Ante el asombro de toda la
corte, un lejano día del año 1695 tiene lugar una ceremonia inesperada: una
joven negra toma los hábitos de monja e ingresa en un convento. Pero la
sorpresa no queda ahí: el rey Luis XIV entrega una generosa dote a las monjas
para su mantenimiento.
Felipe IV era el padre de
María Teresa de Austria, la cual se casó con Luis XIV de Francia, el Rey Sol.
Al principio parece que la
relación funcionaba, al menos por parte de la reina; él disimulaba muy bien; pero
en seguida el rey se cansó y buscó compañía en otras damas de la corte. Y no lo
hacía a escondidas. Todo el mundo está enterado de sus correrías. “Vox pópuli”,
diríamos ahora. La reina se siente rechazada y humillada. Está triste y
deprimida.
Un buen día, el duque de
Beaufort se presenta tras uno de sus viajes con un pigmeo, un esclavo negro,
con el que obsequia a la reina para que le sirva de distracción, como una
especie de bufón de color. El chico, ocurrente y despierto, es la diversión
favorita de la reina y su círculo de confianza. El negrito se llama “Nabo”.
Un buen día, la reina se
queda embarazada y, oh sorpresa, tras un doloroso parto, María Teresa da a luz
una niña supuestamente negra y horrorosamente fea. Hay quienes dicen que no era
negra sino de tez algo oscura y congestionada por las dificultades del parto. Entretanto,
“Nabo” ha desaparecido y nadie sabe de su paradero. El caso es que oficialmente
se dice que la niña nació con mala salud y dos días después del parto se
anuncia su fallecimiento.
Lo curioso de todo es que
treinta años después jura los votos como monja una joven negra llamada Louise-Marie-Thérése que ingresa en el convento
de las benedictinas de Moret. El rey concede a la nueva monja una pensión de
300 libras. ¿Por qué tanta generosidad? Opiniones hay para todos los gustos.
Dos formas diferentes de entender este asunto en estos blogs de dos buenos amigos:
El blog de Montserrat
y
El blog de Javier