Revista Opinión
En el año 2008 María San Gil afirmaba, en una entrevista, que "el PP no cambiará su proyecto por caer bien a los nacionalistas". Pocos días después no solo abandonaba la ponencia política que su partido presentaría en su próximo congreso (a pesar de recoger los postulados defendidos por la ex dirigente popular y en la que podía leerse, entre otras cosas, que "la ofensiva nacionalista intensifica un proceso disgregador de la Nación española"), sino también la presidencia del PP vasco, argumentando sentirse engañada por un Mariano Rajoy que negaba, de cara a la galería, un acercamiento a los nacionalistas, pero lo promovía de puertas adentro.
En febrero del año 2009, en un mítin en Irún, el líder del PP afirmaba que su partido no era "la muleta del nacionalismo, como el PSOE", añadiendo que "siempre que un nacionalista tiene problemas de votos, allí aparece siempre un socialista". Un año y medio después de pronunciar estas palabras, Rajoy inicia contactos con los nacionalistas catalanes y vascos. "Hay voluntad de colaborar", concluye el aspirante a Presidente. ¿Se habrá acordado del apoyo del PNV a la investidura de Aznar a cambio del desarrollo del concierto económico? ¿Acabará hablando catalán en la intimidad para obtener el respaldo de CiU, como hizo su antecesor? ¿Está don Mariano buscando muletas o alguien que le empuje la silla hasta la Moncloa? ¿Qué habrá pasado por la cabeza de María San Gil al escuchar a Rajoy decir que "España necesita un gobierno serio, con criterio, con un programa conocido, que no improvise, que no cambie de opinión, que tenga los apoyos suficientes para llevar a cabo su política y que cumpla sus compromisos dentro y fuera"? ¿Dónde están todos aquellos que coreaban al unísono "María somos todos"? Vete a saber. Esos son sus principios y sus argumentos sobre el nacionalismo, y así los aplican los del partido de la "confianza": según les convenga.