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La mujer helada - Annie Ernaux

Publicado el 07 marzo 2016 por Rusta @RustaDevoradora

La mujer helada - Annie Ernaux

Un apunte sobre la edición: el libro que se cita como Las cuatro hijas del doctor March (p. 24) se conoce en España como Mujercitas.

Annie Ernaux (Lillebonne, Normandía, 1940) se ha ganado un lugar respetado entre los narradores franceses gracias a una veintena de novelas autobiográficas en las que aborda, desde una perspectiva más sociológica que literaria, temas tan cotidianos como la infancia, el matrimonio o la enfermedad, con predilección por todo lo que constituye el universo "femenino" para una mujer de su generación (aborto, maternidad, conciliación, etc.). Sus obras han sido publicadas por la prestigiosa editorial Gallimard, y entre los galardones que ha recibido destacan el Prix de la langue française 2008 por el conjunto de su obra y el Prix Renaudot 1984 por El lugar (1983; Tusquets, 2002). La mujer helada (1981; Cabaret Voltaire, 2015), que se ha traducido recientemente al castellano, narra la trayectoria vital de una mujer desde su niñez, en el seno de una familia pequeñoburguesa, hasta que contrae matrimonio y tiene dos hijos. Con esto último, deviene una "mujer helada", una mujer que padece las tensiones por la incompatibilidad entre sus responsabilidades familiares y sus ambiciones.

Por los asuntos que plantea, la obra se puede relacionar con autoras como Margaret Drabble, Elena Ferrante o Edna O'Brien, que asimismo ponen el dedo en la llaga en los conflictos propios de las mujeres occidentales en la segunda mitad del XX. Ahora bien, en el tratamiento literario resultan totalmente diferentes. Ernaux no escribe "historias" con sus personajes, su trama y sus experimentos literarios, sino un tipo de autoficción que está más cerca de la radiografía de la sociedad que de la creación estética; adopta una mirada etnográfica hacia su vida, que le permite plasmar su evolución con la mayor objetividad posible, a través de una voz clara, directa y sin tapujos, que busca ante todo mostrar un aspecto "incómodo" de la realidad social para que el texto ejerza a la vez de denuncia. De hecho, aunque escriba desde su "yo", al leer La mujer helada se tiene la sensación de leer un libro escrito desde el "nosotras", porque toca cuestiones que atañen a todas sus coetáneas, es decir, a las mujeres blancas, heterosexuales, francesas, cultas y de clase media.

Al referirse a La mujer helada, la crítica suele ensalzar su retrato subversivo de la mujer casada, esa mujer que en apariencia lo tiene todo -marido, hijos, posición económica estable- y, sin embargo, se siente insatisfecha, atrapada en un hogar que ha aniquilado sus inquietudes. No obstante, antes de llegar a esa parte, Ernaux relata, con inteligencia, cómo transcurrió su vida desde la infancia, con el objetivo de poner de relieve el modo en el que ha ido asumiendo determinados roles, las situaciones precisas en las que el patriarcado irrumpe en la existencia de una muchacha y se enquista en ella sin que se dé apenas cuenta. Porque, como dijo Simone de Beauvoir, "No se nace mujer, se llega a serlo", y el proceso por el que llega a serlo es de carácter social. Ernaux comienza, por lo tanto, con una reconstrucción de su niñez, una niñez singular porque pertenecía a una familia atípica: el padre se encargaba de la casa, mientras que la madre impulsaba a la hija a estudiar, a formarse y decidir por sí misma, a aprovechar las posibilidades que se le ofrecen ("Gracias a ella sabía yo que el mundo estaba hecho para sumergirse en él y disfrutar, que nada podía impedírnoslo", p. 39). Como ella misma reconoce, no creció considerando a las mujeres unas víctimas porque en su hogar (y ya se sabe que lo que se vive durante la infancia y la adolescencia resulta fundamental en el desarrollo) las cosas no funcionaban así ("mi modelo de mujer es mi madre y desde luego ella no es víctima para nada", pp. 42-43). Más tarde, no obstante, se dará cuenta de que la educación de su madre no bastó para combatir las presiones sociales ("Ingenuidad de mi madre, creía que el saber y un buen oficio me protegerían de y contra todo, incluido el poder de los hombres", p. 51).

