Sevilla, 10 de abril de 2020.
Se acercan, escucho el eco de sus pasos pisándome los talones. No puedo dar una explicación lógica de por qué he llegado aquí. En mi mente, el recuerdo de ir andando por Conde de Barajas solo, cosa rara para esa calle y más en esta noche, luego todo se vuelve nebuloso.
El estruendo me ha cogido por sorpresa y sé que me he caído por el siete del pantalón y la herida de la rodilla, no tenía una así desde que, en el noventa y dos, me caí de la bicicleta en el desgastado asfalto del Parque de María Luisa. Al principio he creído que se trataba otro caso de carrerita que, según la dinámica de masas, se expandía desde algún bar de la calle Arfe hasta donde yo me encontraba y me he arrastrado hacia la pared para evitar que la marabunta me arrastrara. A mi espalda, la reja de la churrería, cerrada, aunque su típico olor a masa frita seguía impregnando aquel trozo de acera.
Una sombra dibujada en las paredes me ha sobrecogido. He mirado el reloj creyendo que era la hora marcada, pero no, las campanas apenas habían dado las diez, no ha comenzado aún la noche más larga. Agazapado contra la pared, he revisado mi programa de mano por si se me había escapado algún cambio de itinerario, pero no había nada.
No he podido evitarlo y me he girado en dirección al ruido. La curiosidad mató al gato y ante mis ojos ha aparecido un tramo de nazarenos, perfectamente formado de a dos , con el cirio en forma de bastón y los antifaces recogidos en la frente, arrastrando sus pies como si vinieran andando desde el Tiro de Línea a cuarenta grados, sin vida. Por un segundo he buscado su mirada sin encontrar nada, estaban vacíos. Sus rostros desfigurados. No he podido evitarlo, he echado a correr encomendándome a las ánimas benditas del purgatorio a grito mientras los penitentes de ultratumba volvían sobre sus pasos dispuestos a darme caza.
Las primeras gotas de lluvia han comenzado a caer. En otras circunstancias, aquello habría sido un mazazo para mí, pero, visto que la cosa se ha complicado, la lluvia sería el menor de los males. Acelerando el paso todo lo que he podido y volviendo la cabeza vez en cuando para asegurarme que los tenía bastante lejos, he atravesado la plaza, lástima que el Corte Inglés estuviera cerrado, habría acortado muchísimo.
Los andrajosos nazarenos han seguido mis pasos sin dudar, aunque, por suerte, las túnicas han dificultado sus movimientos. Se nota que, aunque zombis, son de aquí porque a mitad de la calle Tetuán se han parado, alentados por el olor, a comer boquerones de Blanco Cerrillo. Es curioso, pero nunca habría adivinado que a los muertos vivientes les gustara el pescado adobado, juraría que eran mucho más de carne fresca. Por un momento he creído que aquella parada me iba a permitir poner distancia con mis perseguidores, pobre iluso, por todas las calles han aparecido nuevos tramos con sus diputados al mando, avanzando inmisericordes, se ve que no querían dejar retraso.
El reloj del Ayuntamiento ha cantado las once justo cuando pasaba por debajo. No he tenido más remedio que detenerme un momento bajo el arquillo a tomar aire y valorar la situación, pero no he podido hacer ni lo uno ni lo otro, la desierta plaza ha comenzado a llenarse de cuerpos demacrados como costaleros de mármol a mármol. Sin pensarlo, he puesto mis pies en funcionamiento de nuevo mientras notaba en el aire el aliento fétido de los cadáveres andantes.
Nunca me ha parecido tan larga la Avenida, no avanzaba a pesar de venir corriendo bajo la lluvia. Sudando y encogiendo la barriga he logrado cruzar la puerta de la Seo dejando en una de aquellas purulentas manos el chalequito que mi abuela me había dado en casa por si refrescaba y que, hasta ese momento, había estado sobre mis hombros. No he visto a nadie dentro, quién quiera que hubiera cerrado la puerta, se había dado mucha prisa por desaparecer.
