Revista Opinión

La Navidad de 1914

Publicado el 20 diciembre 2014 por Miguel García Vega @in_albis68

Hace exactamente 100 años, la Navidad en Europa, y más concretamente en los campos de Bélgica, fue muy diferente. Ese verano había empezado la Primera Guerra Mundial y los hombres se mataban con saña en el barro de Francia. Pero era Nochebuena y el Káiser quiso tener un detalle con sus chicos, que recibieron abetos para decorar y, más importante, raciones extras de pan, salchichas y alcohol. El frente estaba en calma y la cosa empezó a animarse, los alemanes se arrancaron por villancicos. Entonaron Stille Nacht (Noche de Paz) el villancico austríaco compuesto un siglo antes y ahora universal.

Al otro lado, tras la sorpresa inicial, los británicos  se sumaron a la fiesta, contraatacando con sus villancicos. Y luego se volvió todo un poco loco, en el buen sentido. Unos alemanes se armaron de banderas blancas y se lanzaron a la tierra de nadie: “¿Hey Tommy, quieres unas salchichas?”; “OK Fritz, te las cambio por chocolate” contestaron los ingleses. Y allí se juntaron, estrecharon sus manos, intercambiaron comida y compartieron bebida y tabaco. La mayoría no se entendía pero todos decían lo mismo, porque eran iguales, más iguales que nadie en el mundo en ese momento.

Al día siguiente la tregua continuó, de forma tan espontánea como había empezado ya que no contaba con el beneplácito de los mandos de ambos ejércitos. Cuentan las crónicas que alguien sacó un balón que produjo el milagro que casi siempre consigue: todos regresaron a la infancia. Improvisaron unas porterías y  jugaron un partido de fútbol en la tierra de nadie, que ya era de todos los jugadores por igual. No había ni árbitro. También cuentan las cartas de los soldados que aquel partido lo ganaron los alemanes, 3-2.

Pero la fiesta acabó y volvieron a sus trincheras, cada uno a su barro, su miedo y su sangre; a una muerte sin pausa y sin prisa que se prolongó cuatro años más.

No estoy contando nada nuevo, la historia es conocida y con el centenario vamos a tenerla hasta en la sopa. Un ejemplo es el anuncio inglés que encabeza esta entrada. Ya saben, tiempo de fraternidad y de marisco al triple de precio para recordar lo mejor del espíritu humano. Yo voy a intentar hacer una especie de “making off” o “detrás de las cámaras” a mi manera.

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Si no quieren salir de la nube navideña que les envuelve les aconsejo que lo dejen aquí, todo el mundo es bueno y el año que viene dios dirá. Pero tras la primera emoción (que no soy de piedra) no puedo evitar pensar que la razón principal por la que pudo pasar aquello es que duró solo un par de días.

Tal vez también influyó que era la primera Navidad de una guerra que nadie imaginaba que iba a ser tan larga y sangrienta. Es sorprendente cómo el mismo engaño funciona en cada guerra desde hace milenios. Quizás todavía quedaba algún rastro (más en las retaguardias que en el frente) de la pompa y la épica con la que se recibió al principio. Luego los agravios se van enconando y la humanidad cede su asiento al odio.

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Una verdad mentirosa

Porque la historia de la tregua, aunque cierta, es mentirosa. La verdad (la big picture, que dicen los ingleses) es que a todos aquellos que quisieron oponerse a tal carnicería de verdad, no solo un par de días, ni tuvieron éxito, obviamente, ni les fue nada bien. Entre aquellos objetores había socialistas, comunistas y anarquistas militantes. Para ellos la guerra era un fracaso de la clase obrera. Aquel conflicto solo beneficiaba a los poderes industriales y financieros, que usaban para sus fines carne de cañón de trabajadores ingleses, alemanes, franceses, rusos, etc. Si ellos se negaban a luchar contra sus iguales, no habría guerra, así de fácil. Y así de imposible. Al final el nacionalismo triunfó una vez más y hasta los sindicatos acabaron alineándose con sus respectivos gobiernos nacionales.

