La mujer del espejo -relatos cortos-

La mujer del espejo, que me guiña un ojo pizpireta y adopta estudiadas poses sicalípticas, es forjadora de leyendas malhadadas y amores destronados que acabaron sus días en la cuneta del olvido.
Una legión de hombres disolutos, infectos con el virus de la lascivia antojadiza, ha posados sus manos y labios en su cuerpo estuoso y túrgido, enemigo de las tibiezas de las llanuras y las formas rectilíneas. La mujer del espejo no recuerda ya sus nombres ni sus rostros, pues es su belleza una fonda solitaria donde amarran sus barcos fugaces amantes, embaídos por el fulgor de sus ojos esmeraldinos y su cuerpo deleitoso.
La mujer del espejo es un trofeo, un escaparate repleto de ambrosías y panaceas; todos la admiran y desean. Nadie se queda, empero, cuando el acicate de la conquista deviene ya en recompensa epicúrea y saciedad.
Al otro lado de la calle pasea una mujer anodina que pasa desapercibida como una nube tormentosa de Mayo. Su ordinario talante adocenado, ungido en la opacidad, está nimbado sin embargo del amor risueño de dos retoños retozones y un esposo que naufraga sin remedio en sus ojos avellanados, como si fueran éstos los umbrales a la vida eterna y la felicidad sin fecha de caducidad.
La mujer del espejo se mira y se retoca vanidosa, se ufana envarada de su belleza, sin comprender cómo su estandarte descollante sólo brilla en ausencia, mientras rutila exultante la mujer anodina de la calle de enfrente.