Revista Cultura y Ocio
Quería algo.
Desde hace tiempo quería algo. Un milagro, una señal, un signo... algo. Un defecto, un mínimo fallo, en el mecanismo regular y previsible de aquella naturaleza de la realidad por la que últimamente había llegado a sentir aversión.
Algo.
Lo que fuera.
Llevaba casi toda su vida esperando aquello que nunca se manifestaba.
La realidad daba para pagar el alquiler, comprarse un coche, para tener sexo(oral, con suerte) una vez por semana, ir al cine, salir a cenar los viernes cuando sus padres se quedaban con los niños... pero para nada o poco más.
Él quería pertenecer a esa clase de gente que asiste como espectador a la función de lo extraordinario; de esos elegidos que vivirán el resto de su vida con esa incertidumbre metafísica enriquecedora que debería de causar la contemplación en primera persona de lo inusual y asombroso.
La señal no tenía porque ser Dios sentado y descalzo en el salón viendo un dvd cuando llegase a casa una noche de verano. Ni una lluvia de ranas; ni una sirena varada en la playa o una fulgurante y misteriosa luz baja justo delante de su automóvil estático en mitad de una carretera secundaria y apenas transitada.
No, ojalá fuera eso, pero no. Se conformaba con algo menos efectista. Menos Hollywood. Algo como una intuición omnisciente, como una sensación de dislocación trascendental que le ascendiese de repente desde los pies a la nuca a las tres de la mañana... algo como una melodía acuática e inenarrable que le anegase cualquier día el espíritu de una energía luminosa y renovada sabiduría con la que interpretar la existencia de otra manera.
Se conformaba con detectar ese difuso contorno de la realidad un preclaro instante solamente para saber que aquello estaba ahí, que debería haber algo más que traspasase el tejido de la realidad anodina que lo envolvía... para luego echarse a dormitar tranquilamente en lo que le quedaba de reglamentada normalidad el resto de su vida.
Necesitaba esa señal. Algo con que alimentarse por dentro.
El reloj de la cocina daba las dos y media de la mañana.
Se sentó en silencio enfrente del ventanal para contemplar la noche. Allí solamente había estrellas. Millones de estrellas obedeciendo a un campo gravitatorio global constituido por agujeros negros y gases interestelares. Miles de Millones de estrellas en una simetría esférica perfecta que se agrupaban en cúmulos y sistemas binarios. Cientos de millones de agrupaciones de estrellas, cada una con su ciclo de vida; masas enormes y luminosas que se habían formado a partir de una nube de hidrógeno molecular y ahora alumbraban las galaxias desde la primera noche de los tiempos.
Se acercó a la habitación de sus hijos para comprobar que estaban bien. Sus hijos dormían, pero miles y miles de especies de bacterias, hongos y otros diminutos seres continuaban despiertos, absorbiendo nutrientes y engullendo dañinos microorganismos invasores, mientras que los impulsos eléctricos de las autopistas neuronales se regeneraban, la piel mudaba y las células dendríticas continuaban en primera línea combatiendo frente a las infecciones, capturando otros peligrosos asaltantes, troceándolos en antígenos y exponiendo los fragmentos en su superficie para la protección de los niños.
Ya en su habitación, se metió en cama y abrazó a su mujer- cuyo encéfalo le había guionizado esa noche un sueño erótico en la que era gozosamente asediada, en un hermoso bosque lleno de frutas, pianos y libros, por tres jóvenes y erectos mancebos desnudos montados cada uno en un blanco unicornio- mientras le recorría de nuevo esa desazonante sensación de otra noche perdida sin haber podido ser el protagonista de nada extraordinario, singular o sensacional.
Saludos de Jim y aquí tenéis mi regalo de reyes: la persona más feliz del mundo no es la que más cosas hace, sino la que más disfruta con lo que hace.
Feliz día de Reyes!!!!