La candidez se rompió al alcanzar la adolescencia, etapa de descubrimiento en la que las amigas y las revistas femeninas ejercen una influencia esencial. Aparecen el interés por los chicos, la concepción romántica del amor y la preocupación por la imagen, la inseguridad por no ser lo bastante "atractiva" según los cánones ("El físico, claro, qué otra cosa podría contar. Empollonas, intelectuales, eso sí que no, porque ahuyenta, tener conversación, igual da en la uni que en cualquier otro sitio, quiere decir que no estás buena", p. 146). La presión social sobre lo que debe ser una mujer va calando de forma progresiva, sin que ella sea del todo consciente de ello ("Me creía una joven muy pero que muy libre", p. 103). Existe una contradicción entre la representación de las mujeres en los medios de comunicación y su realidad, lo que genera frustración por la imposibilidad de satisfacer los deseos que la cultura dominante asocia a la "felicidad". Además, la ausencia de referentes alejados del patrón tradicional (la mujer casada ama de casa, sumisa al hombre) hace que a menudo ellas mismas censuren el comportamiento de sus semejantes y que no sepan cómo actuar ante una vejación, que incluso sientan vergüenza, que no se atrevan a quejarse ("La fealdad de la realidad, la callábamos, las humillaciones a las chicas, las guardábamos para nosotras como si la culpa fuera nuestra, como si hubiéramos merecido la vejación", p. 146).

Ernaux señala dos modelos de mujer que las jovencitas interiorizan a partir de lo que observan y lo que se les inculca: la mujer "buena", casada y con hijos, con una vida estable; y la mujer "descarriada", rebelde, libre de ataduras. Dos modelos que, con todo, provocan efectos paradójicos: "Yo tenía debilidad por ellas, esas bohemias, atrevidas, curiosas, que no habían escogido el buen camino como Brigitte, bien casada, adinerada, y madre colmada de seis hijos" (p. 81). Esta reflexión se parece a la que hace Ferrante enUn mal nombre (2012; Lumen, 2013), ambientada en Nápoles a finales de los años sesenta: "A pesar de que nosotras [...] quisiéramos desde pequeñas convertirnos en esposas, de hecho, al hacernos mayores, casi siempre simpatizábamos con las amantes, que nos parecían personajes más animados, más combati vos y, sobre todo, más modernos" (p. 494). La supuesta vida deseable (esposa, madre, ama de casa) es también la vida monótona, gris, aburrida, que contrasta con la ebullición de las chicas que no eligen ese camino. La sociedad rechaza el comportamiento más libre y apasionado, reprime la libertad sexual ("Durante años nunca veré a nadie defender la libertad sexual de las mujeres, y aún menos a las mujeres mismas. Marine, que se ha acostado al menos con tres tíos, es una puta. Me preocupo, ¿no seré yo un poco puta, según ellos?", p. 121) y relega a las mujeres al hogar, a ser mujeres heladas.

Esa no es la única contradicción que describe Ernaux. La narradora del libro progresa en los estudios, es una gran lectora -abundan las referencias a los clásicos que va leyendo, incluido el providencial La mujer rota (1968), de De Beauvoir- y se matricula en la universidad para estudiar letras. Es un proyecto de mujer intelectual, una futura profesora. Y, a pesar de sus estudios, de ese sentido crítico cultivado, se vuelve frágil e influenciable cuando se trata de la intimidad: "me siento culpable, mucho planear por los espacios sublimes de la filosofía, mucho disertar sobre la inmortalidad del alma para acabar refugiándome en el ideal de revista femenina [...], soñando en el fondo con ser una mujercita de mi casa" (p. 128). Para que la emancipación resulte fructífera no basta, por lo tanto, con el acceso a la universidad y al ámbito profesional; la formación no garantiza la independencia, ni económica ni (esta también es importante) psicológica. Las olas más recientes del feminismo advierten, precisamente, que aunque las mujeres hayan conseguido derechos, en la actualidad se siguen enfrentando a muchas presiones (desigualdad salarial, cuerpo perfecto, pareja o soltería, maternidad o no maternidad, conciliación). En este sentido, el enfoque de Ernaux sigue muy vigente.

