Revista Cultura y Ocio

La mujer silenciosa - Monika Zgustova

Publicado el 13 octubre 2020 por Elpajaroverde
«La mujer de los mil años recuerda. Así podrían titularse mis memorias, en caso de que alguna vez decidiera escribirlas».
No es este un libro de memorias, sino una novela, y no son mil los años que cuenta Sylva, quien así nos habla, sino «setenta [...], que coinciden casi por completo con los del siglo». Pero si ese siglo es el XX y si Sylva además pasa prácticamente sus setenta años en un país del centro de Europa, concretamente en la República Checa, sus recuerdos sí que pueden contar por mil.
La mujer silenciosa - Monika Zgustova«Eres demasiado tranquila, hablas poco. No quiero que te conviertas en una mujer silenciosa», le decía su madre cuando Sylva era apenas una chiquilla. Y es que Sylva hablaba por dentro, se preguntaba, se sentía una espectadora ajena a las circunstancias de ese ambiente aristocrático en el que nació y se crio, deseaba a menudo huir a casa cuando paradójicamente ya lo estaba, deseo que la siguió acompañando a lo largo de su vida (supongo que una casa pasa a convertirse en hogar cuando se extingue el deseo de huir).
Pero, por entonces, es la casa de sus padres la que habita Sylva. Son los años en que regresa del convento tras no hallar lo que en él busca, de su presentación en sociedad, de las clases con la institutriz, de aquellas otras de checo y literatura universal con un joven estudiante de nombre Petr, aunque para ella y su madre será siempre Monsieur Beauvisage.
«Petr comenzó a hablar sin cesar. En ese momento me miró y recitó:¡Cuántas veces seguí a esas pequeñas viejas!Una, entre otras, a esa hora en que el sol moribundoel azul ensangrienta de bermejas heridas,pensativa sentábase en un banco apartado…—Coma, Petr, se le derretirá el helado —le interrumpí.Apartó el platito.—Petr —le dije—, ¿por qué me recita estos versos sobre unas viejas cuando hace una noche tan maravillosa?—Precisamente por eso. Las viejas también son maravillosas, incluso más.—¿Cómo dice?—Lo admirable es su vida interior. Su sufrimiento. Muy pocas personas son capaces de captar su belleza.—Escuche, Petr, ¿es absolutamente necesario hablar de las viejas revenidas que costean los muros precisamente ahora, cuando tenemos ante nosotros un jardín florido y el cielo estrellado?Deseaba que estuviéramos sentados en silencio, sin hablar.—Usted habla de la belleza evidente para cualquiera. Es una belleza banal, los malos poetas y los diarios de señoritas la han trivializado».
Sylva recuerda esta conversación cuando su belleza ya no es evidente para los malos poetas y las señoritas que escriben diarios. Es el comienzo de la novela. La septuagenaria acude a la estación de tren. Ha comenzado a recibir unas cartas. La primera de ellas hizo revivir a esa mujer que pensaba que su vida comenzaba a acabarse. Así que Sylva espera en la estación la llegada del tren que le traerá al remitente de esas cartas mientras, entre sus mil años de recuerdos, piensa que «esperar es desear. Desear con esperanza. Porque desear sin esperanza es un infierno», como también piensa, al contemplar su «reflejo en la puerta de cristal del café de la estación: un viejo es más delicado que un joven porque es débil. Débil como el agua. Débil como el aire. Y como el silencio. El agua es más fuerte que el fuego. El silencio es más fuerte que un sonido. Lo débil es lo fuerte».
No sé en qué momento dejo de escuchar a la Sylva que habla por dentro, a partir de qué punto me desligo de ella. La novela alterna su voz con la de su hijo Jan (John en los Estados Unidos), pero si mi empatía por el hijo va de menos a más, la que siento hacia la madre está sorteada de altibajos. Sylva nos dice que «entramos en los mismos ríos y no entramos en ellos» y yo me paso la lectura entrando y saliendo del río que es Sylva y su vida. No sé si hay algo en la trama, en sus saltos, incluso por momentos en la narración de la propia Monika Zgustova, el caso es que me ha dado mucha rabia porque esas cosillas que no sé explicar son las que me han dejado en una muy buena lectura (que ya es mucho) lo que podría haber sido 'la lectura'.
Sylva nos cuenta que toda su vida ha sido una mujer obediente, pero yo creo que hay un momento en que se empieza a revelar y a decidir sobre su propia vida (aunque luego las circunstancias le cortarán las alas), y es aquel en el que lee la frase del presidente Masaryk «La libertad, señor, es tan dura como la obligación». 

