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La niña de oro puro - Margaret Drabble

Publicado el 15 febrero 2016 por Rusta @RustaDevoradora

La niña de oro puro - Margaret DrabbleEdición:Sexto Piso, 2015 (trad. Antonio Rivero Taravillo)Páginas:296ISBN:9788416358106 Precio:22,00 €
En literatura (y en televisión, y en el cine), las expresiones «niño con problemas», «niño especial» o «niño diferente» suelen ser sinónimo de sensiblería, clichés y trampas narrativas para conseguir la lágrima fácil. Por suerte, todavía quedan escritores serios que saben plantear el tema sin caer en el tópico, como la británica Margaret Drabble (Sheffield, 1939), hermana de A. S. Byatt. Drabble es una autora experimentada —ha publicado dieciocho novelas, además de trabajos de crítica literaria— que demuestra todo su potencial en La niña de oro puro(2013), su obra más reciente, en la que narra la historia de una joven madre con su, por citar las palabras que ella misma emplea, «niña eterna». Aun así, no es del todo exacto decir que se trata de una novela sobre una niña eterna, o, al menos, no solo va de eso. La protagonista, en realidad, es la madre, pero el libro no se limita a la relación entre ambas. Drabble siempre ha manifestado interés por las tensiones entre la maternidad y la carrera profesional de las mujeres de su generación —ya abordó estas cuestiones en uno de sus libros más aclamados, La piedra de moler (1965; Alba, 2013)—, de modo que en La niña de oro puro explora todas estas facetas, con un añadido que sus primeras obras no tenían: la perspectiva del paso del tiempo, la mirada hacia la juventud desde la madurez, desde (en este caso) el siglo XXI y todos los cambios que ha supuesto.La niña de oro puro - Margaret DrabbleEn el Londres de los años sesenta, Jessica Speight, una estudiante de Antropología con un futuro prometedor, ve cómo sus planes se truncan por un embarazado no deseado, fruto de su relación con un profesor casado. Nueve meses después, da a luz a Anna, una criatura tierna y dulce, de quien pronto descubrirá que no es como los demás niños. Jess se convierte en madre soltera y abandona sus trabajos de campo en África, aunque, con el tiempo, consigue retomar sus estudios y desarrolla una carrera como investigadora; el tipo de profesión que puede hacer desde casa, sin desatender a Anna. Y esto no es todo. El gran acierto de Drabble no se encuentra en la trama, sino en el punto de vista: Nellie, una amiga de la protagonista, ni la mejor ni la peor, que narra su historia como una observadora, con todo lo que esto implica: las elisiones, la falta de certeza acerca de algunos hechos, porque, lógicamente, no lo sabe todo de Jess, no ha estado presente en los momentos de intimidad de esta, no ha entrado en su mente. Nellie comparte estas dudas con el lector, y en ocasiones incluso reconoce que quizá no debería estar contando esta historia. Pero sigue adelante y, además, lo hace cuando tanto Jess como ella ya son mujeres maduras, al borde de la jubilación, lo que proporciona una distancia muy oportuna para echar la vista atrás y evaluar su vida, la vida de Jess y la de toda su generación. Esto conlleva que el relato no sea lineal, porque los recuerdos la llevan hacia delante y hacia atrás, y van acompañados de reflexiones, de pensamientos; una voz narrativa, en suma, exigente.Tanto la narradora como Jess se mueven en un ambiente cultivado, académico —que se nota en la narración erudita, preñada de referencias a antropólogos y escritores, en ocasiones excesivas—, en una época de profundas transformaciones sociales en las que ellas se erigen como la cabeza visible del recién inaugurado éxito profesional de las mujeres. Y, sin embargo, a pesar de lo estimulante que parece desde fuera, Drabble pone de relieve las fisuras de esta clase burguesa culta en la figura de Jess, un personaje que encarna todas las renuncias de las madres solteras y, aún más complicado, de las madres solteras con una niña de oro puro. Se perfilaba como una joven brillante, con un gran futuro como etnógrafa (y, además, atractiva, el tipo de mujer que llama la atención de los hombres). Tener a Anna trastorna todas las facetas de su vida: se labra una carrera, pero desde casa, como una antropóloga de sillón, lejos de su África querida; en lo sentimental, sigue conociendo a hombres, incluso convive brevemente con alguno, pero se mantiene soltera, o, mejor dicho, se mantiene ligada a Anna, una ligazón para siempre, que no puede compartir con nadie más. Las amistades también sufren cambios, o se matizan, porque para las amigas con niños «normales», como la propia Nellie, no resulta cómodo hablar de los progresos de sus hijos con Jess, con la madre de una niña eterna, una niña sin «progreso».El rol de la niña no se dulcifica como en un melodrama de sobremesa. De hecho, por las particularidades del punto de vista, Nellie no «cuenta una historia» sobre una niña eterna, sino que, adoptando la perspectiva antropológica, hace una radiografía de su entorno, de Jess y Anna, de sus allegados. La perspectiva antropológica no emite juicios de valor, no juzga, no enaltece ni condena. Solo cuenta lo que ve, y lo que Nellie ve sugiere una reflexión acerca del encaje de lo «diferente» en la sociedad, un encaje problemático incluso en una sociedad que se tiene por cultivada y progresista, como la Inglaterra de la época. Los niños como Anna —aunque lo de «como Anna» no es exacto, puesto que una de las realidades que muestra Nellie es, precisamente, que no hay dos niños con problemas iguales—, los niños que, en fin, se tildan de «diferentes», resultan invisibles para la sociedad. Uno no comprende lo que representan hasta que se encuentra con uno cerca, como le ha ocurrido a la narradora. Los padres no tienen las cosas fáciles, los colegios no siempre colaboran; y por el fondo resuena la preocupación por lo que ocurrirá si los padres mueren antes que el hijo. Con todo, esta novela no pretende lanzar un lamento, no victimiza; en cierto modo, reivindica el derecho a la diferencia, reivindica los valores de Anna, de los niños eternos, pero también de los adultos desamparados, de las múltiples formas de la fragilidad. Porque lo «normal», lo que se entiende por «normal», tal vez no es más que un espejismo.

La niña de oro puro - Margaret Drabble

Margaret Drabble

Nellie, a propósito, se podría considerar una mujer «normal», con su marido «normal», su profesión «normal» y sus hijos «normales». Todo en orden. También las otras amigas de Jess son «normales». Y, no obstante, el punto de vista de esta historia, cargado de empatía, nace de una «normal» hacia una «diferente». Con el paso del tiempo, las diferencias aumentan, porque, con los hijos adultos, las mujeres recuperan su independencia. Menos Jess: Anna es una niña eterna. Aun así, la mirada de Nellie dista mucho de ser optimista: todas ellas, las amigas de toda la vida, han pasado sus particulares trances; nada está limpio, nada está tan ordenado como parece desde fuera. Su perspectiva destila pesimismo con la entrada en el siglo XXI: ellas fueron jóvenes en una época en la que querían comerse el mundo, pero ahora solo queda cierto desencanto y la asunción de que aquellos tiempos han quedado atrás, para bien y para mal —abundan las referencias a corrientes de pensamiento y costumbres que, como ella misma reconoce, han quedado obsoletas—. La niña de oro puro, por lo tanto, no se queda únicamente en la narración de una maternidad complicada (como si eso fuera poco, por otra parte). Drabble construye, con una voz portentosa, un logrado retrato generacional, un retrato de las tensiones que afrontaron las primeras mujeres con una profesión cualificada y, no menos importante, de cómo lo recuerdan esas mujeres ahora, en la vejez.

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