Edición: Anagrama, 2018 (trad. Pilar González Rodríguez)Páginas: 152ISBN: 9788433980212Precio: 16,90 € (e-book: 9,99 €)
Con La mujer desnuda (2016), su séptimo libro, Elena Stancanelli (Florencia, 1965) resultó finalista del Premio Strega, el más prestigioso de las letras italianas. Narra la historia de Anna, una mujer que ronda los cuarenta años, independiente y cultivada, que relata su progresiva autodestrucción después de descubrir que su pareja se ha enamorado de otra. Él no se lo cuenta; lo averigua ella, y decide guardar silencio. El adulterio, un viejo asunto, pero con las particularidades del siglo XXI, a saber: la conexión a Internet, por un lado, y la conciencia que la protagonista tiene de sí misma, por otro. Lo primero implica que los celos derivan en control de las redes, rastreo de contraseñas, mensajes, búsquedas, localización y fotografías. Lo segundo pone de relieve la fragilidad del supuesto empoderamiento de la mujer «moderna», lo poco que importa educar el gusto, tener una profesión cualificada, unos modales, pues todo se viene abajo enseguida cuando la rabia se apodera de ella y la embrutece, la conduce a la obsesión, el sexo, la agresividad, la rivalidad, el lenguaje grosero, la venganza.Se trata de un planteamiento interesante, pertinente con los debates actuales del feminismo. Sin embargo, la novela, en términos literarios, resulta mediocre. Podría haber sido una versión 2.0 de Los días del abandono (2002), una magnífica obra de Elena Ferrante, que también narra la degradación de una mujer desde que su marido la deja por otra. La de Stancanelli podría haber sido una especie de actualización, por cuanto incorpora –y no solo incorpora, sino que constituyen casi su razón de ser– las nuevas tecnologías, con la desinhibición que en ocasiones suscitan y sus posibilidades de espionaje. Pero no funciona, y no funciona porque tiene un estilo pobre. Más que «narrar» con una intención creativa, la protagonista cuenta sus cosas como lo haría en un blog o red social, con un lenguaje llano y fragmentos breves, algunos descaradamente de relleno, sin dar narratividad al texto, sin tensión. Insípido.Por ejemplo, la narradora dice que consigue las contraseñas de su compañero con facilidad, pero no explica cómo. Le cuesta desarrollar una escena e introducir diálogos; solo se apoya en el parloteo, yo, yo, y yo. Como consecuencia, los personajes, incluida la propia Anna, carecen de profundidad. Parece que la autora intenta que la protagonista pueda representar a cualquier mujer como ella (cualificada, fuerte, etcétera, que ante la desesperación pierde el norte), como una forma de expresar que ninguna está a salvo, que el aburguesamiento y la instrucción no espantan a los fantasmas. Con todo, el resultado es plano, lo mismo que el hombre y la amante. Hay, además, cierta pretenciosidad en las referencias cultas que salpican la narración (Nietzsche, Paul Auster, Mary Shelley…), innecesarias en general, muy de mirad qué lista es esta chica y aun así qué loca se vuelve. Busca las metáforas con torpeza (véase la digresión sobre los zumos de fruta o Frankenstein, sin ir más lejos).
Elena Stancanelli
En resumen: le falta literatura. La idea del amor enfermizo en la era hiperconectada tiene potencial, pero está mal ejecutada. Cuesta entender que este libro sea obra de una escritora con experiencia, cuesta entender que estuviera entre los finalistas del Premio Strega. Por el soporte de escritura, es probable que la autora se desempeñe bien como articulista o columnista; no obstante, esa chispa no basta para construir una buena novela o, mejor dicho, el camino para afrontar un proyecto de esta envergadura es, o debería ser, distinto. Por desgracia, hoy abundan los libros como este. Sobre todo, existe una tendencia a ensalzar títulos por explorar experiencias femeninas que antes se silenciaban; el tema por delante de la calidad. Aunque resulte enriquecedor romper tabús, ni los editores ni los lectores deberíamos conformarnos con un nivel tan bajo. Ahí está el caso de Ferrante, que con un argumento similar despliega un armazón espléndido. La mujer desnuda lleva el traje nuevo del emperador.