Me decía un alumno esta mañana, de 4º de ESO, que la ciencia completa lo que no alcanzan a conocer nuestros sentidos. A su entender, y a propósito de un texto de Ortega que teníamos entre manos -sobre una naranja imaginada que nunca llega a conocerse-, nuestra condición de seres precarios explica que necesitemos de la ciencia y de la filosofía, precisamente, para completar aquello que un conocimiento inmediato sobre el mundo no nos proporciona. Como seres enjaulados, aprisionados por la situación siempre irremediable, echamos mano de la imaginación y de la razón para hacer mapas sobre el mundo y, de esa manera, compensar la limitación del anclaje a la corporeidad. ¿Y no es entonces -nos preguntábamos- también nuestra ciencia un saber precario, frágil, algo enclenque, incluso a veces moribundo? ¿No nacen de la misma consciencia de precariedad las teorías filosóficos más elaboradas sobre las condiciones del entendimiento o de la sensibilidad estética y moral? ¿No es, en definitiva, nuestra consciencia de seres indefensos lo que dispara a las facultades a buscar luz allí donde sólo hay oscuridad?
Y el caso es que, mientras dialogábamos, pensaba que «la naranja imaginada que nunca llega a cortarse» consistía en otro intento de completar lo que no alcanzan a ver nuestros sentidos.
“¿Qué es lo que pensamos o a qué nos referimos mentalmente cuando pensamos en el objeto naranja? Es una cosa que tiene muchos atributos: además de su color tiene una figura esférica que es sólida, constituida por una materia más o menos resistente. La naranja en que pensamos tiene un exterior y un interior y, al ser un sólido esferoidal, tendrá dos mitades o hemisferios. ¿Podemos ver, en efecto, todo esto? Pronto caemos en la cuenta de que la naranja sólo podemos ver en cada caso la mitad, aquella mitad o hemisferio que da hacia nosotros. Por inexorable ley visual, la mitad de la naranja que tenemos ante nuestros ojos ocultará la otra mitad que queda tras ella. Podemos dar la vuelta en torno a ella y ver entonces esa otra mitad, mediante otro acto de visión distinto del primero. Pero entonces dejaremos de ver el hemisferio anterior. Juntos no estarán jamás ante nuestros ojos. Pero, además, sólo vemos, por lo pronto, el exterior del fruto; el interior queda oculto por la superficie. Podemos cortar la naranja en capas y ver así en nuevos actos visuales su interior, pero nunca serán esas capas tan finas que nos permitan decir con rigor que hemos visto íntegra la naranja, tal y como la pensamos. De donde resulta, con toda evidencia, que cometemos un error cuando decimos que vemos una naranja.” (José Ortega y Gasset, ¿Qué es filosofía?)