Hace ya algunos años tuve la oportunidad de entrevistar a uno, si no el mejor, escritor de las letras cubanas, me estoy refiriendo a Guillermo Cabrera Infante. En un momento de aquella conversación que tuvimos en el desaparecido Hotel Suecia de Madrid, le pregunté a Cabrera cuál sería la novela por la que le gustaría ser recordado, y él me dijo: “me gustaría que me recordaran por la música que hay en mis palabras.” No le faltaba razón al autor de Tres Tristes Tigres que aunque vivió la mayor parte de su vida en el exilio londinense fue un escritor que retrató la isla, Cuba, como si nunca se hubiera ido de ella.
En toda su creación literaria, incluso en la última novela que acaba de publicarse, Cuerpos Divinos (Círculo de Lectores, 2010), Cabrera Infante retrata con obsesivo realismo la música que vibraba en los años 50. Cantantes como La Estrella, Elena Burke, o Benny Moré celebraban la noche acompañados de los noctámbulos habaneros. El erotismo musical de los sones cubanos, el bolero, el chachachá y el jazz se movían dentro de unos cuerpos primitivos, siempre divinos, bajo la luz tenue de las barras, cabarets y los night—clubs de La Habana. La música en la escritura de Cabrera Infante se ve, se escucha y hasta se puede tocar porque su estilo logró hacerla real, como si la música fuera un personaje más de su universo literario.
.”…y oigo música de piano y un golpe de platillos y un bolero lento y pegajoso y húmedo…me quedo allí oyéndolo, sintiendo que la música y las palabras y el ritmo me suben por los bajos de los pantalones y se meten en el cuerpo…y me zambullo en la música…y oigo el famoso final de este bolero que dice «Luces, copas y besos, la noche de amor terminó». (Tres Tristes Tigres)
Julio Cortázar fue otro escritor que incorporó la música como un elemento narrativo independiente en su Rayuela. El París bohemio descrito por Cortázar no se hubiera salvado sin Rayuela
“Así habían empezado a andar por un París fabuloso, dejándose llevar por los signos de la noche, acatando itinerarios nacidos de una frase de clochard, de una bohardilla iluminada en el fondo de una calle negra, deteniéndose en las placitas confidenciales para besarse en los bancos o mirar las rayuelas, los ritos infantiles del guijarro y el salto sobre un pie para entrar en el Cielo.”
Y Rayuela sin el jazz que corre por las venas de sus personajes hubiera sido otra novela bien distinta. El jazz, la música, vive en el pensamiento de sus protagonistas, interviene en sus acciones, conduce sus vidas improvisadas, como también este género musical se presta a la improvisación. Hay distintas maneras de leer Rayuela, como distintas son las opciones que tenemos de vivir, casi todas improvisadas, como las improvisaciones a las que se arriesga el músico de jazz cuando interpreta una pieza jazzística. ¿Es el hombre el que impone la matemática del ritmo a su destino, o es el destino el que impone su improvisación en la conciencia humana? El jazz en Rayuela muestra la capacidad del hombre de crear, de experimentar el mundo, de percibirlo de una manera u otra, de captar su ritmo y su tonalidad según sea nuestra personalidad. El jazz en Rayuela es un personaje más y una metáfora que representa la complejidad de los sentimientos humanos.
“Y La Maga estaba llorando, Guy había desaparecido, Etienne se iba detrás de Perico, y de Gregorovirus, Wong y Ronald miraban un disco que giraba lentamente, treinta y tres revoluciones y media por minuto, ni una más ni una menos, y en esas revoluciones Oscar's Blues, claro que por el mismo Oscar al piano, un tal Oscar Peterson, un tal pianista con algo de tigre y felpa, un tal pianista triste y gordo, un tipo al piano y la lluvia sobre la claraboya, en fin, literatura.”
Como última recomendación, les invito a dar un salto en la geografía y en el tiempo para hablar de otro escritor que incorpora el ritmo y la música a su forma de escribir y a sus novelas. Me estoy refiriendo al escritor menos japonés que se conoce, Haruki Murakami, que a estas alturas es otro referente de la literatura contemporánea. Muchos lo conocerán como el autor de Tokio Blues, o Norwegian Wood, título de una canción de los Beatles y título original de esta novela. Pero para quienes no se hayan acercado todavía a su literatura les recomiendo que comiencen por Al Sur de la frontera, al Oeste del Sol. Los personajes de Murakami viven en soledad, a diferencia de los otros dos autores de los que he hablado. Sus protagonistas masculinos han convertido la música y sobre todo el jazz en un refugio particular que los aísla del mundo, tal y como le sucedió al propio Murakami.
“Era hijo único, estaba solo en casa y tenía tres cosas que me ayudaban: los gatos, los libros y la música. Aún ahora la música me ayuda a escribir”
A los 29 años, Murakami decide cerrar su Club de Jazz y lanzarse a la aventura de escribir. Al iniciarse en esta profesión de la que desconocía todas sus herramientas, imaginó que escribir era como interpretar un instrumento musical. Fue entonces cuando descubrió que en la creación literaria es muy importante el ritmo de las palabras, tal y como sucede en la música.
“Si las palabras encajan con el ritmo de modo fluido y hermoso, no puedes pedir más. A continuación está la armonía, los sonidos mentales internos en los que se sustentan las palabras. Y luego viene la parte que más me gusta: la improvisación libre. A través de un canal especial, la historia mana con libertad desde dentro. Lo único que tengo que hacer es dejarme llevar.”
Leo a Cortázar, a Cabrera Infante, y a Murakami, y siempre regresa el mismo pensamiento. Ellos amaban la música con toda el alma y sus novelas son reflejo de esa pasión. Partituras sobre las que componen personajes, historias, y paisajes reales o ficticios. Pero por encima de todo, cada uno ha puesto un extraordinario empeño en una cosa: componer la música de la vida. El tiempo pasará, la música de sus palabras quedará para siempre en nuestra memoria.