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La noche en que se extinguió el último hombre orquesta

Por Clochard
La noche en que se extinguió el último hombre orquesta La noche en que se extinguió
el último hombre orquesta
y funcionarios bostezando desmontaron el escenario
y la indolencia de los asientos vacíos
miró hacia el otro lado de la ventana
esperando quizá al próximo pájaro de metal oxidado
al siguiente héroe recogiendo su dentadura
de la lona y las palmadas de ánimo
del entrenador de pelo canoso que solo él ve
y el público cambió de canal pensando vagamente
qué grieta del techo será por fin la definitiva
y nadie buscó en el simulacro de cielo
un resquicio de meteorito genocida tardío
y el silencio avanzó exactamente 5`37 milímetros
lo suficiente para gozar de una posición ventajosa
y el jodido Dean Martin recogió de nuevo
la moneda de la escupidera
y Paul Newman no pudo evitar una mueca condescendiente
con cuarenta huevos duros en su estómago cadáver
y observamos el aleteo toxicómano de Campanilla
subiéndose las bragas con gesto mecánico
y los vagabundos formaron con sus cuerpos humeantes
un signo de interrogación gigante
en el sagrado suelo de la Gran Vía
y Sylvia Plath dudó si se había dejado el gas abierto
y derogaron por mayoría absoluta la ley del deseo
y todas las mujeres esperanzadas de todos los andenes
estaciones puertos aeropuertos quirófanos
bajaron lentamente la cabeza
y en El Palacio de la Moneda se escucharon rugir aviones
desde donde precipitadamente la gente 
ocupaba puestos de dudoso honor en las cunetas
y el hombre del tiempo dijo que haría buen tiempo
y una mayoría absoluta de vírgenes condecoradas
ocupó las portadas de los suplementos dominicales de cultura
y Leopoldo María Panero escupió Coca Cola
a través de su desdentada sonrisa de piano borracho
de canción en bucle de Tom Waits
y desde sesenta y cinco millones de años atrás
un ejército cojo de dinosaurios entonó un te lo dije
                      — esa noche —
la noche en que se extinguió el último hombre orquesta
nosotros estábamos allí, no sé si lo recuerdas.
Conscientes inconscientes atemorizados valientes
mientras nos deshacíamos de las pruebas
y arrojábamos su pesado tintineante cuerpo al río.

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