Haciendo el especial para el fin de año me tocó recordar una vez más, aunque jamás me olvidaré de ella, la gran nevada que sufrimos los vecinos de la Montaña Palentina; o mejor dicho la sucesión de nevadas que vivímos entre enero y febrero de 2015 los montañeses palentinos. Lo de enero fue un simple ensayo pero lo gordo llegó en febrero. Pueblos incomunicados, autovías cortadas, gente atrapada y todo ello ante la estupefacción de todos. No sé si es que se nos había olvidado lo negro que es el manto blanco que tanto gusta a a algunos, yo siempre digo que lo odio a más no poder. No me gusta, nunca me ha gustado desde que dejé de tirarme montaña abajo con trineos en mi infancia y luego con los esquís hasta que me lesione. También, y es una razón más que suficiente, porque mi padre se pasaba el día en la carretera y cuando nevaba mis nervios se ponían de punta.
Pero es que el día a día para vivir y trabajar con la nieve es complicado. No podía entender la paciencia que tenían los que estaban atrapados, también es cierto que ves lo solidaria que puede llegar a ser la gente. He visto como muchos ayudaban y llevaba mantas a la gente que se quedó atrapada en la autovía. También he visto a algunos no mover ni un dedo mientras otros se afanaban por quitar la nieve; a la UME que dicen que hicieron mucho pero yo la verdad sólo les ví cerca de Gullón ayudando a un vehículo... Sí que he visto a los vecinos de La Pernía crear una red de ayuda e intentarlo todo por salir del aislamiento hasta incluso plantearse hacer una labor de titanes e intentar abrir Pedrasluengas a mano, a pala, hasta que ya justo ese día aparecieron las máquinas y abrieron. Junto a otros compañeros lo pude cubrir, parecíamos auténticos muñecos de nieve y confieso que también pasé un poco de miedo entre los neveros de dos metros, pero tenía un perro del Greim que no se separaba de mi lado.
He visto en Barruelo a los voluntarios de Cruz Roja llevar medicinas a los vecinos que no podían salir de sus casas -no lo he visto pero sí me lo han contado también que lo hicieron los pernianos- y tantos y tantos ejemplos de solidaridad vecinal. También he recogido alguna imagen curiosa como la creación de un iglú junto a mi casa, la de dos niñas en una segunda planta asomadas a su ventana porque no podían salir de su casa o la de unos jóvenes tomando el blanco en manga corta con un metro de nieve.
Los montañeses sabemos lo duro que es nuestro invierno, también es cierto que hemos elegido vivir en el norte pero eso no sirve para ponerlo de excusa y tener a la gente aislada. He de confesar que las primeras semanas de febrero de 2015 han sido de las más angustiosas de mi vida a nivel laboral. Tenía hasta pesadillas y no dormía, y no me duelen prendas en reconocer que lo pasé muy mal pues la situación creo que nos superó a todos.
La guinda ya al envenenado pastel blanco lo puso el fallecimiento de nuestro presidente, Chema Hernández.
Imposible por todas las circunstancias olvidar la nevaona de 2015, la nevada del siglo XXI...
© Marta Redondo
© Pumar59
San Salvador de Cantamuga, Febrero de 2015.
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