Revista En Femenino

La noche de los peluches malditos

Por Siendomadres @SiendoMadres

Es de noche y acabamos de tender 3 lavadoras de peluches.  Nos vamos a dormir.  Desde la ventana de nuestra habitación, rodeados de oscuro silencio, se intuyen los siniestros contornos de los muñecos en el tendedero.  Parecen reos en la horca.

Son las 2 de la mañana cuando me despierta un sonido animalesco.  Parece un pato enloquecido: ¡CUAC! ¡CUAC! ¡CUAAAAAC! Lo noto tan cerca que tengo miedo.  Mi marido ronca.

Estoy en guardia durante 1 minuto y al no oír nada más me duermo.  5 minutos más tarde: ¡CUAC! ¡CUAC! ¡CUAAAAAC!  Me incorporo y mediante un reflejo paleolítico,  empiezo a otear la oscuridad.

Por fin caigo en la cuenta: hemos puesto en la lavadora un pato parlanchín de peluche. Está tendido como el resto.

—Matthias, Matthias despierta. ¡Matthias! — susurro mientras golpeo a mi marido en el brazo.

— ¿Qué pasa? ¿Qué  pasa? — pregunta completamente dormido y sin sacarse los tapones.

—El pato de peluche está graznando en el tendedero— resumo.

—Zzzzzzz, zzzzzzzzzz— ofrece mi marido a modo de respuesta.

—Matthias no te duermas, estate al loro.  A ver si habrá alguien en la terraza apretujando al pato para que suene.  Voy a salir a cogerlo, pero tú vigila que no me pase nada— le ruego moviéndole el brazo  para que se despeje.

—Zzzzzzz, ve tranquila, zzzzzz.

— ¡CUAC! ¡CUAC! ¡CUAAAAAC! — el pato da su opinión al respecto.

Me levanto, voy a la habitación de los niños, el peque se empieza a retorcer cada vez que se oye al pato.  Debo actuar con presteza.

Abro la puerta de la terraza.  Hago lo propio con la persiana y la reja (a nuestro piso sólo le falta un foso con cocodrilos).  Con un pavor irracional, saco la cabeza esperando ver a un hombre agitando el pato.  No detecto presencia alguna.  Voy hasta los peluches.  No veo al pato por ninguna parte pero este me allana el camino: ¡CUAC! ¡CUAC! ¡CUAAAAAC!.  Lo localizo, lo cojo y me voy para dentro.  Cierro la fortaleza y me dirijo a la habitación de la plancha. A mitad de camino, a la altura de la habitación de los niños: ¡CUAC! ¡CUAC! ¡CUAAAAAC! (¡Cállate jodío!).

Para extraer el mecanismo del peluche hay que intervenir quirúrgicamente.  La emprendo a tijeretazo limpio con él.  A cada embestida el pato se queja: ¡CUAC! ¡CUAC! ¡CUAAAAAC!  ¡Qué cansino! ¡Parece que lo esté matando de verdad!  Finalizada la operación, la cosa se complica.  El pato redobla sus “cuacs” mientras desenrosco sin herramientas un tornillo liliputiense para llegar hasta las pilas.  Termino por fin.  El pato se calla.

La noche de los peluches malditos

Me da tanta pena que lo volveré a coser. Eso sí, le quedarán secuelas: jamás volverá a graznar.


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