La mujer silenciosa - Monika Zgustova

Puente de Carlos en Praga, fotografía de Martin Vorel


La mujer silenciosa trata sobre el exilio, la identidad, las decisiones, la supervivencia y la culpa, todo ello bajo «el hechizo de la Praga de antes de las dos guerras» que recuerda ese mundo de ayer tan zweigniano y bajo una república checa que reivindica su identidad y que la vuelve a perder oprimida por los dos principales regímenes totalitarios del siglo pasado.
«Pensé que todas las revoluciones surgen del odio, se alimentan en la hostilidad y el deseo de venganza y se expresan a través de la violencia.[...]Y me pregunto si no hay un odio y un deseo de venganza legítimos. Si, en casos como éste, un individuo no tiene derecho a odiar. Un individuo quizá sí, me digo, pero una sociedad nunca. Una sociedad ha de poner por encima de todo la ley y la justicia».
Monika Zgustova despliega recursos literarios admirables e incluso en ocasiones geniales. Destaco las insistentes y tentativas visitas que sufre Sylva por parte de dos hombres durante la ocupación alemana, las posteriores de sus homólogos soviéticos y las que sufre su hijo en los Estados Unidos por parte de dos altos ejecutivos de una importante industria del automóvil. Las conexiones entre los ríos paralelos que son las historias de Sylva y Jan son constantes. Los diálogos son otro de los platos fuertes que nos da a degustar la escritora checa.
«—Andréi —dije suavemente—, ¿de verdad piensas que la vida es el mar y que nosotros somos sus víctimas?—No siempre somos unas víctimas. Las olas te pueden llevar al peligro, pero también a los prados perfumados de Nausica o a las manos prodigiosas de Circe.—¿De modo que no es necesario tomar ninguna decisión?—Sí, lo es. Pero desde el momento en que me contaste tu historia, [...], no he dejado de pensar en la dificultad de reconocer, en las épocas difíciles, si tu elección es la correcta.—¿Mi historia? Yo, en silencio, siempre obedecía una orden u otra. ¿Tenemos que obedecer la orden de la autoridad moral o bien a la propia conciencia?—A la propia conciencia… Pero la propia conciencia cambia según la época y según las circunstancias. Tú, Sylva, no estás contenta con tu elección, pero si hubieras hecho otra cosa habrías acabado en el campo de… Perdona, no quería recordártelo.—No importa. Continúa.—Después de que las tres potencias mundiales, en Múnich, traicionaran a Checoslovaquia, los checos decidieron luchar contra los ocupantes alemanes; eso significaba derramar mucha sangre. El presidente checo decidió lo contrario con el fin de evitarlo: desde entonces los checos van con la cabeza baja. Los polacos que, un año más tarde, opusieron resistencia con las armas en la mano hoy caminan con la cabeza muy alta; pero los nazis mataron a muchos polacos, y demolieron y quemaron su capital. ¿Cuál es la decisión correcta?—Ofrecer resistencia.

