Revista Cultura y Ocio
Fotografía: Chris Killip
La niebla es un cáncer. Avanza a su antojo, ocupa el cuerpo entero. Los días en que el sol barre las calles nos quedamos en casa y la miramos desde la ventana. No es de fiar el sol. Quema la piel, los ojos duelen. Salimos con la bruma. Cuando lo ocupa todo. Hay días en que jugamos a fantasmas, días en que los fantasmas juegan con nosotros. A veces escuchas palabras, percibes un ruido, crees que el juego empieza a ponerse interesante de verdad. Alguien dice que ha muerto. Lo dice como si lo festejara. He muerto, he muerto. Se puede morir un rato o el juego entero. Entonces es cuando ves la niebla con nitidez. Ella es la que inventa el juego, ella es la que elige las normas, ella es que la gana siempre. Hay dignidad en los perdedores, en los muertos. Cuando alguien gana, no presume. Tampoco se lamenta al perder. En casa, al cerrar la puerta, se echan las cortinas. Sentado a la mesa, pensando en la niebla, se la echa en falta. A veces es la niebla la que nos echa en falta a nosotros y se cuela en nuestros sueños. Huele a niebla la almohada, se cuela su frío antiguo y nos despertamos tiritando. En verano hacemos otros juegos. El sol es un contratiempo cuando has visto lo que puede hacer la niebla por ti. En sueños, si te dejas, aparece. Viene a verte, quiere intimar contigo, contarte qué ha planeado para el otoño. A mi padre le oí una vez contar una historia sobre la niebla. No le presté atención, no la suficiente. Luego no quiso repetirla. Ya ha hablado bastante, dijo. Veranos demasiados largos, algo así. El abuelo se deslengua más, pero ha perdido la memoria. No sabemos si es verdad o lo adorna todo. Al acostarnos, cerrábamos los ojos y pedíamos que viniese. Nunca tardaba mucho. Eran sueños muy buenos, nunca los he tenido mejores. Al despertar, lo recordaba todo. Como si fuese una cosa vivida. Al crecer dejamos de jugar. La niebla nos perturba de noche. Danza en nuestros sueños, los entenebrece, hace que duelan a veces. Debe estar vengándose. Hoy la he visto merodear una plaza. Los niños no se daban cuenta, pero jugaba con ellos. No saben que están enfermos, no hay quien les avise. A mí no me creen. Les he contado cómo fue entonces y veo cómo es ahora. Tampoco vale quedarse en casa. No salir no ayuda. La niebla se cuela por las rendijas, por los huecos. No hay lugar al que no acceda, ninguno en donde no se presente. La niebla es un cáncer, la niebla es un cáncer. Te podrás morir de otra cosa, te vas a morir de viejo, pero lo llevas dentro. Sale de ti, eres tú.