Revista Sociedad

La nieve

Publicado el 02 febrero 2012 por Hogaradas @hogaradas

Por Hogaradas
Siempre me ha gustado la lluvia, la nieve, los días grises, el frío, el mal tiempo, y no es que le haga ascos al verano, todo lo contrario, disfruto con el sol, el calor, las mańanas de playa, los bańos en el mar, simplemente me refiero a que el invierno no me incomoda en absoluto, también sé cómo y de qué manera sacarle la parte positiva.
He tenido la suerte de nacer entre montańas, en un lugar en el que, cuando era nińa, y no tanto, la nieve nos visitaba puntualmente todos los inviernos, para alegría de, quienes como yo, no teníamos más quehacer que salir a disfrutarla, y el malhumor de quienes por motivos de trabajo tenían que vivir con los inconvenientes que les producía.
Eres días aquellos de nevadas importantes, de tejados cuajados con una capa blanca y espesa, de aceras que los comerciantes se encargaban de limpiar con palas, para que los transeúntes pudieran caminar, de paisajes blancos y hermosos, tan hermosos como el que se podía ver desde la venta de una de las habitaciones de mi casa.
La Cooperativa era, lo es todavía, una de esas casas enormes de anchos muros de piedra, con un largo pasillo a cuyos lados se distribuían las habitaciones, y que desembocaba en la cocina, adosado a la cual se encontraba el comedor. La parte delantera de la casa miraba hacia la carretera, y la trasera, desgraciadamente se encontraba tapada por un edificio, así que la única manera que tenía de contemplar las montańas era a través de la pequeńa ventana de mi habitación, y de la del bańo, desde las cuales saqué fotos como ésta que os muestro, fechada en enero del ańo 1.985.
Ese era el paisaje que veía, el parque, tal y como lo recuerdo todavía, y arriba, al fondo, “El Cantu”, todo cubierto por ese manto inmaculado, el mismo que pude ver y pisar tantas y tantas veces mientras viví en Turón.
La nieveLa nieve era la excusa perfecta para salir a la calle, no teníamos clase, así que nos íbamos a casa de mi amiga Marigén, y allí delante teníamos el paraíso, toda una superficie blanca, completamente virgen, a nuestra disposición, toda entera para nosotras, para pisarla, hacer un enorme muńeco de nieve y sacarnos fotografías, esas en las que pienso ahora mientras escribo, las de unas adolescentes con sus bolsillos llenos de alegría y sus corazones rebosantes de amistad, unas adolescentes que solamente pensaban en divertirse y que hoy, pasados los ańos, y seguramente al igual que yo, cada día de nieve consigue devolverles los recuerdos de aquellos ańos, de aquellos paisajes y de aquel grupo de inseparables amigas.
Han pasado ya muchos ańos, pero yo sigo buscando la nieve, esperando impaciente las noticias meteorológicas que anuncian, como estos días, que la magia blanca volverá a regalarnos unas de esas imágenes que quizás por poco habituales y duraderas, resultan tan agradables a nuestros ojos, la de los copos de nieve cayendo armoniosamente, como si de pequeńos trozos de algodón se trataran, con esa cadencia de la que solamente ellos tienen el secreto, dejando un olor seco y característico.
Mi tía Isabelita, recuerdo, adora la nieve, y siempre cuenta que desde que se fue de Turón jamás ha vuelto a ver nevar, así que alguna vez, cuando los copos revolotean a mi alrededor, caprichosos y juguetones, saco alguna foto para hacérsela llegar y que recuerde aquellos tiempos en los que también, a través de su ventana, disfrutaba del hermoso paisaje blanco.
Hoy nieva en Oviedo, abro la puerta de mi terraza y dejo que los atrevidos copos que entran en ella cubran mi cara, respiro hondo, y me empapo de todo su olor, y después de hacerlo me he sentado para escribir esta Hogarada, una más cargada de recuerdos, hoy, tan blancos y hermosos como la misma nieve.


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