Revista Cultura y Ocio

La nieve de las palabras

Por Calvodemora
La nieve de las palabras En principio creo que hablo más que escribo, pero hay ocasiones en las que pienso en que debería escribir más de lo que hablo. En otras, a lo visto, más valdría no excederme ni en escribir ni en hablar y esmerarme en leer o en escuchar. Pasa que cuanto más leo, por lo general, más ganas me dan de escribir y que, en la misma trama de afinidades, cuanto más escucho, más me animo a hablar. Puedo controlar tres de esas formas de entablar un diálogo con el mundo. Con la que no hay manera de rebelarme es la de escuchar. No sé cómo librarme de esa influencia. No vale el recluírme. Dentro de casa hay vías por las que se adquiere una noción bastante exacta (a veces atropellada y brutal) de lo que pasa afuera. No tengo ninguna convicción firme sobre lo que hacer. Si adiestrarme a tiempo completo en el oficio relatado (leer, escribir, hablar, escuchar) o declararme incompetente durante unos días y ver después en qué he ganado o qué he perdido durante la convalecencia mediática. A lo que me cuesta renunciar es a pensar. Juro que lo he intentado con ahínco. He probado a dejarme llevar. A no ahondar en las cosas. A verlas venir y a no interponer contra ellas ninguna declaración amistosa u hostil. Dejarse ir tiene su pequeña cuenta de daños. Todo a lo que uno renuncia regresa más tarde más fieramente. He comprobado que el azar no es azaroso completamente. Que te guarda las cosas. Las buenas y las malas. Quizá más de unas que de otras. No sé este quebranto mío de jueves nevado en mi pueblo a qué conduce. Puede que no sea su cometido el llevarme a ningún sitio. Se está bien aquí, a pie de teclado, mientras afuera el día está norteño y la nieve ameniza la mañana, escuchando a Keith Jarrett en Colonia a un volumen muy discreto, esperando salir después a tomar una cerveza con los amigos. Es posible que en la barra del bar, pensando en todo esto, recule y me escandalice mi promiscuidad verbal. De verdad que no lo hago por molestar. Es que hay veces en que me duele la realidad y no sé cómo atajar el dolor. No tengo otra cosa a mano. La palabra. El vértigo de las palabras. Toda esa fiebre de las palabras. Y ahora me disculparán. Voy a quitarme el forro polar rojo incandescente, el pantalón gordo de estar en casa y las zapatillas de paño y me voy a vestir para la ocasión. Me calaré la gorra. Pasearé Lucena como si no la conociese. Casi nunca pasa eso. Ver las cosas como si fuesen nuevas. No pensarlas. Sentirlas. No someterlas a la inteligencia ni a la experiencia. Simplemente acunarlas dentro como una música.
La fotografía la ha volcado en su muro de Facebook Guadalupe Doblas.

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