En estas semanas observo con perplejidad un fenómeno que me resulta bastante extraño y no fácilmente comprensible.
Encuentro en diferentes ámbitos como redes sociales, whatsapp y publicaciones varias, una serie de mensajes que, desde mi punto de vista, son excesivamente positivos e incluso joviales, ante esta situación que nos toca vivir con el COVID-19.
Resulta sorprendente la alegría inusitada de algunos, en nombre de supuestos poderes espirituales, señalando que estamos ante la posibilidad una magnífica transformación de nuestra consciencia ¡¡y que tenemos que celebrar lo que nos está pasando!! Algunos llegan a decir que el virus es un “maestro” o que cada uno está recibiendo el sufrimiento que se merece según sus actitudes en la vida, que los seres de luz no sufriremos, etc. También podemos encontrarnos vídeos de personas cantando y bailando con sonrisas extáticas, ante esta “gran oportunidad” para subir nuestra consciencia espiritual. En ciertos casos incluso algunos invitan a retiros espirituales sus comunidades (a módicos precios, claro), para huir de la paranoia social de un virus inexistente. O bien señalan que la tierra por fin está defendiéndose de nosotros matando a los que sobran, con ideas que suenan a ecogenocidio.
Inicialmente me venía a la mente el concepto “evasión espiritual”, también llamado “by pass espiritual” que enunció John Welwood[1], que consiste en menospreciar las necesidades y preocupaciones personales, a la vez que se pretende alcanzar una identidad espiritual ideal. Ese mecanismo de “evasión espiritual” supondría utilizar la espiritualidad y las prácticas espirituales para escaparse de elementos emocionales o personales que no se han resuelto, por resultar difíciles. Creo que algo de esto hay en los fenómenos que estoy mencionando. Pero, me parece que incluso algunos van más allá de la evasión y que no solamente se evaden, sino que niegan la realidad de lo que estamos viviendo. Por eso planteo que se trata de un mecanismo de negación psicológica, aplicado a lo espiritual. Muchos no solamente se “evaden” sino que parece que están construyendo una realidad paralela y para-lelos, que genera un mundo Disney imaginario, para huir de una situación que resulta dolorosa y que es negada, para no tener que ser afrontada. De alguna forma cada mente se defiende, como puede, de lo que le resulta intolerable...
Señalar esta realidad como una situación idílica y maravillosa me parece una perturbación mental. Sin negar la posibilidad de evolución y de transformación que puede tener, en ocasiones, el atravesar conscientemente el sufrimiento, considero que tanta alegría, ante esta situación tan complicada, es muy cruel y carente de empatía.
Me parece cruel e infantil batir palmas, alegrarse y disfrutar exaltadamente, mientras miles de personas mueren diariamente en medio del miedo y del sufrimiento, cuanto tantos han perdido a sus seres queridos sin poderse despedir, cuando es normal que otros muchos vivan hoy día temerosos de perder sus vidas o la de sus familiares, etc. ¿Qué hubiéramos pensado si ante los campos de concentración nazis algunos hubieran expresado con alegría la gran oportunidad de transformación espiritual que esperaba a sus supervivientes? ¿Qué sensación nos daría si ante el calvario y crucifixión de Jesús los testigos estuvieran desbordantes de alegría pues sólo fueran capaces de pensar en la resurrección posterior? ¿Qué nos parecería si ante un diagnóstico de un cáncer el oncólogo nos diera la enhorabuena y entonara cantos al sol y a la tierra hablándonos de purificar nuestro karma y de la gran suerte que nos ha tocado al padecer la enfermedad? Creo que algo nos rechinaría profundamente y que nos parecería una locura total. Sin negar que es posible sacar cosas positivas de una asunción consciente del sufrimiento. Pero, para que ese sufrimiento aporte algo, es preciso atravesarlo y afrontarlo, sin mentiras ni escapismos. Y a veces el sufrimiento no aporta nada más que destrucción o locura. Pueden tener salida, sí, pero no engañemos generando miradas ilusorias y falsas expectativas. No hagamos sentir culpables a los que no viven esta maravillosa transformación, o quienes se exponen a situaciones de alto estrés que pueden derivar en sufrir un estrés postraumático. Abramos un poco los ojos y el corazón a ver la realidad y a empatizar con el sufrimiento ajeno, incluso con el propio que nos cueste más asumir.
Vivimos en una sociedad infantilizada en la que preferimos negar lo que está pasando en nuestra burbuja ilusoria de autocomplacencia, sin pararnos a pensar que una parte de nuestra desgracia presente ha dependido de estar en burbujas narcisistas colectivas, en las que pensábamos que a nosotros no nos iba a pasar nada, sin ninguna empatía por otros pueblos sufrientes de nuestro planeta. De ahí que hayamos tardado tanto en reaccionar (entre otros factores que no han dependido de nuestra forma de pensar). Ahora nos ha tocado a nosotros atravesar dificultades, pero no queremos salir de miradas ilusorias, igualmente narcisistas que siguen generando “globos místicos” para la autosatisfacción personal, con discursos que, para colmo, señalan que la realidad es lo que uno crea que es. Y no, señores, hay una realidad que trasciende mis propios deseos y necesidades personales, que solo puede ser afrontada si se mira como realmente es. Si no lo hacemos sería como si ante un tigre de Bengala me concentro meditativamente diciéndome que es un lindo gatito ¿cómo pensáis que puedo terminar?
[1] Welwood, J. (1984). Principles of inner work: psychological and spiritual. The Journal of Transpersonal Psychology, 16 (1), 63-73 y Welwood, J. (2001). Psicología del despertar. Budismo, psicoterapia y transformación personal. Barcelona, España: Kairós.
* Nota: Las imágenes son de Pixabay.