Nunca antes había estado tan ansioso.
Corría entre los arboles guiándome por los latidos de mi corazón.
Algo me decía que debía seguir.
Ciertos rayos dorados de sol caían sobre el césped y sobre mi cuerpo.
Nada podía nublar mi camino.
De pronto el bosque se abrió y yo me detuve.
Frente a mí, una imponente flor se presentaba.
Era una rosa que aún no había abierto sus pétalos, una rosa que aún no había nacido.
Oprimí mis puños con nervios hasta que mis palpitaciones me dijeron que algo iba a suceder.
La gigantesca rosa comenzó a temblar, sus pétalos comenzaron a abrirse uno por uno, y yo, alucinado, contemplaba la escena.
En centro de la flor y bajo un resplandor de sol, había una mujer.
Esa mujer descendió hacia mi sobre la luz que la cubría.
Mi corazón gritaba de amor, “¡era ella!”, la mujer que siempre esperé, la mujer que siempre quise, estaba ahí, frente a mí.
Todas mis emociones se mezclaban en mi alma.
Me sentía dichoso y repleto de júbilo.
Abrí la boca intentando decirle algo, pero vi un gesto en su mirada que me hizo permanecer en silencio.
contemplándome dijo:
“Puedo ver claramente tu corazón, no digas nada que tu alma me lo ha dicho todo. Esto es lo que yo he esperado para nacer. Lo que yo he esperado para salir de la rosa, y esto según tu alma, es lo que has esperado desde siempre”
Yo estaba paralizado, no sabía qué hacer ni decir.
“parece ser que me has buscado, cuando yo también lo he hecho. Somos el uno para el otro, dos almas separadas al nacer en un mismo romance” murmuró ya muy cerca mío.
Entonces me tomó en un abrazo fuerte y luego de este, me miró a los ojos y dijo:
“el amor está en la naturaleza de nuestras almas, nunca podrá morir.
Desde ahora jamás estaremos distantes, siempre unidos. Nadie podrá separarnos, y hasta el fin de la eternidad nuestro amor vivirá”.