Revista Comunicación

La mujer en la ventana -realidad y ficción

Publicado el 25 mayo 2021 por Jorge Bertran Garcia @JorgeABertran
LA MUJER EN LA VENTANA -REALIDAD Y FICCIÓN
Dirigida por Joe Wright -Orgullo y prejuicio (2005)- y escrita por Tracy Letts -Agosto (2013)- adaptando la novela de A.J. Finn, La mujer en la ventana nos presenta a Anna Fox -siempre estupenda Amy Adams- como una mujer que sufre agorafobia y que permanece encerrada, espiando a sus vecinos, hasta que un hecho violento ocurre. Esta premisa recordará al lector, seguramente, un clásico como La ventana indiscreta (1954) de Alfred Hitchcock y el film del que hablo, disponible en Netflix, no esconde esta referencia: veremos un fotograma de dicha película en los primeros instantes de la historia, y luego, otros guiños al cine del maestro del suspense. De hecho, el punto de vista de la protagonista se parece mucho en cuando a la puesta en escena, decorados y fotografía, a lo que veía James Stewart con su cámara fotográfica. Pero no estamos ante un remake ni ante un homenaje -creo yo- ya que la historia pronto deriva hacia conceptos que tienen más que ver con los descendientes del autor de Psicosis (1960), como pueden ser los directores italianos que explotaron la fórmula del giallo: argumentos criminales, violencia gráfica y la incógnita sobre quién es el asesino; o el Brian de Palma que muchas veces no hizo más que recrear argumentos hitchcockianos desplegando una exuberante puesta en escena; y sobre todo Roman Polanski, que en Repulsión (1965) y El quimérico inquilino (1976) planteó argumentos desde el llamado terror psicológico. Así, en La mujer en la ventana, no sabemos si lo que ocurre es producto de la imaginación de Anna, si es real o una mezcla de ambas cosas. La mujer será puesta en duda por los que la rodean. Precisamente, se apela al cine de Hitchcock con la intención de plasmar lo que ve Anna de una forma poco realista, como una ficción estilizada en la línea del cine clásico de Hollywood, para que nosotros, también, desconfiemos de su percepción. Esta idea podría justificarse en un rasgo del personaje: su cinefilia. 
Una mujer en la ventana es una estupenda película, brillante sobre todo en la puesta en escena de Wrigth, bien apoyado por un fantástico diseño de producción que logra convertir la casa en la que ocurren los hechos en más que un escenario, en un elemento clave de la historia. El argumento es retorcido -aunque no precisamente original- y tiene una forma interesante de internarse en la psique de la protagonista que roza la abstracción, trayendo a mi memoria, por ejemplo, una película tan libre como Estoy pensando en dejarlo (2020) de Charlie Kaufman. Y sobre todo, estamos ante una película muy bien interpretada: no hace falta alabar a Amy Adams, pero es que está rodead de actores magníficos, que en sus breves escenas consiguen aportar mucho a la historia y al clima de incertidumbre y desazón que genera la película. Mencionemos a Julianne Moore, magnífica y ambigua; a un violento y aterrador Gary Oldman; también a Wyat Russell, Jennifer Jason Leigh, Brian Tyree Henry y hasta un sorprendente Anthony Mackie; también al propio Tracy Letts y sobre todo a un joven Fred Hechinger que parece la reencarnación de Joaquin Phoenix. Cada uno de ellos tiene un papel limitado que debe encajar a la perfección en un argumento que intenta funcionar como un reloj. Quizás este mecanicismo argumental es el peor defecto de la película. Pero sí quiero destacar cómo Una mujer en la ventana se las arregla para hablar de los miedos e inseguridades durante la pandemia: el encierro, el no querer salir de nuevo a la calle, la desconfianza en el vecino, la confusión sobre nuestra propia identidad. Y cómo podemos construir ficciones -hitchcockianas, conspiranoicas o negacionistas- para sobrellevar la pérdida.

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