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La niña mata y aburre

Publicado el 07 noviembre 2011 por Josep2010

No son pocas las ocasiones en que uno se acerca a ver una película porque en el cartel vislumbra unos nombres que a priori suscitan cierta confianza al haber constatado que disponen de unas facultades histriónicas que pueden sostener cualquier empresa medianamente bien construida. Está claro que el guión es un componente importante para el buen resultado de una película pero, maldita sea, qué pocas veces me fijo en si aparece o no en el cartel el nombre del guionista: de hecho, casi ni me detengo a buscar el nombre del director. Y así me va.
Voces se alzarán provenientes de gentes mucho más comprensivas y benévolas que yo mismo protestando por lo que sin duda puede tacharse como un exceso de prejuicios pero a fuer de sincero he de manifestar que cada día que pasa me fío más de mi experiencia pasada que de las promesas y las buenas palabras y ello porque, mira por donde, jamás he visto a nadie asegurar impertérrito que a su película no hay por dónde cogerla.
Hace ya bastante trabé desafortunado (para mí) conocimiento de las discutibles artes de Joe Wright como director de cine: si entonces se trató de un melodrama romántico, hoy me detengo en una cinta supuestamente perteneciente al género de intriga y espionaje, titulada someramente como Hanna a lo mejor para evitar que el acostumbrado traductor/traidor al castellano tuviera la más mínima duda o quizás -más seguramente, bien mirado- para intentar desde el mismo momento en que se ve el póster enaltecer en el ánimo del cinéfilo predispuesto la figura de la protagonista, una casi adolescente y escuálida muchacha con porte de corredora de maratón que ha sido educada en la tundra por su salvaje padre que la mantiene en un perpetuo campo de entrenamiento de supervivencia, asilvestrada y apenas conocedora de informaciones destinadas a mejorar sus aprendidas habilidades para matar por no morir: en la primera escena la vemos hiriendo y siguiendo hasta dar muerte un cuadrúpedo que podría ser un alce (el detalle no importa) sin mostrar sentimiento alguno, con una frialdad que supera la del gélido ambiente en que discurre.
Luego, su padre le indica que ya está preparada para partir y la llegada de unos extraños precipitará una despedida y un viaje que inmediatamente se muestra absolutamente inverosímil, un periplo que lleva a los personajes de un lado a otro del mundo como si se tratara de un paseíllo por la plaza del pueblo de tasca en tasca, persiguiendo, huyendo, persiguiendo, huyendo los unos de los otros, porque la niña parece deambular por el orbe sin rumbo fijo y una super espía líder de un grupúsculo de la acostumbrada CIA la quiere secuestrar, pero el padre de la nena está atento y parece que va tras ella pero en ocasiones parece que va tras la super espía, que debe ser que se conocen porque la mala insiste en que él debe estar por ahí, cuando todos dicen que murió, y es un embrollo que acaba por enredarse con personajes secundarios verdaderamente prescindibles, así que los matan y ya está.
¿Lo han entendido? ¿No? Pues me dejo en el tintero que hay por ahí un par de relaciones paterno-filiales desdibujadas, una experimentación de super-agente que ríete tú de Lobezno y del Capitán América, aunque eso sí, para economizar gastos, no se ve ni una imagen, pero lo cuentan muy embrollao, así como pareciendo intrigante. Pero no.
La niña mata y aburre
Vamos a ver: ¿no debería ser un delito hacer perder el tiempo a la gente?
Es que, además, están destrozando la carrera prometedora de Saoirse Ronan que debe apechugar con esa protagonista impávida, asentimental, fría, perfecta máquina de matar en el inicio de su desarrollo que se perfila como base a secuelas, pero con un lío de historia y una falta de definición del carácter que es un desastre superado por la levedad del trazo con que se escribió los personajes de Eric Bana como voluntarioso padre putativo y el triste papel que una vez más le endosan a Cate Blanchett (Cate, guapa, piensa en cambiar de agente).
El guión es un montón de ideas sobrepuestas sin solución de continuidad en un desvarío semejante al viaje de los protagonistas carente de lógica y significado, una historia pergeñada con trazo grueso y tan disparatada que uno, a la vista de la coincidencia, acaba por pensar que Seth Lochhead y David Farr odian al resto de miembros de la Commonwealth y muy especialmente a los australianos y escribieron el desatino a modo de venganza: una locura.
Eso sí: para que todos veamos lo listos que son y que desde el primer momento mantienen una idea preconcebida y que todo es fruto de una planificación matemáticamente exacerbada, acaban la historia con la misma primera frase, en un "espectacular" guiño al espectador que, con razón, se cabrea por la tomadura de pelo.
Si por lo menos Wright se hubiera tomado en serio su función de director quizás el estropicio del guión hubiera sido menor pero en la tónica actual de tantos y tantos directores, la sensación es que se aplica la ley del mínimo esfuerzo para sacar adelante una historia que antes de la primera media hora ya cansa y que ni se decanta por el estimulante estudio de una adolescente criada selváticamente que se va incorporando muy lentamente a la civilización ni se decanta por enfatizar una trama de espionaje e intriga que requeriría un mecanismo de lógica interna bien trabado en la dirección de la aberración evidente de la manipulación genética para conseguir asesinos perfectos, quedando en un traspiés continuo que no acaba de significarse ni por un tratamiento ni por otro: está claro que, nuevamente, el interés por hacer caja pisotea y malbarata las posibilidades de hacer no ya arte, que sería pedir mucho, sino, simplemente, una obra digna.
Un petardo con la pólvora húmeda.
Tráiler


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