La Navidad en otros planetas
Publicado el 24 diciembre 2019 por Carlosgu82
Kepler-22b
Este planeta está en la Constelación del Cisne, y es un planeta acuático. Los keplerianos dividen el año en diez meses de 29 días; el último día 29 del décimo mes, hay una gran celebración para recibir el Nuevo Año.
En esta ocasión se festeja también que los seres que transforman los desperdicios y los minerales en comida -usando la luz de la estrella Kepler y practicando la hidrólisis- comienzan a recuperar sus poblaciones, que alcanzan su máximo anual en torno al quinto mes (el verano).
Kepler -22b es un planeta con un profundo océano y sin islas. Todo el mundo vive cerca de la superficie, en pequeñas ciudades flotantes que parecen medusas ciclópeas. En estas fechas tan señaladas, los keplerianos emiten música en tonos graves que se difunde a largas distancias submarinas; también decoran sus casas con frutos marinos que atraen a seres luminiscentes. Así las casas lucen lindas, como si fuesen bosques submarinos ecuatoriales.
La comida típica de Navidad es un organismo parecido al musgo, pero de color azul cyan; el azul es símbolo de esperanza, pues es el color de la mayoría de organismos autótrofos que hacen la electrólisis en la época de menor actividad y aguas más frías. Este musgo azul sabe parecido a las gambas agridulces.
TRAPPIST-1d, en la Constelación de Acuario
Este planeta orbita alrededor de una estrella enana ultrafría. Estas estrellas son como las luces led, que dan poca luz pero duran toda la vida. En Trappist-1d, los días son como amaneceres frustrados, pero cuando no tienes otra cosa ves la parte buena, como que siempre hay colores psicodélicos en el horizonte.
En Trappist 1d, la Navidad se celebra cada tres mil cuatrocientos dieciséis años. Lo cuál no es tanto como parece, ya que los años sólo duran cuatro días terrestres. Al cabo de ese periodo, llega un intervalo de doce años apenas, en el que Trappist 1d está a la mínima distancia posible con el resto de planetas de su sistema. Esto es importante, ya que supone una ventana preciosa para intentar comunicarse.
Ocurre que Trappist no sufrió un periodo tecnológico; por lo que su evolución natural pudo completarse y alcanzar la forma de macroorganismo planetario. Es decir, Trappist 1d es como un solo ser, con su propia consciencia o alma unitaria; lo cuál no es incompatible con el florecimiento de trillones de formas de vida (especialmente acuáticas) que tienen menor o mayor comprensión de su existencia como parte de un organismo planetario.
La Navidad es el tiempo de la esperanza; ya que cada nueva Navidad, el alma planetaria y también su miríada de pequeños seres marinos y palustres vibran al unísono -literalmente- para intentar contactar con la consciencia de algún otro planeta del sistema. De momento las frecuencias electromagnéticas no han establecido comunicación alguna; pero la esperanza es lo último que se pierde. Esta estrella vivirá -salvo catástrofe galáctica- hasta que el Universo sea muy viejo; por lo que tiempo hay de sobra para que otros planetas de Trappist despierten también. Será entonces la Natividad, o Nacimiento, de una Gran Consciencia Estelar.
Ross 128 b
Este planeta orbita una estrella antigua, que es ahora una enana roja de tenue luz.
El problema de Ross 128 b, es que la mitad del planeta está siempre mirando a su estrella, y la otra mitad, siempre al espacio exterior; como la Luna con la Tierra. Por esto, un hemisferio tiene todo el año luz, día y noche; y el otro no conoce más que la oscuridad y el cielo estrellado.
Los años duran sólo diez días terrestres; pero gracias a esta cercanía a su estrella, Ross 128 b puede evitar la congelación. De hecho, la parte soleada estaría abrasada, si no fuese por una atmósfera muy densa que lo protege. En esta parte con sol todo se ve muy rojo, como un escenario nocturno alumbrado con focos de luz infrarroja. Es un rojo que lo llena todo, ya que no es sólo por el tipo de luz estelar sino porque las propias rocas y arenas son muy rojizas, mucho más que las marcianas, debido a la abundancia de hierro.
Incluso los propios rossianos tienen la piel carmesí, y los ojos brillantes como rubíes. Sin embargo, ellos no lo ven así; ya que su visión está adaptada a este mundo tan encarnado, y convierte los matices rojos en una plétora de experiencias cromáticas. Ellos no saben que viven en un planeta colorado, sino que experimentan un mundo de exótico cromatismo metálico, como las bolas de un árbol de Navidad.
La mayor parte de la vida en Ross 128 b ocurre en la frontera entre su día eterno y su noche inacabable; en un anillo que lo recorre de polo a polo. En esta franja, existen poderosas corrientes de aire y tormentas pavorosas, que llevan el agua en forma de nubes a la parte expuesta, y traen calor a la oculta. Este intercambio supone inmensas cantidades de energía libre, que es aprovechada por los organismos superficiales para alimentar sus vidas y organizar sus ecosistemas.
Además, este clima peculiar planetario tiene sus ciclos, y cada año -cada diez días- hay un periodo en que la atmósfera es demasiado convulsa y sacar a pasear al frein o ir a recolectar virites es garantía de que te parta un rayo. Por eso los rossianos se quedan en sus casas, que son como búnkeres en el subsuelo o en el tronco de los grandes racimos de viritoi. A través de túneles, visitan las casas de amigos y familiares, pasando el mes tomando drogas alucinógenas y haciéndo vibrar las paredes con sus voces. Como todo lleva tanto hierro, el resultado es un sonido como de campanas, muy bello, y que se te mete por todo el cuerpo. Después se duerme otro mes entero, toda la familia extensa y los amigos invitados, y al mes siguiente ya sí es laborable porque las tormentas eléctricas remiten.