¡Está loco! Definitiva e irremediablemente chalado. Acabo de recibir un billete de avión para ir esta misma noche a Barcelona.
Estrena obra en el teatro Romea y dice que le doy suerte. Es inevitable sonreír mientras le doy el pasaje a la azafata.
Junto con el billete, me ha mandado una pastilla rosa dentro de un pastillero lacado en color negro. Según su nota, escueta y directa como es su estilo, debo tomarla justo antes de entrar al teatro, sentada en el banco que hay en la plaza de detrás. No suelo hacer preguntas, confío ciegamente en él, son muchos años de amistad como para dudar de sus intenciones, aunque sea un poco cabrón.
Seis de la tarde, puntual en el Prat. Primer taxi libre de la fila esperándome. Me subo. Jugueteo con el pastillero en la palma de mi mano mientras veo pasar Barcelona a toda velocidad por la ventanilla izquierda del taxi. La pequeña pastilla golpea en el interior de su habitáculo negro y hace un ruidito apenas perceptible. Cierro con un portazo seco la puerta del taxi y recojo el cambio por la ventanilla del conductor. Hace viento. Mi vestido se me enreda entre las piernas. Miro al cielo y descubro ese gris tan barcelonés que lo aísla todo, aun así hace calor. Me cuelgo la mochila y me encamino hacia el banco de la plaza, en la espalda del teatro. Le mando un mensaje diciéndole que ya estoy aquí y guardo el teléfono en el bolsillo exterior de la cazadora. Dos abuelos van tras un niño de unos seis años mientras hablan de fútbol. A mi derecha, una señora no levanta la vista de lo que parece una tablet. El entorno está tranquilo. Abro el pastillero y sujeto la pastillita entre mis dedos. No puedo evitar preguntarme qué clase de droga nueva lleva en su interior. Me la echo a la boca y justo en ese momento la veo: Una cabellera naranja brillante, una mano que la aparta de su rostro y la coloca sobre su oreja, pecas, mil pecas. Levanta la mirada y sus ojos enrojecidos en exceso, ¿quién sabe?, puede que haya tenido un mal día, o quizá va pasada de porros, ojos rojos, pelo rojo, de repente todo es rojo a mi alrededor, la cadencia del sonido que me envuelve se torna lenta y grave. Intento tragar saliva pero me siento volar, me observo desde arriba, mirando fijamente a la niña de los ojos rojos, que chilla enloquecida y no para de gritar perdida en mis pupilas…
Me giro desde el aire y veo el teatro aún ennegrecido por el humo y recuerdo a Miguel sonriente en escena, con su eterna sonrisa, cautivando al público que entregado lo escucha ensimismado, recuerdo el ruido ensordecedor tras bambalinas, la columna de fuego que recorre el techo. Los gritos. El miedo. La gente huyendo en estampida. Sentir como me llevaban a empujones hacia la salida. Miguel aún sobre el escenario, intentando sacar a algún infeliz atrapado entre llamas que devoran sus ropas… Sirenas. Miedo. Miguel…
Me pierdo en esos iris enrojecidos y me entrego por fin a esta sensación vertiginosa de caída brutal hacia el vacío.
Ha sido una buena decisión elegir este banco, esta plaza, este día para volver a verte Miguel.
¿Eres tú?, siento tu sonrisa cerca de mí.
Vuelvo a sentir que sobrevuelo la escena, la niña de los ojos rojos llora asustada sobre mi cuerpo inerte.
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