Revista Cine

La Noche del Cazador

Publicado el 30 octubre 2010 por Diezmartinez
La Noche del Cazador
¿Quién es el responsable de esa excéntrica obra maestra que es La Noche del Cazador (The Night of the Hunter, EU, 1955? La única película dirigida por el inevitable actor británico Charles Laughton -no un one-hit-wonder sino más bien un one-and-only-hit-wonder- es, acaso, la primera cult-movie hollywoodense, una imperfecta pero fascinante mezcla de thriller y cuento de hadas que, en el momento del estreno, pasó casi desapercibida.
El gran David Thomson, en The New Biographical Dictionary of Film (2009), le atribuye los logros de esta inclasificable cinta al propio Laughton -y yo no soy nadie para contradecirlo-, aunque tampoco presenta mucha evidencia para sostener su dicho. En todo caso, no habría que olvidar que el guión fue escrito por el venerado cinecrítico James Agee, la fotografía expresionista es de Stanley Cortez y que el filme cuenta con la magnética presencia de Robert Mitchum como el gran lobo feroz del cuento y con la icónica Lillian Gish como la intrépida abuelita que protegerá y salvará a sus dos correosos huerfanitos.
Mitchum -que, además, también codirigió algunos segmentos del filme- aparece en la cinta, en su primera escena, manejando un auto y hablando directamente con Dios, pidiendo su guía. Ya ha dejado seis viudas atrás, asesinadas, y va tras las que el Creador ponga en su camino. Muy pronto, el carismático pero siniestro predicador Harry Powell tendrá la oportunidad que le ha solicitado al cielo, pues como el auto que maneja es robado, compartirá una celda con un asaltante condenado a muerte, cuyo botín, diez mil dólares, nunca fue encontrado por la policía. Así que, al salir de prisión, Harry sabe a dónde dirigirse: al pequeño pueblo del sur americano en donde vive la viuda del criminal, Willa (Shelley Winters), con sus dos hijos (Billy Chapin y Sally Jane Bruce) quienes, supone Harry -y supone bien-, deben saber dónde escondió los diez mil dólares su padre.
El torcido thriller con serial-killer en ristre se transforma, en su segunda parte, en un cuento infantil de los Hermanos Grimm ambientado en plena Gran Depresión estadounidense. Los niños, huyendo río abajo del Gran Lobo Feroz en el que se ha convertido Mitchum, son observados por la indiferente naturaleza -un zorro, una tortuga, un par de conejos, un enorme sapo- que atestigua los incansables afanes de Powell por encontrarlos y los de los hermanitos por seguir huyendo. La tabla de salvación de los niños aparecerá en la forma de la providencial señora Cooper (Gish), una enérgica anciana que dirige su propio orfanatorio y para quien un par de bocas más que alimentar no significa mayor problema.
La secuencia del río -sin duda la más famosa de la película- tiene un aire de cine fantástico inocultable: ya no estamos en el sur americano en una época específica. Más bien, estamos inmersos en un cuento fantástico/infantil atemporal en el que un ogro que representa todo lo perverso -la crueldad, la represión sexual, la avaricia- va tras dos niños que, por otro lado, no son exactamente inocentes.
La película presume por lo menos dos imágenes imborrables, logradas a través de la virtuosa cámara de Stanley Cortez: la del auto que se encuentra en el fondo del lago, y la de Lilian Gish, su perfil visto en la oscuridad, esperando pacientemente el ataque del Gran Lobo Feroz Robert Mitchum. Por supuesto, La Noche del Cazador tiene sus imperfecciones: la música de Walter Schumann es francamente estorbosa, la actuación de los niños no es la mejor y hay ciertos momentos, hacia el final, en los que -¡herejía, herejía!- pienso que Laughton debió haber controlado más a Mitchum, a quien, de plano, se le van las cabras al monte.
Pero, bueno, si por algo es recordado Laughton como actor es por su propensión al desafuero interpretativo: si no se controlaba él, menos iba a controlar al lacónico Mitchum que, aquí, memorablemente, se da un quien vive con el más desatado Jack Nicholson, el más energético Jimmy Cagney... el más hammy Charles Laughton.

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