No solo hubo objetores por motivos políticos, también por convicciones religiosas o simplemente éticas. Gente que se negaba a matar porque no tenía ninguna razón para ello. Incluso por miedo, que también me vale. En otro post he hablado del trato que se les dio a los que padecieron shell shock, llamado finamente fatiga de combate.

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No voy a extenderme con los desertores, que también merecen mi respeto,  o con el motín en Chemin des Dames, cuando el general Nivelle se empeñó, en la primavera de 1917, en mandar hombres a morir; ”Sus hombres han muerto muy bien”, dice un general francés en la muy recomendable película Senderos de gloria(Stanley Kubrick, 1957). Iba ya el heroico general por más de 150.000 franceses muertos cuando en la mayoría de sus unidades se produjeron motines. Se destituyó a Nivelle y se mejoraron las condiciones de vida de los soldados, pero 75 fueron fusilados. En total se estima que unos 1.800 soldados italianos, británicos, franceses, estadounidenses y alemanes fueron fusilados por insubordinación, aunque las cifras hay que cogerlas con pinzas.

Tanto los desertores como los objetores fueron calificados de cobardes o traidores y sufrieron cárcel en condiciones muy duras. Muchos objetores fueron llevados al frente a la fuerza, como castigo. Se les hicieron consejos de guerra y algunos fueron fusilados. Todo con bastante discreción, ya que su simple existencia o el que se hablara en voz alta del tema incomodaba y ponía en peligro el espíritu de lucha y la unidad de la nación. Cuestionar la unidad de la nación por motivos de conciencia siempre ha estado muy mal visto, en toda época y lugar.

Por si fuera poco las humillaciones en la cárcel y los trabajos forzados, los supervivientes tenían que enfrentarse al desprecio social. Los que volvían a sus casas eran señalados como traidores y cobardes por sus vecinos, sus amigos, incluso su propia familia en algunos casos. Eran una ofensa a los caídos en combate y a la comunidad, una lacra de la que avergonzarse.

Los 'franceses' de Harwich, un grupo de objetores de conciencia, fotografiados en un campo de trabajo en Aberdeen en 1916. Foto El Mundo.

Los ‘franceses’ de Harwich, un grupo de objetores de conciencia, fotografiados en un campo de trabajo en Aberdeen en 1916. Foto El Mundo.

No es historia antigua, solo hace cien años y seguro que sigue pasando ahora mismo. Imaginémonos en guerra, una guerra nuestra, con nuestros jóvenes muriendo a manos de gente que representa El Mal sobre la tierra, el nuevo Hitler, etc. Tengan por seguro que lo sería, el enemigo siempre lo es. Pónganse en esa situación y vean de nuevo el anuncio. Los bienpensantes dirían “es que aquellos (alemanes o ingleses) sí eran como nosotros, pero estos no, no son personas; y todos tenemos el deber moral de acabar con el enemigo”.

Ante eso hay alguien que se alza contra la corriente y se niega a luchar. Pero no un día, que le viene bien al marketing, sino todos los días, que es un problema. Ese alguien nos tiene a todos enfrente porque su obligación es luchar. Se convierte en un ser extraño, incomprensible, desobediente, incómodo, un agitador subversivo que pone en peligro a la comunidad. Sabe que acabará en la cárcel, torturado o muerto, pero tiene el coraje de ser un cobarde.

Aunque mientras todo vaya bien podemos mirar el anuncio, escuchar la historia de la tregua de Navidad y dejarnos mecer por nuestros mejores sentimientos, a ser posible calentitos y con una copa de cava en la mano.

Feliz Navidad.

PD. A quienes me habéis animado a escribir sobre el tema ¿Veis por qué no quería? ¿estáis contentxs?

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