Si una de mis hijas tiene papeletas para acabar postrada en el diván del psicoterapeuta por mi causa es La Primera. Sin duda. No es que le tenga manía ni que otra sea mi preferida manifiesta pero por alguna razón que no sé si se deberá a la primogenitura en sí o a su carácter me paso más con ella que con las demás. Ojalá no fuera así. Pero lo es. El problema fundamental creo que está en que es una niña que responde bien a la bronca y abusamos de esta docilidad. Como además es la mayor y puede sacarnos de muchos pequeños apuros tiramos de ella. Mucho.
Así la pobre un día, después de pedirle por enésima vez que le abrochara el cinturón de seguridad a su hermana me contestó muy digna que ella no era una madre ni una abuela y que no tenía porqué estar todo el día trabajando. Esto con cinco o seis años. A lo que siguió una de mis famosas retahílas de que en esta casa somos muchos y todos tienen que colaborar y patatín patatán. Por no oírme le puso el cinturón a su hermana y se agarró uno de sus famosos cabreos sordos en los que debe ponerme a caer de un burro.
A la primogenitura y a su docilidad se le suma que la niña es un calco de su padre. En todo. Lo cual es bueno, no digo que no, por algo me lo he quedado para pasar el resto de mi vida a su lado. Pero esta mofa genética a lo recesivo de mi ADN implica que ese par de cosas que me sacan de quicio del padre con todo lo que yo le quiero me sacan también de quicio de mi niña que por lo demás es perfecta. O casi. Tienen padre e hija ese don de mirarse primero al ombligo antes de pensar que quizá haya más gente en el mundo y son muy proclives a no ver la viga de hormigón armado en el ojo propio. Como además son de naturaleza caprichosa la combinación es explosiva pudiendo ambos dos entrar en una espiral de desazón extrema por una par de zapatos o un cinturón de tachuelas.
Por si fuera poco, como buena hermana mayor, se toma muy en serio lo de ir abriendo paso a la adolescencia y ya nos obsequia con preciosas expresiones del tipo pongo los ojos en blanco mientras me regañas o me da la risa floja cuando tú estás cabreada como una mona. Si digo que estos ataques pre-púberes me sulfuran me quedo corta. El día que de verdad se convierta en una adolescente contestona no va a quedar títere con cabeza en casa tigre. Avisados están.
Como no todo podían ser desventajas también es la más mimada con diferencia. Ella estrena bicis, ropa y juguetes, le montamos unas fiestas de cumpleaños que ya las quisiera Suri Cruise y nos ocupamos de que a su vida social no le falte de nada sin importar el número de viajes de y hasta que tenga que hacerse su madre que parece trashumante con el resto a cuestas. Y compensa. Con creces. La Primera es una disfrutona nata, a todo le saca astillas y no se amilana ante nada. Como buena hija de sus padres se apunta a un bombardeo del tipo que sea y disfruta de todo con un candor que me encanta.
Además no tiene revés, una de las cualidades que más valoro y admiro, va siempre de cara y jamás se le cruza un pensamiento retorcido. Gracias al cielo por sus genes paternos tampoco es nada rencorosa y espero que con el tiempo sepa perdonarme mis excesos disciplinarios. Por si acaso intento decirle a diario no sólo que la quiero mucho sino también que me encanta como es y suelo citarle una por una todas sus virtudes. Porque yo no sabía lo que era el amor del bueno hasta que hace más de siete años me miró por primera vez con sus ojos verde oscuro y mi vida cambió para siempre. De entonces soy feliz. De verdad.
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