Siempre ha estado ahí, pequeña, recogida, acuclillada con sus piernas descuidadamente dobladas, sin cambiar un ápice de postura, sobre el duro suelo del mercado de Puerto España. Su piel es mate, negrísima, insensible al sol abrasador, envuelta en un viejo vestido de flores verdes, almidonado, blanquísimo. La niña me invita a acercarme a ella, y le pregunto quién es, qué edad tiene, qué hace cuando cierra su viejo chamizo de palma en donde almacena los mangos más dulces del mercado, quién la cuida, de qué mágico árbol recoge esa dulcísima fruta. La niña sonríe con una dentadura inmensa, blanca, perfecta, y me contesta con una mirada curiosa, alargando su mano, ofreciéndome el mango que sostiene en ella, que yo por supuesto compro sin importarme lo que pago. Los que vengáis a Puerto España no dejéis de buscar a la niña del mango, estará allí para vendéroslo.
Texto e ilustración: Carlos de Castro