En política, en la vida profesional o en la vida personal algunas veces adoptamos el rol de un personaje. Estos personajes sirven para protegernos, para llamar la atención, para conseguir destacar, para evitar mostrar nuestra verdadera personalidad o incluso para dar hacia el exterior una cara amable en la que queremos construir nuestro andamiaje relacional. A veces la distancia entre el personaje y la persona real es pequeña, solo matices, o aspectos que pulimos para no mostrar una versión realmente cruda de nosotros mismos, pero en otros casos ese personaje termina por devorar lo que somos y estamos atrapados en una interpretación. Al menos nos puede devorar en la esfera relacional (mundo político, esfera pública) donde lo hemos desarrollado.
Me centraré en como estos personajes pueden perjudicarnos en la política y en la vida pública. Ceñirnos a esta esfera nos permite que todos podamos entenderlo con más claridad ya que nos vendrán facilmente personajes a la cabeza y no necesitamos en entrar en caminos psicológicos más profundos.
La relación entre el activismo y la vida política cada vez está más competida. Personas que opinen en medios, redes sociales los hay cada vez más, además los políticos están cada vez más expuestos a un micro o a las propias redes sociales. Además la propia dinámica de la comunicación en el mundo de las redes sociales, hace que lo que se vuelve vírico, sea más compartido sean mensajes más extremos, histriónicos o duros. Un ejemplo palpable es en la escalada de barbaridades en las que han entrado los clones de la derecha española: Casado y Rivera. No solo uno le copia la estética al otro (o es al revés) sino que la forma crispada de sus discursos cada vez es más parecida.
Toda esta situación hace que hayan aparecido un gran número de políticos y activistas que han creado su espacio en base a un personaje. Humor, sarcasmo, ingenio en 140 carácteres, actuaciones histriónicas, discursos demagógicos, poses o una combatividad prácticamente ficcionada. Todo ello ha ayudado a aupar carreras, a crear liderazgos de opinión, cuotas de pantalla o de redes y a crear un personaje que destaque entre el resto. Tenemos líderes de partidos que parecen memes con patas, diputados que hablan como Íñigo de Montoya retando a duelo a los rivales, líderes de opinión de los que no se les puede hacer parodia porqué la superarían y twitstars que siguen en una escalada de broncas en las redes con opinadores de otros colores.
El problema de los personajes es que son más inflexibles que las personas. Una persona puede cambiar de estado de ánimo, evolucionar, matizar, dar imágenes diferentes de si mismas. Una persona puede cambiar de opinión, un personaje porqué todo lo que hace y dice forma parte de esa construcción del propio personaje solo puede hacerlo después de muchísimas justificaciones. Un personaje no deja de ser una imagen muy limitada de una persona, un arquetipo, un patrón de comportamiento predecible y que genera seguridad en la audiencia.
Vemos muchos políticos, activistas y líderes mediáticos atrapados en su propio personaje, incapaces de salir de él. Algunos prácticamente acaban siendo devorados por el personaje, triturados por lo que les encumbró y que ahora les impide crecer y evolucionar. Bart Simpson es el protagonista de un capítulo de “Los Simpson” donde una ingeniosa frase que le muestra como un gamberro simpático le encumbra a la fama. Pero una vez en ella el hecho de verse limitado a esa frase es algo que le acaba de mortificar y hacer infeliz.
Romper las máscaras es difícil. Es el espacio de seguridad, es lo que ha funcionado, lo que ha permitido llegar donde está ahora. Romperla significa buscar una imagen más próxima a la persona real, salir de un encasillamiento pero también de un espacio donde se consigue cierto éxito.Pero muchos políticos, activistas y líderes de opinión la máscara es también un lastre, el personaje les impide crecer y evolucionar. Al final, solo pueden hacer una cosa, o matar el personaje y reconstruirse o morir con él.