He avanzado por la nave lateral, sintiendo el frescor de las viejas piedras, pero mis piernas no han resistido más y he necesitado apoyarme contra la tumba del descubridor para reponer fuerzas y estudiar mis opciones, ¿cómo es posible que un virus con síntomas de gripe haya llegado a Sevilla de esta forma tan aterradora?; ¿qué ha cambiado de ayer a hoy para que pasemos de un miércoles santo relativamente normal al apocalipsis penitente?; ¿quedará más gente como yo en la ciudad o seré el único superviviente?; ¿quién coño ha sido el mente espléndida que ha dicho que no hacía falta suspender la Semana Santa?
Mientras he estado sumido en mis pensamientos, el cortejo zombi ha logrado echar abajo la Puerta de los Palos con una catenarias del Metrocentro y acceder a la Catedral. He bordeado el monumento hasta llegar a su parte trasera intentando no delatar mi posición. Un ejército de infectos nazarenos ha desfilado por la nave como hubieran hecho en otras circunstancias, pero dejándome ver hábitos desgarrados, capas mugrientas y espartos deshilachados.
Agachado como estaba, he dejado caer mi espalda sobre la base del monumento y, para mi sorpresa, una de las placas se ha movido liberando un fuerte olor a humedad y dejando a la vista una rampa empinada y estrecha. Mi claustrofobia me ha hecho dudar un momento, pero los lastimeros gemidos de los zombis han borrado de mi cabeza cualquier tipo de duda. Con cuidado me he metido dentro de la escultura y, tras buscar por todas partes el mecanismo de cierre, he dejado mi cuerpo caer por el improvisado tobogán. No sé cuánto tiempo he descendido por el túnel hasta que la pendiente se ha suavizado y he podido andar por mi propio pie. Iluminando el camino con el móvil, he continuado por el túnel sin prestar demasiada atención a las calaveras y ratas que me observan desde las paredes; tras unos minutos he visto una pequeña puerta que, aunque ha opuesto resistencia, ha terminado por abrirse dejándome pasar a una pequeña habitación que me resultaba tremendamente familiar.
Madera, botijas y ese olor a comida casera...No he necesitado mucho más para comprender que he ido a parar al Bar Alfalfa. Qué listos estos de la curia, un pasadizo secreto entre la Catedral y un bar...y la gente diciendo que hay un pasadizo al monumento de San Juan de Aznalfarache, ¿quién quiere irse a San Juan pudiendo tomarse una rubia fresquita entre sermón y sermón? Mis papilas gustativas han empezado a salivar a la par que mi cabeza pensaba en la cerveza. Me he merecido una, con el cuerpo hidratado seguro que se encuentra mejor la salida para este berenjenal.
Y en esas andamos, se acercan, escucho el eco de sus pasos pisándome los talones. Apenas me queda un setenta por ciento de batería, pronto llegará el fin. Miro el vaso vacío, he apurado la cerveza demasiado pronto, pero no puedo irme cojo, me merezco otra.
No me ha dado tiempo a echar la segunda caña cuando un golpe seco en la puerta me hace cortar el chorro dejando caer más espuma de la cuenta en el vaso. Un zombi de ruan ha entrado y, por acto reflejo, le he echado encima el vaso de cerveza y me he escondido tras el mostrador esperando el momento final. Tras unos minutos sin llegarme la muerte, he asomado la cabeza por encima de la barra. Las ropas del zombi han quedado desparramadas por el suelo, pero no hay rastro de él. He mirado con cuidado dentro del baño, pero tampoco he encontrado nada.
Una masa viscosa asomando bajo la túnica ha llamado mi atención. He apartado la ropa con el pie y, con la ayuda de una cañita, he movido el líquido para observarlo mejor: una especie de Blandi Blub apestoso y humeante entre la que he podido ver una alianza matrimonial.
Incrédulo y desorientado ante la posibilidad de que la Cruzcampo pueda llegar a salvarme la vida, me he asomado por la puerta del local. Por la calle Águilas avanza la siniestra procesión de zombis dejando oír desde sus descarnadas gargantas una retahíla ininteligible. Por la plaza, completando el cortejo mortal, un paso andando siempre de frente. Con cuidado de que no me vean, he salido y me he acercado hasta la imagen mientras mis ojos se abrían de par en par al ver que los penitentes zombis han robado el paso de la Canina que no tenía que salir hasta el sábado.
