella supone aceptar que dos más dos no siempre son cuatro; su universo está completamente alejado del realismo al que estamos habituados y esto puede jugar en su contra. En cualquier caso, yo he disfrutado de todas estas particularidades y he confirmado que las impresiones que tuve cuando la descubrí no eran equivocadas: Jeanette Winterson sigue y seguirá en un lugar destacado de mi estantería.