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La naranja mecánica (1962), de anthony burgess y de stanley kubrick (1971). ultraviolencia y libre albedrío.

Publicado el 22 mayo 2021 por Miguelmalaga
LA NARANJA MECÁNICA (1962), DE ANTHONY BURGESS Y DE STANLEY KUBRICK (1971). ULTRAVIOLENCIA Y LIBRE ALBEDRÍO.Nada más comenzar a leer La naranja mecánica, nos encontramos ante una sociedad distópica en la que existe una enorme brecha generacional entre jóvenes y mayores. Posiblemente todos los jóvenes no sean así, no lo sabemos, pero lo cierto es que la pandilla de Alex es aficionada a pasar las noches practicando la llamada ultraviolencia: agresiones brutales a personas escogidas al azar - incluso en sus domicilios -  sin más objeto que alimentar una espiral de perversa diversión sin sentido alguno. El mal por el mal, estimulado por las drogas que toman en el bar lácteo Korova. Alex no siente ningún escrúpulo moral por sus acciones y su joven tiranía se traslada a la relación con sus padres, que viven asustados por el monstruo que un día engendraron. Es curioso que, entre tanta depravación, en la vida del protagonista tenga un hueco el amor a la música clásica, sobre todo a Beethoven, pero es este un amor retorcido que le sirve para evocar en la intimidad de su cuarto la violencia recién vivida en la noche. 

El tema principal de la novela es el libre albedrío, la elección fundamental entre el bien y el mal de la que tanto se han ocupado las religiones y la filosofía. Alex ha encontrado un ambiente propicio para llevar a cabo sus nihilistas acciones en la decadente Inglaterra que retrata Burgess, pero también podía haber elegido lo contrario, o al menos un comportamiento más ambiguo. Esto es lo que expone el autor en el prólogo:

"(...) el ser humano está dotado de libre albedrío, y puede elegir entre el bien y el mal. Si sólo puede actuar bien o sólo puede actuar mal, no será más que una naranja mecánica, lo que quiere decir que en apariencia será un hermoso organismo con color y zumo, pero de hecho no será más que un juguete mecánico al que Dios o el Diablo (o el Todopoderoso Estado, ya que está sustituyéndolos a los dos) le darán cuerda. Es tan inhumano ser totalmente bueno como totalmente malvado. Lo importante es la elección moral. La maldad tiene que existir junto a la bondad para que pueda darse esa elección moral. La vida se sostiene gracias a la enconada oposición de entidades morales."

La opinión pública pide soluciones contra la inseguridad ciudadana y el gobierno autoriza experimentar con la técnica de Ludovico, un agresivo proyecto de condicionamiento que le es aplicado a Alex: un arma que usa el Estado en nombre de la sociedad para destruir el libre albedrío de sus peores elementos. Desde ese momento el protagonista no puede siquiera pensar en violencia sin verse afectado por un profundo malestar. Como efecto colateral del tratamiento, la música clásica va a tener el mismo efecto sobre él, puesto que las imágenes de violencia a las que ha sido sometido durante quince días incluían banda sonora de Beethoven. De pronto Alex ya no es un ser libre, es un ser manso porque no puede ser otra cosa, lo que vuelve a convertirlo en un desecho social sin iniciativa y del que tienen oportunidad de vengarse sus antiguas víctimas. Las palabras que le ha dedicado el capellán de la prisión poco antes de someterse al experimento son casi proféticas:

"Algunas veces no es grato ser bueno, pequeño 6655321. Ser bueno puede llegar a ser algo horrible. Y te lo digo sabiendo que quizá te parezca una afirmación muy contradictoria. Sé que esto me costará muchas noches de insomnio. ¿Qué quiere Dios? ¿El bien o que uno elija el camino del bien? Quizás el hombre que elige el mal es en cierto modo mejor que aquel a quien se le impone el bien. Son problemas profundos y difíciles, pequeño 6655321."

¿Es moral la actuación del Estado ejercitando esa brutal privación de libertad en uno de sus súbditos más agresivos? Por mucho que al lector le caiga mal Alex y se alegre íntimamente del karma que recibe, la manipulación mental de la que sido objeto resulta completamente inhumana. Siempre queda espacio para la redención libre, que puede estar estimulada por una determinada filosofía o religión, pero con esta elección no determinista Alex - al que ya se había deshumanizado en prisión al cambiar su nombre por un número - seguiría siendo un ser humano completo. En este sentido la interpretación de Kubrick (que parece ser que leyó la versión de la novela a la que le falta el capítulo final) es mucho más pesimista, porque al final de la película el protagonista sigue siendo el mismo, algo que no sucede en la obra de Burgess, un detalle que amargó al novelista.

En cualquier caso, la película vuelve ser una obra magistral del director de Senderos de gloria. Con un ambiente futurista, pero muy inspirado en el ambiente de unos años setenta que empezaban a ser casi tan violentos como los de La naranja mecánica, el poder de la cámara de Kubrick capta la violencia extrema de una manera poderosa y a la vez un tanto teatral. En realidad los temibles pandilleros que hablan en esa extraña jerga que los separa aún más de sus mayores, actúan de una manera infantil, liberando sus impulsos más básicos sin atender a las consecuencias de sus actos. Uno de los hallazgos más geniales del film es esa música clásica interpretada con sintetizadores que nos acerca de un modo sorprendente al mundo de Alex. No solo es infantil y teatral el comportamiento de Alex y sus drugos, sino que los adultos también parecen condicionados por una especie de limitación en al habla y en sus actos. Nadie parece actuar con entera libertad en La naranja mecánica, a excepción del severo guardián que sabe que aplicar de manera estricta la legislación penitenciaria es su función en la vida. Todo esto nos produce una sensación de extrañeza y fascinación que consigue que siempre sea grato revisar este clásico del cine tan diferente y tan rompedor. 


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