Revista Cultura y Ocio

La muñeca que escribía cartas a su dueña

Publicado el 23 junio 2011 por Desequilibros
Todos somos propensos a consumir y apropiarnos de historias con las que identificarnos. Y eso nos ayuda a superar traumas y a crear nuestra propia realidad vital.
Un ejemplo perfecto es la anécdota de Kafka y la niña que llora desconsolada en el parque porque ha perdido su muñeca. 

La muñeca que escribía cartas a su dueña

Franz Kafka

Kafka la consuela diciéndole que se ha ido de viaje. Y que lo sabe porque la muñeca le ha escrito una carta. Como la niña desconfía de la veracidad de la historia, Kafka "no tiene mas remedio" que escribir realmente esas cartas; cartas que redacta afanosamente cada noche y le lee a la niña al día siguiente.
Así durante tres semanas, tiempo en el que Karka inventa una peripecia vital para la muñeca y encamina a la niña hacia un desenlace inevitable pero no traumático. Y además, consigue integrar a la niña en la historia mediante la seguridad de que ella misma seguirá, tarde o temprano, similar destino.
La historia termina bien:
"Para entonces, claro está, la niña ya no echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen esas tres semanas, las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene la historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir."
Así relata el acontecimiento Paul Auster en "Brooklyn follies":
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Todas las tardes, Kafka sale a dar un paseo por el parque. La mayoría de las veces, Dora lo acompaña. Un día, se encuentran con una niña pequeña que está llorando a lágrima viva.
Kafka le pregunta qué le ocurre, y ella contesta que ha perdido su muñeca.
Él se pone inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. 

- "Tu muñeca ha salido de viaje", le dice. 
- "¿Y tú cómo lo sabes", le pregunta la niña. 
- "Porque me ha escrito una carta", responde Kafka. 
La niña parece recelosa. 
- "¿Tienes ahí la carta?", pregunta ella. 
- "No, lo siento", dice él, "me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo." 
Es tan persuasivo, que la niña ya no sabe qué pensar. ¿Es posible que ese hombre misterioso esté diciendo la verdad?
Kafka vuelve inmediatamente a casa para escribir la carta. Se sienta frente al escritorio y Dora, que ve cómo se concentra en la tarea, observa la misma gravedad y tensión que cuando compone su propia obra. No es cuestión de defraudar a la niña.
La situación requiere un verdadero trabajo literario, y está resuelto a hacerlo como es debido. Si se le ocurre una mentira bonita y convincente, podrá sustituir la muñeca perdida por una realidad diferente; falsa, quizá, pero verdadera en cierto modo y verosímil según las leyes de la ficción.
Al día siguiente, Kafka vuelve apresuradamente al parque con la carta. La niña lo está esperando, y como todavía no sabe leer, él se la lee en voz alta. La muñeca lo lamenta mucho, pero está harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesita salir y ver mundo, hacer nuevos amigos. No es que no quiera a la niña, pero le hace falta un cambio de aires, y por tanto deben separarse durante una temporada. La muñeca promete entonces a la niña que le escribirá todos los días y la mantendrá al corriente de todas sus actividades.
Ahí es donde la historia empieza a llegarme al alma. Ya es increíble que Kafka se tomara la molestia de escribir aquella primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente una tarde en el parque.
¿Qué clase de persona hace una cosa así? Y cumple su compromiso durante tres semanas, Nathan. Tres semanas.
Uno de los escritores más geniales que han existido jamás sacrificando su tiempo (su precioso tiempo que va menguando cada vez más) para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida. Dora dice que escribía cada frase prestando una tremenda atención al detalle, que la prosa era amena, precisa y absorbente.
En otras palabras, era su estilo característico, y a lo largo de tres semanas Kafka fue diariamente al parque a leer otra carta a la niña. La muñeca crece, va al colegio, conoce a otra gente. Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa.
Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca desaparezca de su vida por siempre jamás. Procura encontrar un final satisfactorio, pues teme que, si no lo consigue, el hechizo se rompa. Tras explorar diversas posibilidades, finalmente se decide a casar a la muñeca. Describe al joven del que se enamora, la fiesta de pedida, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca vive ahora con su marido. Y entonces, en la última línea, la muñeca se despide de su antigua y querida amiga.
Para entonces, claro está, la niña ya no echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen esas tres semanas, las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene la historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir.
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Bibliografía:

• Toda la historia fue recreada por Jordi Sierra i Fabra en Kafka y la muñeca viajera.
• Y la menciona Christian Salmon en Storytelling, la máquina de fabricar historias y formatear las mentes.
La muñeca viajera.
• Auster, Paul; Brooklyn follies. Anagrama, 2006
• Sierra i Fabra, Jordi; Kafka y la muñeca viajera. Siruela, 2008
• Salmon, Christian; Storytelling, la máquina de fabricar historias y formatear las mentes. Ed. Peninsula, 2008
• The Kafka project;
• Kafka en castellano;

• La viñeta de Kafka está sacada de Isla Kokotero. 

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