La mujer silenciosa - Monika Zgustova

Monika Zgustova, fotografía de GuillemMedina

—Asesinar a Heydrich, poniendo en peligro la propia vida, era evidentemente un acto honrado, heroico y correcto. Pero, por culpa del atentado, los nazis arrasaron y quemaron dos pueblos checos, hicieron reinar el terror absoluto y comenzaron a deportar masivamente a checos, aparte de los judíos, a los campos de concentración [...]. Desde este punto de vista, ¿era correcto el atentado contra Heydrich? ¿Sí o no?
—Sí que lo era —dije—. Me parece que sí.—Pero no estás segura. Toma mi ejemplo. Estaba convencido de que la revolución era lo correcto. Voluntariamente me alisté. ¿Con qué resultado? Ahora sé que el régimen que la revolución impuso es tan o más injusto que el anterior, que es el terror personificado. Y también sé que la experiencia que tuve como voluntario fue tan terrible que poco faltó para que me matara. ¿Lo ves?—¿Y qué hay que hacer entonces? —pregunté.—Pensar en lo que te puede aportar cada paso, cualquier decisión. Como cuando juegas al ajedrez.—¿Cómo en el juego del ajedrez? ¿Ser tan calculador?—No exactamente calculador. Lúcido. Racional.—¿Tú, un ruso, invocas lo racional?—Precisamente por eso he de hablar así: para impedir que los rusos continúen vertiendo el mal a nuestro alrededor.[...]Sabes, Sylva, en una época de calma es fácil tomar las decisiones correctas. En una época tempestuosa, en cambio, cuesta ver claro y es fácil cometer errores de los que nos arrepentimos toda la vida».
«Ahora por fin, mamá, he comprendido tus palabras: en una época de calma es fácil tomar decisiones correctas; en una época tempestuosa es difícil y muchos toman decisiones equivocadas. La soledad y el exilio también pueden ser una época tempestuosa», concluirá igualmente Jan al recordar las palabras que una vez le dirigieron a Sylva y que esta años después traslada a su hijo.
La soledad y el exilio también pueden ser una época tempestuosa aunque esa soledad y ese exilio se vivan en un país libre y en paz (habría que matizar qué se entiende por libertad y por paz). La soledad y el exilio se pueden sentir también en el propio país. Uno se siente extranjero en su entorno cuando el mismo no permite ser fiel a uno mismo, cuando a uno le acucia la necesidad de huir como la joven Sylva quería irse a su casa para descubrir a continuación, tontamente y sin salida, que ya estaba en ella. Llegados a este punto, todos podríamos preguntarnos, como se preguntó ella con el trascurrir de los años: «¿En qué me he equivocado? [...] ¿Cuál ha sido mi decisión errónea?» «Hacerse preguntas significa no haber perdido la esperanza. Aún». Y con esa no sé si esperanza o desesperanza piensa Jan en aquella ocasión en que un amigo le dijo que «la felicidad [...] es cuando alguien nos comprende». Supongo que la comprensión de otro ser humano nos procura algo así como sentirse en casa y mostrarse uno mismo sin tapujos.

Yo pienso en cambio en la paz de algunos países y en esa otra «paz del exiliado, la del que hace lo que su nuevo país le dice que haga» que es como una capitulación. Y pienso en la libertad y en lo que decía Tomáš Masaryk de que es tan dura como la obligación. «Mi libertad está en mi gran «No»», reflexiona Jan, y sin duda aferrarse a un «no» es una postura dura de mantener. Yo sigo pensando y sigo preguntándome; también soy una mujer silenciosa. Y pienso que puede ser cierto eso de que hacerse preguntas significa no haber perdido aún la esperanza, pero lo que no tengo tan claro es que las respuestas, si es que hay alguna definitiva, nos aporten más esperanza que desesperanza.

«¿Quién soy yo? El que ha abjurado incluso de su último refugio. [...] De su gran «No»».
«Quizá ésta es la ironía del régimen: te lo quita todo y así te hace libre».

La mujer silenciosa - Monika Zgustova

Airport Waiting, fotografía de Free-Fhotos


Ficha del libro:Título: La mujer silenciosa
Autora: Monika Zgustova
Editorial: Acantilado
Año de publicación: 2005
Nº de páginas: 424
ISBN: 978-84-96489-22-6


Viajar leyendo autoras: con la lectura de La mujer silendiosa continúo mi participación en el club de lectura #ViajarLeyendoAutoras organizado por Isa Martínez (@MtnezIsa@readingsnorth). La iniciativa consiste en lo siguiente (copio y pego de la descripción del club facilitada por Isa en el grupo de facebook en el que se desarrolla el mismo):
Club Viajar Leyendo Autoras 2020:
Las lecturas serán bimestrales. En enero y febrero viajaremos a África. En marzo y abril viajaremos a América. En mayo y junio viajaremos a Asia. En julio y agosto haremos el viaje especial a España. En septiembre y octubre viajaremos a Europa. Y por último, en noviembre y diciembre viajaremos a Oceanía.
Cada bimestre, a través de una encuesta, escogeremos una autora y cada uno leerá la obra u obras que decida. 
Iremos comentando nuestras elecciones, compartiendo impresiones y haciendo recomendaciones.
Para leer en septiembre y octubre han sido propuestas Dacia Maraini, Josephine Tey y Monika Zgustova, siendo elegida por votación la primera de ellas. Dudando entre la primera y la última de las tres, al ir posicionada la checa con una clara ventaja respecto a la italiana, mi voto finalmente fue, como muestra de apoyo, para Dacia Maraini.
Monika Zgustova nació en Praga en 1957. Ha estudiado Literatura comparada en los Estados Unidos y desde los años ochenta reside en Barcelona. Además de como escritora, destaca por su faceta de traductora del checho y el ruso al español y el catalán. También colabora en diversos medios escritos. Es una figura clave en la introducción de la literatura checa en el mundo hispanohablante.
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