Ha pasado ya la resaca de las elecciones, y paseo sobre los restos que ha desparramado la tormenta electoralista. El sentimiento que tengo es el de pesadumbre. Tristeza por ver cómo el esfuerzo humano se malgasta en una disputa pueril en el patio del colegio. Ya os he llorado mis penas. Puedo ser de lágrima fácil pero tampoco es que dure mucho.
El panorama político es de sobra conocido. No hace falta que lo presente. No obstante, siempre hay matices que dadas las circunstancias conviene recordar. Matiz, como por ejemplo, la política, lo que es la política o, mejor dicho, lo que debería ser la política. Hoy en día muchas son las personas que no quieren ni oír hablar de política. La mera mención de la palabra provoca sarpullidos. Claro, como para no ser menos. Yo también estoy hastiado de que el político de turno se acuerde de las clases obreras únicamente para mendigar votos. Esa es una forma de hacer política pero puede que exista otra mejor. Al final, se hace difícil pensar en algo que a lo largo de la historia no mejorase. La civilización evoluciona y siempre lo hace gracias al enorme esfuerzo colaborativo de una humanidad plural y diversa que jamás se rinde.
Qué utópico me pongo. Pues sí. Hay utopías y utopías. Las utopías realistas son aquellas que pueden realizarse porque están de acuerdo con la ciencia y existe una tecnología que las haga practicables. De lo contrario, quedarían en el mundo de la ensoñación. Como ejemplo, en el pasado la abolición de la esclavitud y la igualdad entre hombres y mujeres fueron utopías. Sobra decir cual es la pena que hoy en día se aplica a quien trafica con seres humanos.
Cuando proponemos mejorar el panorama político inmediatamente hablamos de una utopía. Por supuesto, es de la clase de utopías realizables y deseables. Como en una historia narrada, el protagonista se enfrenta a un antagonista. La forma más divulgada de resolverlo es por medio de la lucha. En el plano político podemos ver como el comunismo ha idealizado una lucha entre el pobre y el rico para la instauración de una utopía. El resultado de este ejemplo histórico es bien conocido. Menciono esto porque la dialéctica de los puños y las pistolas es contrapuesto al intelecto. El antagonista que se opone a la utopía del mejoramiento político es precisamente hacer de la política un contubernio de oscurantismo. Eso es formar grupos (partidos políticos de masas) que polarizan la sociedad con una maniobra maniquea de buenos contra malos; oprimidos contra opresores.
El oscurantismo existe dentro de una mente despojada de herramientas intelectuales y de conocimiento sofistacado, además de rico en anteponer los intereses personales al bien común.
Mejorar la forma de hacer política exige aprender del método científico. La comunidad científica es abierta y participativa. Las ideas no pertenecen a nadie. Los avances se producen gracias al esfuerzo combinado de una comunidad que continúa el trabajo de las generaciones anteriores. Y un detalle sumamente importante, una teoría (no confundir con elucubración) se construye a partir de datos corroborados. En caso de no ser útil para explicar el fenómeno dado, se desecha en busca de una nueva.
En conclusión, para conseguir la utopía del mejoramiento político necesitamos mentes alimentadas de conocimiento con las que dar luz al mundo, corazones desprendidos con los que tornar la ira en paz y la clase de agallas que hacen falta para soportar la injusticia en carne propia a fin de ganar la justicia para el mundo entero. Así transmutaremos habitantes de plomo en unos ciudadanos de oro.
O algo así.