Nunca había podido ver su cuerpo reflejado. Ni en un espejo, ni en el agua, ni en ninguno de los muchos objetos que podrían reflejarlo. Sin embargo, sabía que era bella. El deseo en los ojos de quienes la miraban así se lo indicaba. Incluso diría que muy bella, si se dejaba llevar por la intensidad de ese deseo.
El escritor levantó la pluma del papel y quedó pensativo. Había empezado a escribir por un impulso, como casi siempre. Pero ahora, no sabía como continuar.
- No me diga usted que, cuando se sienta a escribir, no tiene la historia medio trazada.
- Pues no siempre, ya usted ve.
- ¿Y cómo piensa seguir?
- Como dios me encamine. Que él nunca desampara a sus hijos.
- Pero si usted no cree en Dios.
- Pero sí que creo en dios. Así, en minúsculas. Orfeo, Melpómene, Talía. Cualquiera de ellos impedirá que este personaje se quede en el olvido.
- Pues a ver como continúa.
El escritor volvió a inclinarse sobre el papel.
- ¿Tengo un nombre? – Le preguntó la mujer al escritor.
- Pues aun no. ¿Cómo te gustaría llamarte? – Le respondió el escritor.
- ¡Ah, no! Eso es cosa suya. No está bien ir descargando responsabilidades sobre los demás.
- ¿Te gusta Griselda?
- ¿Qué significa?
- “Aquella que combate”.
- ¿Voy a tener que luchar en esta historia?
- Pues no lo sé. Pero si acaso, será una lucha metafórica. Quizás una lucha amorosa, aprovechando tu belleza.
El escritor volvió a hacer una pausa. Se quitó las lentes y con el dedo índice y el pulgar, se restregó con fuerza los ojos. Le vinieron a la mente imágenes de mujeres guerreras, todas ellas sacadas de la filmografía. Pensó en Xana, aquella serie televisiva tan llena de mujeres de buen ver y mejor mirar. No. No era esa la intención cuando empezó a escribir este relato, o lo que quiera en que se haya convertido.
- Pues una buena historia de mujeres guerreras, con poca ropa y mucha carne al aire, seguro que se vende bien.
- No es mi estilo. Y no es mojigatería. Esos relatos funcionan mejor en historietas, con hermosos dibujos. Vamos que es la imagen lo que vende. Y yo soy de letras.
- Pues usted se lo pierde. A ver que hace con el personaje entonces.
- Pues ya se verá si cae en manos de Melpómene o de Talía.
El escritor cogió la hoja en la que había estado escribiendo, abrió uno de los cajones de su escritorio, sacó una carpeta cuyo título era el de “Personajes” y guardó en ella la hoja, junto a otras treinta o cuarenta más que ya se encontraban allí.