El matrimonio y la maternidad constituyen otro punto fuerte. Ernaux desmitifica la idea de que estas son, por fuerza, las mejores etapas de la vida de una mujer y reivindica la libertad de su época de soltera. Esta última suele verse como una expresión de egoísmo; según los valores tradicionales, las mujeres no deberían quejarse por tener que cuidar de la casa, los hijos y el marido ("¡Qué vergüenza! Atreverse a echar de menos ese periodo de egoísmo, donde sólo éramos responsables de nosotras mismas, sospechoso, infantil", p. 139). La autora señala asimismo las diferentes percepciones del compromiso entre chicos y chicas: mientras que los padres de ella la instan a casarse, los de él lo empujan a lo contrario ("en el mismo momento en que se me está forzando a liquidar mi libertad los padres de él están interpretando un guión igual de tradicional pero a la inversa, "ya tendrás tiempo de comprometerte, ¡no te dejes atar!", bien cuidada la libertad de los machitos", p. 153). La socióloga Eva Illouz analiza en Por qué duele el amor (2012) estas diferencias y concluye que, para los hombres, la libertad individual se erige como un valor que refuerza la autoestima; en cambio, la canalización de los deseos de las mujeres (hablando siempre de la ideología que transmiten los medios y la cultura popular) potencia la asociación de la felicidad con la pareja, unas ideas que entroncan de pleno con el relato de Ernaux.

Uno de los tramos más descarnados del libro, sobre todo teniendo en cuenta su fecha de publicación y los pocos libros dedicados al tema, es el relativo al embarazo y el parto, que se presentan como un proceso molesto e impúdico, aunque nadie hable de ello cuando se representa la maternidad como el momento más feliz para una mujer: "Horror no, pero de lirismo nada. [...] Lo peor, mi cuerpo público [...]. El agua, la sangre, las deposiciones, el sexo dilatado ante todo el mundo. Veamos, eso carece de importancia en momentos así, no cuenta, sólo el paso inocente de un niño. Ya, sí pero no" (pp. 177-178). La autora define la maternidad como "La carga absoluta, completa, de una existencia" (p. 202), una definición que no excluye las satisfacciones, pero deja claro que la crianza recorta de forma drástica la libertad individual de la mujer. La voz de Ernaux es así, sincera, crítica y transparente, expresa con palabras lo que tantas veces se ha silenciado, porque, como ya observó Virginia Woolf en Un cuarto propio (1929), los temas "femeninos" se han despreciado durante siglos. Ernaux también plasma las desigualdades del matrimonio, puesto que su marido sigue adelante con su carrera mientras que ella no deja de sacrificarse ("Desde el principio del matrimonio, me da la impresión de correr tras una igualdad que se me escapa todo el tiempo", p. 210), y critica que se dé por hecho que las mujeres deben ser capaces de hacerlo todo, limpiar, cocinar, cuidar a los niños, y que se las tache de vagas o egoístas si no lo logran ("el problema es que no sabes organizarte. Organizar, hermoso verbo corriente entre mujeres, todas las revistas están repletas de consejos [...]. Un sistema que devora el presente sin parar, no se termina de progresar", p. 196).

Hay que leer La mujer helada teniendo muy presente el momento histórico al que se refiere (los años sesenta y setenta, es decir, en los albores del feminismo y en plena revolución cultural) y la perspectiva desde la que escribe Ernaux (su condición de mujer occidental, heterosexual, intelectual y burguesa). Si bien en algunos aspectos sigue resultando una obra rompedora por su atrevimiento -como en su retrato crudo del embarazo y el parto, un tema que aún se trata como un tabú en muchas producciones culturales-, en otros puede sonar un poco "anticuada", porque -y por fortuna- algunas de esas presiones se han relajado y se ha extendido la concienciación sobre las desigualdades de género (en la actualidad ninguna maestra sugeriría a sus alumnas que el "buen camino" consiste en casarse y reducir sus aspiraciones profesionales, por ejemplo). En cualquier caso, se trata de un libro muy meritorio, que sintetiza en pocas páginas la realidad de una generación, un libro lúcido, directo y contundente que rompe el silencio en torno a cuestiones sobre las que se había escrito poco, poquísimo, y con ello contribuye a una más que necesaria reflexión.


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