Un texto de Ivan La Cioppa
En la sociedad romana, las mujeres ocupaban una posición de inferioridad respecto a los hombres. Para empezar, el nacimiento de una niña no era un evento para celebrar. De hecho, el padre, a través del “ius exponendi”, tenía derecho a no reconocerla y exponerla de la misma manera que a los niños que nacían con deformidades. Además, mientras que en el segundo caso se necesitaban dos testigos para dar fe del defecto, con una hija el padre podía actuar directamente.
Calpurnia, esposa y viuda de Julio Cesar ( Serie Rome(HBO))
La mujer, a lo largo de su vida, según la ley, debía someterse a la potestad de un hombre que podía ser el padre, el marido o incluso un hijo adulto. Podía heredar o tener propiedades pero siempre mediante la intervención de su tutor. Además, no tenía derecho a votar ni podía presentarse como candidato a cargos públicos.
Para las mujeres de clase alta la educación era muy importante, porque con ella adquirían las habilidades para administrar su casa y ser más útiles a sus maridos. Algunas mujeres no se limitaron al mínimo de conocimientos exigido por la moral común, convirtiéndose en intelectuales destacadas. Podemos recordar a Agripina la Menor, que escribió un libro de memorias y a Hortensia, hija de Quinto Hortensio Hórtalo, rival de Cicerón, que fue una oradora extraordinaria. Fue ella quien, en el año 42 a. C., desde el estrado de los oradores, con su extraordinaria elocuencia, criticó duramente una ley que imponía un fuerte impuesto a las mujeres más ricas para subvencionar la guerra.
Desde temprana edad, a la mujer se le enseñaban a ser una buena madre y esposa, una perfecta matrona romana y nada más. El propósito de su vida era tener hijos y servir lo mejor posible a su esposo.
En este sentido, es muy interesante el hallazgo del sarcófago de Crepereia Tryphaena, una niña que murió en el siglo II. En él, entre los diversos componentes de su ajuar funerario, también se halló una muñeca de marfil con brazos y piernas articuladas, de caderas anchas y vientre prominente. De esta manera las niñas, jugando, comenzaban a familiarizarse con su futuro rol de madre.
Muñeca de Crepereia Tryphaena
A los 12 años la mujer ya podía casarse mientras que a los 20 se consideraba indecoroso no haberse casado todavía. Augusto incluso promulgó una ley que castigaba a quienes seguían solteras después de los 20 años de edad.
Con el matrimonio la situación podría mejorar dependiendo del marido que pudiera concederle más o menos libertad.
Una vez embarazada, la esposa no podía abortar por ningún motivo sin el consentimiento de su cónyuge quien, por otra parte, podía obligarla a interrumpir el embarazo a su discreción.
Después de dar a luz, no tenía ningún derecho sobre su descendencia, que por ejemplo tras un divorcio se quedaba con la familia del padre.
Podemos recordar el caso de Escribonia, la segunda esposa de Augusto, que tuvo que abandonar a su hija Julia, recién nacida, cuando el “prínceps” se casó con Livia Drusilla. Años más tarde, la misma Escribonia, que nunca había dejado de amar a su hija, la acompañaría en su exilio en la isla de Ventotene.
A menudo, las mujeres, obligadas a casarse demasiado jóvenes, morían en el parto y tenemos constancia de ello en varias estelas funerarias. Célebre es el caso de Julia, hija de César y esposa de Pompeyo, que murió de parto a los 17 años.
También con respecto al adulterio había una diferencia abismal entre los dos sexos.
Según Catón el Censor, el marido podía traicionar con impunidad, mientras que la esposa infiel podía ser asesinada sin juicio previo. Aunque solo existiera una sospecha de traición, el esposo podía repudiar a su mujer directamente. Augusto trató de regular el asunto, prohibiendo al marido matar a la adúltera que, en cambio, podía ser condenada al destierro en una isla, a la confiscación de la mitad de su dote y la tercera parte del patrimonio. Por un extraño giro del destino, una de las ilustres matronas que incurrió en este castigo fue Julia, la hija del “prínceps”.