Sin temor a la lluvia, que parece no afectarles, continúan andando. He decidido seguirlos de cerca hasta que el paso se ha detenido en la siguiente plaza. La luz de los cirios ha iluminado el crucero que luce en la fachada del palacio y mi corazón ha dado un vuelco al comprender que estaban recreando el Vía Crucis a la Cruz del Campo.
Aprovechando la ventaja de saber a dónde iba la comitiva, me he adelantado por la puerta de la Carne. He sentido ojos mirarme temerosos desde las ventanas, se ve que soy no soy el único superviviente pero sí el único inconsciente que ha salido esta noche a la calle. Una vez que he dejado la procesión atrás, he echado a correr de nuevo en dirección a la Avenida de Andalucía.
Por el camino, he organizado las ideas para llevar a cabo mi plan: llegar antes que la comitiva de la muerte, entrar en la fábrica de Cruzcampo, localizar mangueras y conectarlas a los depósitos de cerveza, esperar al rezo de la última estación y...entonces, atacar sin piedad. Sin duda, un plan perfecto, cualquier superhéroe estaría orgullosísimo de mí en este momento y, posiblemente, mi madre también.
Con las ideas claras he llegado a mi destino. He tenido que sentarme en las escaleras del humilladero porque la carrera me ha dejado sin aliento. A lo lejos he empezado a ver las primeras luces de cirios, el tiempo se va acabando, mi reloj marca la una, tengo que poner en marcha mi plan, aunque mi cuerpo se queja casi como cualquier Viernes Santo.
La comitiva avanza deteniéndose sólo en las estaciones. Me he dirigido a la fábrica, el primer paso es entrar y, luego, llegar a los depósitos. Lo primero me ha resultado muy sencillo, el guarda de seguridad duerme en la garita y, sin hacer ruido, he pasado directamente al hall. Gracias al cartel de incendios me he hecho una idea de cómo son las instalaciones; buscar la manguera tampoco ha sido complicado, el almacén de productos de limpieza y jardinería tenía la puerta sin llave.
Con la manguera al hombre me he vuelto a acercar hasta la reja de fuera. En el humilladero parece que la procesión está llegando a su fin así que he querido darme prisa para consumar mi plan así que he vuelto mis pasos hacia el interior del edificio pero mi torpeza, la que siempre viene conmigo, me ha hecho besar el suelo al enredarse mis pies con la manguera. Mi cuerpo ha ido a dar sobre una pila de latas y, con el estruendo, los zombis han fijado su atención en la vieja fábrica y han comenzado a acercarse peligrosamente.
Antes de que la procesión llegara hasta mí, he corrido hasta los depósitos y, con más maña que fuerza, he colocado las mangueras en los grifos apretando su unión con las pulseras de tela de mis muñecas comprendiendo que, cuando todo acabe, tocará visitar las casas hermandad para hacerme con unas nuevas.
Con mi arma lista, como si de un cazafantasmas se tratara, he esperado a que los penitentes lleguen hasta mi. El racheo de sus pies acercándose me han erizado la piel y, mientras con una mano he pellizcado las gomas para que no se desperdicie el valioso líquido, con la otra he ido abriendo uno por uno los grifos. Ya están aquí, con mis sentidos alerta, he esperado el instante preciso en el que los zombis han abierto el portón y he quitado los dedos que bloqueaban las manguera.
Atónito he comprobado que de mis improvisadas armas no salía ni gota de cerveza, ¿cómo he podido olvidar que esta fábrica ya no fabrica? Sin tiempo de reacción, he lanzado al suelo las gomas. Los nazarenos me han rodeado y, recitando la letanía, he cerrado los ojos para el fin...
Despierto de golpe empapado en sudor. Con el corazón latiendo a mil por hora, compruebo que aún estoy en la cama y que no ha sido más que una pesadilla horrible. Toco mi frente, parece que sigo teniendo fiebre. Con el termómetro bajo la axila, bebo agua y respiro para que mi corazón vuelva a latir a su ritmo normal. Desde la pared de enfrente, el Gran Poder de Lacomba me observa. La túnica que tenía que haber estrenado sigue colgada. Miro el termómetro, marca cuarenta, ¡quién me mandaría a mi a irme a China para celebrar el año nuevo!
FIN. Sevilla, 14 de marzo de 2020. Primer día en cuarentena.