En el contexto de las fiestas del pueblo que, con su patrono Santiago "Matamoros" a la cabeza, celebrábamos cada año en el mes de mayo, tenía un peso muy importante la contratación de los músicos, para que con sus alegres sonidos, dianas incluidas, amenizasen los días de fiesta a través de sus simpáticos pasacalles por el pueblo; también el baile vespertino y nocturno del día principal de la fiesta; estuviesen igualmente presentes en la iglesia durante el tiempo de la misa, y luego en la procesión con el Santo por las calles del pueblo.
En todos estos momentos, participábamos de una u otra manera y sobre todo, los chavales del pueblo, siempre dispuestos a estar presentes en cualquier novedad que llegase al lugar, como era esta de la música en el día de la fiesta del pueblo. Y lo hacíamos decididos e intentando estar siempre al lado de los músicos, hasta los límites que se nos permitiesen; por ejemplo en el emotivo momento de las sesiones de baile en la era, donde bien sabíamos lo que se nos permitía y lo que no. Pero incluso también en esos momentos, estábamos allí, aunque fuese jugando a perseguirnos corriendo por entre las parejas que bailaban, con los consiguientes tropiezos y encontronazos entre unos y otros.
Desde luego que donde nunca faltábamos ninguno de nosotros era en los pasacalles musicales que se organizaban en el pueblo en la víspera del día grande de la fiesta; siendo nosotros casi los únicos que acompañábamos a los músicos en estos paseos por el pueblo, orientándoles en el recorrido por las diferentes calles; aunque a su paso se corrían algunos visillos en las ventanas, se abrían algunas de las puertas de par en par y mucha gente salía al exterior de sus casas con la sonrisa en el rostro.
También estábamos junto a ellos cuando, el mismo día de la fiesta, se producía el tradicional paseíllo hasta la iglesia en los momentos previos a la misa; y también en la posterior procesión con el santo por las calles del pueblo. Y si en la procesión con el santo la música tenía un lugar preponderante, había un momento anterior durante la celebración de la misa en el interior de la iglesia, donde la música alcanzaba un protagonismo muy destacado acompañando el momento sublime de aquélla, la consagración, donde unos cuantos del grupo de músicos interpretaban con gran solemnidad el himno nacional, que sonaba majestuoso retumbando sus notas en todo el templo, haciendo que durante esos instantes a las personas allí presentes se nos pusiesen los pelos de punta a consecuencia de la emoción del momento.
Era estos unos minutos que todos esperábamos en la misa del patrón, que cada año ponía en realce el acompañamiento musical que hubiese; bien fuese aquel año un acordeonista en solitario, un trompetista de la orquesta, un dulzainero y un acompañante al tambor, o unos cuantos músicos de la orquesta; que siempre eran capaces de elevar el momento culmen de la misa.

SOBRE ESTA BITÁCORA
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