Julia (Vittoria Belvedere) es llevada al exilio en la miniserie Augusto, el primer emperador. 2004
Otras limitaciones se referían a la vida cotidiana. Era indecoroso que una mujer bebiera vino porque su efecto de romper las inhibiciones habría favorecido el adulterio o habría resultado en un aborto. Varrón nos habla de un tal Egnazio Metenio que sorprendió a su mujer bebiendo vino y la azotó hasta matarla. Además, la mujer debía comportarse de forma austera y discreta y no hacer alarde de lujos. No sorprende que, en el 215 a.C. se promulgara la Lex Oppia que limitaba la riqueza de la mujer a media onza de oro e imponía el uso de ropa de colores discretos. Esta regla fue derogada más tarde en 195 a.C. gracias a una auténtica rebelión de las mujeres que denunciaron su iniquidad.
Familia romana, pater familias Lucio Voreno y su esposa, hijas y esclava ( Roma, HBO)
El ejemplo de matrona romana en la que todas debían inspirarse era Cornelia, hija de Escipión el Africano y madre de Tiberio y Cayo Graco. Llevó una vida austera y frugal. Tuvo 12 hijos de los cuales solo sobrevivieron tres. Despreciaba el lujo y según el relato de Valerio Massimo, a una mujer que ostentaba sus magníficas joyas, le respondió que sus hijos eran sus joyas.
Tras la muerte de su marido decidió permanecer viuda y fiel a su memoria, dedicándose por completo a sus hijos.
Su ejemplo fue seguido años después por Antonia la Menor, viuda del gran Druso, conquistador de Germania y hermano del emperador Tiberio.
Otro ejemplo de compostura y moralidad fue Calpurnia, la esposa de César, quien siempre estuvo cerca de su esposo a pesar de sus traiciones, además en el fatídico día de los idus de marzo lo instó en repetidas ocasiones a no acudir al Senado por un nefasto presentimiento que había tenido esa misma mañana.
Con la República tardía y el advenimiento del Imperio, la condición de la mujer mejoró en parte. Augusto, de hecho, para aumentar la tasa de natalidad, muy baja debido a la alta mortalidad de la mujer en el parto, concedió la emancipación de la potestad del marido a todas las mujeres después de tres embarazos y le concedió el derecho al divorcio, con el fin de anular las uniones estériles.
Otro recurso para la autodeterminación de la mujer fue la posibilidad de elegir un tutor complaciente que, de hecho, solo hacía de testaferro. Esta práctica fue duramente denunciada y criticada por Cicerón. También fue decisiva la ley dictada por la dinastía Severa: gracias a ella, una mujer divorciada podía adquirir la protección de sus hijos si el padre era negligente.
Independientemente de la tradición y los límites legales, las mujeres siempre han jugado un papel importante en la historia de Roma. Ya en sus albores, fueron las Sabinas, esposas de los romanos encabezadas por Ersilia, quienes evitaron una cruenta guerra entre los dos pueblos.
La propia República se instauró gracias al sacrificio de Lucrecia que, violada por Sexto, hijo del rey Tarquinio el Soberbio, prefirió suicidarse por deshonra, a pesar de no tener culpa. Su decisión asestó el golpe final a una monarquía ya débil. Las mujeres también jugaron un papel importante en las últimas etapas de la República. Por ejemplo, Porcia, esposa de Bruto, lo convenció de abrazar la causa de los conspiradores y asesinar a César. Muchos emperadores afirmaron su poder gracias también a los excelentes consejos de sus esposas, como Livia para Augusto y Julia Domna para Septimio Severo.
Para terminar, Tito Livio nos informa de una afirmación de Catón que no deja lugar a dudas sobre la consideración de la que realmente gozaban las mujeres entre los romanos y que puede explicar la continua limitación de sus derechos:
“Ex tempo simul pares esse coeperint, superiores erunt"
“En cuanto sean iguales, serán superiores a nosotros”
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Os dejamos un enlace por si queréis haceros con un ejemplar de "La legión que vino del mar" de Iván La Cioppa.