Revista Diario
Soy la niña de la Coca-cola light. Es uno de mis vicios confesables. Raro es el día en que no me veis una en la mano. Me hice adicta en el embarazo. Era lo único que conseguía calmarme las nauseas. Ni Cariban ni ocho cuartos. Por lo tanto, mis hijos mamaron Coca-cola light - eso sí, sin cafeína - vía placentaria durante muchos meses. Por eso no me extrañó cuando el otro día, al pedir la comida en una tasca, Susanita arrugó la nariz al servirle un vaso de cola delante. - Pero, esto no es Coca-cola - protestó, cuando se fue el camarero. - ¿Cómo lo sabes? - le pregunto. En mi mente, empiezo a buscarle explicación a cómo se ha enterado de que lo que le han servido en el vaso no es Coca-cola sino Pepsi - ese horrible sustituto - sin haberla probado. ¿Será que el color no es el mismo? ¿Será la burbuja, que una es más fina que la otra? Mi hija, le da la vuelta al vaso, con mucha parsimonia y me contesta: - Porque lo pone aquí - efectivamente, en el vaso, en letras bien grandes, pone "Pepsi". Eso me pasa por hacerme pajas mentales.