No recuerdo bien el año en el que paso, calculo que abre tenido unos 15 años más o menos. Todo transcurrió en un pequeño pueblo, llamado Zavalla, ubicado a unos cuantos kilómetros de la ciudad de Rosario. Aquella tarde de verano, en la plaza, decidimos con unos amigos hacer un campamento. Los campamentos eran muy frecuentes en aquella zona, servían para agregarles algo de diversión a las noches de aquellas pequeñas comunidades que eran muy parecidas a los ambientes representados en las películas estilo wesrten en el lejano oeste de los estados unidos, así se deprimente y desoladoras eran.
Un detalle que me gustaría agregar, seguramente en esta parte del relato puede sonar fuera de lugar, es que por aquel entonces, mi generación estaba aprendiendo una de las leyendas más significativa de los pueblos de la pampa gringa, “la llorona”, que para aquellos que no saben, es una historia, de una mujer que sale en épocas de pascua a llorar por las noches asustando a los transeúntes del lugar, imagínense lo aterrador que representaba esa leyenda urbana para un niño/adolescente.
Aquella noche de verano, fuimos a parar a la casa, pongámosle de Julián, hace tantos años que paso, que me cuesta recordar los nombres de los participantes. La casa se encontraba al final del pueblo, en el límite que separaba la civilización de un extenso campo de soja. Todo transcurría normal, cuatro amigos armando la carpa y prendiendo una fogata.
Después de muchas historias y varias copas de sangría, vino con limón y azúcar, empecé a sentir sueño, tal vez ocasionado por mi poca resistencia por aquel entonces a el alcohol, por lo tanto, les advertí al grupo que me iba a recostar dentro de la carpa. Aún recuerdo que la carpa no contaba con el cubre lluvia. por lo tanto, dejaba entrar las sombras de diferentes árboles, provocado por el escaso alumbrado público de la calle de tierra que nos separaba de la nada misma.
Ya entredormido, de repente empezó a escucharse un ruido estremecedor, como el de un llanto constante, acompañado de un golpeteo de chapas muy fuerte. Me levanto desesperado, invadido por una sensación que, hasta hoy, cuando recuerdo esta historia, puedo apreciar como si lo volviera a vivir, era miedo, pero no del cotidiano, el miedo era del genuino, nivel 10, mi cuerpo estaba paralizado mientras veía a mis amigos correr por el fondo del patio y perdiéndose en la oscuridad de la noche.
Cuando al fin pude recuperar el aliento, y con el llanto de fondo que nunca había cesado, salí de la carpa y comencé a correr lo más rápido que pude, tratando de encontrar a mis amigos. A lo lejos se podía divisar una pequeña casilla de madera con una luz que se escurría por debajo de la puerta. Desesperado, choque con esa abertura, intente abrirla, mientras pedía ayuda con mi último aliento, estaban trabada por dentro, era imposible abrirla. De repente mis amigos empezaron a gritarme desde adentro que no había más espacio y que buscara otro lugar donde esconderme de la llorona, ese nombre me movilizo las tripas, y ahí supe que la llorona vendría por mí. Trate de respirar, gire mi cabeza buscando un lugar, las lágrimas empañaban mis ojos y me costaba tener claridad en mis pensamientos. Ahun No sé porque, atiné a empezar a correr de vuelta a la carpa, cuando llegue me tire de cabeza hacia el interior y en posición fetal empecé a rezar, aquellas sombras que entraban desde las calles ya no tenían las figuras de árboles, eran sombras aterradoras, aquel llanto parecía que se acrecentaba cada vez más y ya mi miedo estaba en un nivel irreconocible para mí.
Tal vez fueron solo unos minutos, a mí me pareció una eternidad, pero en algún momento la noche recupero su silencio y yo estaba entero. De repente escucho risas acercándose, eran mis amigos, enfurecido les reclame su actitud y entre carcajadas me contaron que el vecino de al lado criaba conejos dentro de unos pequeños contenedores de chapa y que su actividad sexual fue la causa del periplo. Me contaron que la coneja grita muy fuerte en el acto sexual y que el movimiento en el espacio tan chico de la conejera hacia resonar las chapas con intensidad. Nunca, afortunadamente, conocí a la llorona, pero el miedo que sentí esa noche, por esos adorables conejos, fue la noche de terror más grande de mi vida.